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El curso de la vida… (Primera Parte)

Por Alejandra Buggs Lomelí*
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La vida es un proceso continuo de cambios a los que nos enfrentamos y es, además, la suma de historias, trayectorias y relatos que nos llevan a ubicar el curso de nuestra vida.
 
Como concepto, el “curso de la vida” hace referencia a la secuencia de las distintas etapas de vida que están siempre reguladas por la sociedad.
 
Las diferentes investigaciones sobre este concepto tienen muy  poco tiempo o al menos no son muchas las indagaciones realizadas en este campo.
 
Me interesa abordar este tema por dos razones: la primera tiene que ver con el bombardeo especialmente de los medios de comunicación que nos exigen tanto a mujeres como a hombres a mantenernos en la etapa de la juventud a toda costa, aunque generalmente somos más las mujeres las obligadas socialmente a mantener una imagen de juventud.
 
La segunda razón es personal, ya que estoy viviendo y creo que afortunadamente de manera consciente cambios tanto físicos como emocionales, impuestos por mi proceso de menopausia, mismo, que no ha sido tan terrible como yo pensaba e imaginaba, a pesar de los bochornos que me atacan de vez en cuando sin aviso alguno.
 
Menopausia, proceso que me (nos) enfrenta precisamente a una nueva etapa en el curso de la vida.
 
Abordar este tema implica tres puntos importantes: en primer lugar es algo que abarca todo lo que tiene que ver con la vida humana, y definitivamente todo lo humanamente relevante está en el curso de la vida, como bien apuntan las doctoras Gastrón y Lacasa.
 
El segundo punto tiene que ver con que el curso de la vida lleva implícito el hecho de que nuestras vidas son procesos continuos y no simples estados o eventos que pueden ser capturados como fotografías, es un proceso dinámico no estático.
 
El tercer punto es aún más profundo y es el hecho de cómo se atraviesa e integra el curso de la vida a un sinfín de especialidades profesionales como: la sociología, medicina, antropología, historia y por supuesto la psicología.
 
La palabra transición necesariamente nos remite a la idea de cambio, un cambio de un estado o situación a otro, de un periodo de vida a otro.
 
Cuando niñas, niños y adolescentes tendemos a acelerar las etapas de la vida, ahora que escribo viene a mi mente la hija de 10 años de una amiga a la que hace casi 20 años llevamos a ver la ya muy vista película “Titanic”.
 
Recuerdo que nos dijo: “Cómo quiero ya tener 15 años para poder hacer todo lo que yo quiera”; no sé si dentro de ese “todo lo que yo quiera” estaba implícita la idea de poder tener novio y darle un beso, ya que justo en la escena del beso fue cuando expresó su deseo de ser mayor.
 
Así como cuando en la infancia o adolescencia con gran energía deseamos ser mayores, con la misma energía en la etapa adulta existe una tendencia marcada por el mandato social a querer frenar el paso del tiempo a como dé  lugar, e incluso poniendo en riesgo nuestra salud.
 
Muchas veces por querer mantener lo que “conseguimos” nos quedamos fijadas y fijados en el pasado sin darnos cuenta que podemos estar perdiendo la oportunidad de disfrutar y vivir nuestro aquí y ahora de una forma diferente.
 
Frenar el paso del tiempo que es inexorable tiene efectos emocionales importantes aunque muchas veces imperceptibles, ya que muchas personas lo que pierden o frenan es ser ellas mismas.
 
Lo que las enfrenta a la posibilidad de gozar el privilegio de llegar a una etapa de adultez mayor con la salud física y con la estabilidad emocional necesarias para disfrutar de aquello con lo que aún cuentan.
 
Aceptar el paso del tiempo y por tanto las situaciones que le acompañan como las pérdidas físicas, por ejemplo pasar de tener un movimiento rápido a ser más pausadas y pausados, al igual que cambios psíquicos como la lentitud en nuestro pensamiento e incluso la pérdida de memoria.
 
Aceptar los cambios no quiere decir que tenemos que resignarnos, sin embargo existen personas que confunden la aceptación de la nueva etapa con la resignación ante el curso del tiempo.
 
El paso por los diferentes ciclos de la vida es una experiencia multidimensional para cualquier persona. Con multidimensional me refiero a que es biológica, psicológica y social, e incluye las diferentes esferas en las que transcurre nuestra existencia: familia, educación, ciudadanía, trabajo y salud, entre otras.
 
Los cambios de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la etapa adulta joven, de ésta etapa a la adulta y posteriormente a la etapa adulta mayor, necesariamente implican cambios físicos y emocionales, tanto para las mujeres como para los hombres.
 
Sin embargo, me gustaría cerrar hoy mi columna con una pregunta que intentaré responder en la segunda parte de este tema: ¿Perciben de la misma forma los cambios en el curso de la vida mujeres y hombres? Tú, ¿qué crees?
 
*Psicoterapeuta humanista existencial, especialista en Estudios de Género y directora del Centro de Salud Mental y Género.
 
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