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El curso de la vida… (Segunda Parte)

Por Alejandra Buggs Lomelí*
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Como vimos en mi columna anterior, mujeres y hombres tenemos etapas cronológicas que son claves para nuestra evolución; a estas etapas se les llama ciclos de vida.
 
Cada ciclo corresponde a un escenario con características propias que hay que vivir, porque de ahí queda impresa la experiencia que al sumarla a otra, van construyendo la sabiduría de cada ser humano. Entendamos entonces que la vida es una sucesión de lecciones que nos permiten darle sentido y comprenderla.
 
A esta vida llegamos con un cuerpo que muchas veces al paso de los años algunas personas llegan a rechazar o han rechazado desde siempre, y conforme pasa el tiempo pueden llegar hasta odiarlo por los cambios que necesariamente atraviesan nuestros cuerpos.
 
Estar viva o vivo implica seguir aprendiendo y navegar los cambios que nos permiten ubicar el curso de vida, que como concepto se refiere a la secuencia de las distintas etapas reguladas socialmente según la edad.
 
Podemos analizar el curso de la vida desde tres diferentes posibilidades: una es la edad, es decir, el tiempo individual, específicamente la cantidad de años que tiene una persona.
 
La segunda es el periodo; me refiero al tiempo histórico, como por ejemplo ubicar el año en el que estamos viviendo y que permite definir el contexto en el que vivimos, y la tercera posibilidad es una especie de “número de serie” que vincula a las personas que están en la misma etapa de la vida con el momento histórico, es decir que son contemporáneas.
 
Lo más importante es saber que la existencia humana es un proceso continuo que se desarrolla desde el nacimiento hasta la muerte, que cada trayectoria de vida se inserta y se va modelando de acuerdo con los tiempos históricos y a los acontecimientos que las personas experimentan en el lugar en que suceden esos hechos.
 
Cada ser humano construye su propio trayecto en el momento en que elige o no determina cosas para su vida y emprende acciones en ese sentido; no existen los errores, sólo las lecciones porque la vida es experimentar ensayos y errores para vivir un crecimiento.
 
Estas experiencias vitales siempre se desarrollan en un marco de interdependencia, es decir, que no podemos hacer a un lado las influencias socio-históricas que se manifiestan a cada momento de esto que se llama vivir.
 
La idea de curso de vida implica darnos cuenta de que una lección es aprendida después de muchas repeticiones; aprender de la experiencia es un proceso que no termina. Estar vivas o vivos significa, tanto para mujeres como para hombres, enfrentarnos día a día ante los cambios, independientemente de qué tan conscientes seamos o no de ellos.
 
Nadie escapa de vivir estos cambios, sin embargo es importante reflexionar si existe alguna diferencia de género en la forma no sólo de vivirlos, sino de percibir el curso de la vida.
 
Por lo que pretendo compartir con ustedes de manera resumida algunos de los resultados de una investigación realizada en Argentina por las doctoras Liliana Gastrón y Débora Lacasa**, relacionada con la forma en la que percibimos mujeres y hombres el curso de la vida.
 
En el estudio se observó que algunas personas independientemente del género al que pertenezcan perciben más cambios en su etapa de juventud. Por ejemplo, en las mujeres: menstruación, crecimiento de senos, de vello púbico y de axilas; en los hombres: cambio de voz, crecimiento del pene, de vello púbico, en pecho y axilas.
 
Además muchas y muchos empiezan en esa etapa a interesarse por las relaciones de pareja.
 
Existen diferencias de género en el decrecimiento de los cambios percibidos: las mujeres mencionan  que perciben cambios más cambios en su juventud. Al paso del tiempo, los cambios percibidos como ganancias empiezan a vivirse como pérdidas, es decir, a mayor edad mayor sensación de pérdida.
 
En la llamada gran vejez (después de los 80 años), las pérdidas superan a las ganancias y existen diferencias de género porque las mujeres detectan en esta etapa más pérdidas que ganancias. Por otro lado, las esferas de la vida implicadas cambian con la edad y el género.
 
En la investigación se identificó que en la juventud el área profesional es la más importante y conforme pasan los años la salud empieza a cobrar mayor importancia.
 
La familia y la pareja siempre ocupan el primer lugar de importancia para las mujeres, excepto en las que tienen entre 35 y 39 años, cuando la profesión es lo primordial.
 
Por otro lado, entre los hombres la profesión es relevante casi en todo el curso de la vida, aunque en hombres de 35 a 39 años el primer lugar es ocupado por la familia/pareja, y la salud llega a ser prioritaria de los 75 a los 84 años.
 
Como mencioné en algún momento de esta columna, esta información sólo es una pequeña muestra de un análisis mayor que se desarrolla en diferentes países, aunque inició en Argentina.
 
Me parece importante resaltar que la diferencia de géneros en las respuestas ha sido muy notoria sobre todo en cómo vivimos y a qué cosas le damos importancia las mujeres y a qué los hombres.
 
Como conclusión puedo compartir que parece que entre las mujeres existe más la tendencia a referirse a sus propios cambios del paso del tiempo sobre todo en mujeres de 45 años en adelante, y entre los hombres hay una tendencia a disminuir los comentarios relacionados con sus cambios físicos y psíquicos.
 
Definitivamente, abordar el tema del curso de la vida nos hace reflexionar (aunque a veces no sea algo agradable), sobre los cambios físicos y psíquicos que hemos enfrentado y, en el mejor de los casos, asumido algunas personas.
 
Sin embargo, las diferencias de género identificadas y mencionadas están desafortunadamente determinadas por aquello que desde la infancia nos enseñaron, taladrándonos con la idea de mantener nuestra juventud a toda costa sin dar lugar para asimilar las diferentes etapas por las que pasamos y de las cuales aprendemos para reconocer que la vida no es estática y sigue su curso.
 
**“La percepción de cambios en la vida de hombres y mujeres, según la edad”, Liliana Gastrón y Débora Lacasa.
 
*Psicoterapeuta humanista existencial, especialista en Estudios de Género, y directora del Centro de Salud Mental y Género.
 
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