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El huracán como excusa

Por Lydia Cacho

Todos los desastres, tanto los naturales -como los huracanes y temblores- así como los humanos -el terrorismo y las guerras- provocan procesos sociales y políticos similares y nos dejan ver lo mejor y lo peor de la sociedad. También hacen una radiografía clara de las debilidades de los gobiernos y de las empresas.

Durante la tragedia misma, las reacciones son eminentemente personalizadas: enfrentamos los miedos a la muerte, a las pérdidas materiales y a lo desconocido. Luego la reacción va de lo individual a lo social.

Con el huracán Wilma, la gente que vio la posibilidad de robar y abusar de otros se unió en una suerte de tribu festiva. Por otro lado, miles de personas descubrieron que para protegerse necesitaban de las y los demás y se congregaron -se siguen reuniendo- en las oscuras calles de Cancún para proteger sus bienes y a su gente. Durante ese proceso, el Estado hizo su trabajo tan bien como pudo. Las necesidades inminentes, como alimentación, atención médica, refugio y evaluación de pérdidas, fueron resueltas en parte por el Ejército y la Marina, y en parte por la Cruz Roja y otras instituciones civiles.

A dos semanas del paso del huracán por Quintana Roo, se han evidenciado grandes debilidades endémicas.

Cada año, durante la temporada baja, la industria turística despide a un alto porcentaje de empleada y empleados. Ahora el huracán les ha dado a muchos la excusa para despedir a más personal. Empresas que tenían aseguradas hasta palmeras y sillas omitieron asegurar las propinas y salarios de mujeres y hombres que trabajan para ellos. Miles de desempleados, no por el huracán, sino por las políticas empresariales inhumanas y sin responsabilidad social, sufren las consecuencias.

Se redescubre que ya teníamos una policía municipal insuficiente e ineficaz, infiltrada de corrupción; que la cárcel de Cancún está sobrepoblada y que su infraestructura no es la adecuada. Quienes cometieron actos de pillaje en tiendas y casas habitaciones fueron denunciados y detenidos.

A raíz de estos eventos, el director de Prevención y Readaptación Social Sergio López Cornejo declaró esta semana que el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Cancún liberará a casi cien reos. Declaró que para restar presión a la sobrepoblada cárcel evaluarán los expedientes de violadores y homicidas para preliberarlos en menos de un mes. El argumento más sólido de López Cornejo es que confían en la readaptación de los presos, ya que de cien reos liberados sólo uno o dos retornan a la cárcel (pero no explica la reincidencia y los factores reales de ineficacia investigativa de la Procuraduría Judicial del Estado).

La cárcel de Cancún, como la mayoría de los centros de readaptación social del país, es todo menos escuela de buena ciudadanía. Desde allí se manejan bandas de delincuentes, se trafican drogas, se planean robos y venganzas violentas. Las y los presos viven hacinados, sin programas formales que hayan demostrado efectividad en la desactivación del modelo de vida delincuencial. Las y los reclusos hacen hamacas y reciben cursos, eminentemente asistencialistas, de gente de buena voluntad.

La realidad es que la infraestructura es insuficiente desde hace más de una década; que no se han asignado presupuestos para adaptar la prisión a las necesidades por los niveles de delincuencia de la zona norte del estado; que la seguridad pública es el talón de Aquiles de Cancún.

Se está aprovechando el trance del huracán para, en un momento tan delicado, liberar a cien delincuentes que violaron mujeres, niñas y niños; a homicidas que fueron consignados a quince años y que estarán libres a dos o tres años de haber sido detenidos después de largos procedimientos para enfrentar la lenta y corrupta maquinaria de administración e impartición de justicia.

Justo en este momento, en que dos terceras partes de Cancún viven bajo la oscuridad de la noche; cuando se han incrementado en un 70 por ciento las violaciones a mujeres por falta de alumbrado público. Justo ahora, cuando la policía es insuficiente para responder a las llamadas de auxilio, y cuando 60 por ciento de la población no tiene teléfono; ahora que la gente debe salir de su trabajo temerosa -antes de que oscurezca, a las seis de la tarde, porque es la hora en que por seguridad circulan los últimos transportes públicos- liberarán a cien delincuentes peligrosos para abrir espacio a quienes robaron una lavadora o un microondas.

En el momento más delicado para la seguridad de la población cancunense, se toman las peores decisiones bajo viejos argumentos. Habrá que escuchar la última palabra del presidente municipal y del gobernador respecto a esto, porque la ciudadanía está muy ocupada sobreviviendo.

Comentarios: [email protected]

*Periodista mexicana

05/LC/YT

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