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El aborto, detonador de reflexiones pendientes

Por la Redacción

Las decisiones en torno al aborto se centran demasiado en debates ideológicos que poco contribuyen a la comprensión del fenómeno. Estoy de acuerdo con el derecho irrenunciable de todas las personas para decidir sobre sí mismas, incluyendo su cuerpo y su proyecto de vida.

Sin embargo, en México la cultura en torno a los derechos de las personas es aún un tema reciente que despierta un sinfín de sospechas hacia las personas que pretenden promoverlos, ya no digamos defenderlos.

Los hechos más recientes sobre las amenazas a las y los defensores de derechos humanos, la vida truncada de tantas mujeres en Ciudad Juárez, las recomendaciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de la Alta Comisionada de los Derechos Humanos a nuestro gobierno, dejan ver que en este campo hay todavía mucho qué hacer.

Los movimientos de mujeres, desde sus inicios, han identificado precisamente el marco de los derechos humanos como uno de los objetivos centrales en su lucha, la elaboración de un marco que garantice la vida armónica entre los seres humanos en toda su diversidad, que dé sustento a la idea de Estado plural que tanto anhelamos.

Si las encuestas aplicadas en nuestro país muestran que efectivamente entre las mujeres de todos los sectores y creencias el aborto es una práctica asumida, ¿por qué pretender negar el reconocimiento legal y su regulación a una práctica que, en las condiciones en que se realiza, genera tantos conflictos?

En ese sentido, proveer de herramientas que posibiliten la libre decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, es un derecho fundamental que desde siglos les ha sido arrebatado. ¿Qué habrá detrás de esto?

Es decir, en el debate contra la despenalización del aborto ¿cuáles son los elementos que se busca ocultar? Hay realmente una defensa a la vida o se busca limitar el ejercicio pleno de los derechos a las mujeres, mantener el fin de la sexualidad negado, y facilitar el enriquecimiento ilegal a costa de la salud y la vida de las mujeres.

A través del tiempo, cada vez más se ha insistido en la necesidad de impulsar la toma de decisiones compartidas, reflexionadas. La decisión de ser madre o no. Sin embargo, parece que no tiene un gran apoyo a pesar de que cambia la vida de las personas y representa un hecho social de gran trascendencia.

La posibilidad de impulsar una toma de decisiones en torno a la maternidad es una tarea que se ha pretendido impulsar, pero a la que aún se le ponen muchos límites. Las mujeres en general todavía hoy enfrentamos una gran presión para ser madres y sentirnos realizadas a partir de esta situación, es más, cumplir con la expectativa social de cuando menos «la parejita».

Así, la decisión de ser madre o no antes o después del embarazo, no está vigente. Podríamos decir que es una obligación de las mujeres.

Pero la interrogante o duda de ser madre después del embarazo se considera aún más grave, y en mucho se busca impedir la libre toma de decisión a través de la generación de sentimientos de culpa, seguramente a partir de la concepción tradicional de la sexualidad.

Hoy día, muchas de las personas que se asumen como autoridad en las relaciones humanas consideran que ¡el fin último de la sexualidad es la reproducción!

De ser así, si se ha expuesto al placer ¿habrá que pagar un precio? La negativa a reconocer las prácticas sexuales con el objetivo único del placer resulta problemático para muchas personas, especialmente para las mujeres.

Y es a partir de estas culpas con la sexualidad no orientada a la reproducción sino al placer, que mujeres y hombres son sometidos a una gran presión ante el anuncio o temor de un embarazo inesperado.

Por ello es importante subrayar la inquietud que un embarazo inesperado provoca. La ansiedad implicada por no contar con los recursos del Estado para tomar la mejor decisión ante el hecho, sometiéndoles a la sanción social que les encajona en la culpa, el silenciamiento y la clandestinidad.

Pero los obstáculos en torno a la legalización del aborto van más allá de la normatividad moral que se pretende imponer a la sociedad sobre la sexualidad y la reproducción. Como todo hecho social, tiene un estrecho vínculo con las decisiones políticas que impactan aspectos económicos.

Podríamos ahora señalar por lo menos un aspecto. El aborto seguro está limitado sólo para quienes no tienen dinero y la clandestinidad de su práctica le convierte en un mercado ilegal que va mucho más allá de los costos reales de la práctica médica involucrada, y que favorece el enriquecimiento ilícito.

Además, al ser realizado en condiciones insalubres e ineficientes, pone en riesgo las condiciones de sobrevivencia y la vida misma de muchas mujeres, lo que implica un alto costo social y económico que habría que evaluar.

La decisión de reconocer hoy algunas de las condiciones extremas en las que las mujeres podrán abortar, aunque sea bajo la vigilancia y autorización médica, es un paso; pero apenas un pequeño logro para avanzar en el reconocimiento de los derechos de las mujeres, para decidir sobre su cuerpo y su vida.

El debate para la construcción de una cultura de la reflexión, y la decisión en torno a los hechos que cotidianamente enfrentamos, sigue pendiente.

       
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