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El inevitable nuevo Cancún

Por Lydia Cacho

Wilma hizo patente nuestra sensación de vulnerabilidad; primero la material, porque es la más evidente; luego la de la violencia humana, que resultó a fin de cuentas la más dolorosa.

Los hoteleros y empresarios ya tienen sus préstamos federales, que serán cubiertos eventualmente por las aseguradoras de bienes materiales. Entre dimes y diretes seguirán las discusiones para la rehabilitación de las playas y, en un abrir y cerrar de ojos, como nos sucedió con Gilberto, la economía volverá a fluir con el ir y venir de millones de turistas.

Pero para las y los cancunenses la vida ya no será la misma. Ya no es el paraíso idílico en donde nuestras criaturas podían correr por las calles sin peligro; ya no podemos dejar las ventanas y puertas de casa abiertas; ya no sabemos si el vecino es ladrón o un buen hombre.

Wilma trajo consigo vientos de una realidad que las primeras generaciones de cancunenses hemos temido y negado durante años. Jurábamos que a pesar de la consabida corrupción entre empresarios, especuladores y políticos, la comunidad, eminentemente clase-mediera, construiría una sociedad próspera. Después de todo, llegamos en busca de trabajo, vivienda y un paraíso que nos merecíamos, con la oportunidad de crear una sociedad sana, segura, unida, tranquila.

Era lógico: con una población de doscientos mil habitantes, pocas eran las preocupaciones. Cuando algo malo sucedía, asegurábamos que los responsables eran inmigrantes temporales, parte de esa población flotante que se iría algún día a hacer sus fechorías a otro sitio. La percepción generalizada era la misma: llegamos en busca de paz, de armonía social, de una buena chamba, de una vida digna; sólo unos cuantos filibusteros arribaban a nuestra ciudad para hacer fortuna e irse; la gente buena se quedaba.

Esa era la fantasía cuando el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) contaba quinientos mil habitantes. Hoy somos un millón de personas; difícilmente reconocemos a nuestros vecinos en un restaurante o en un supermercado; en un abrir y cerrar de ojos, Cancún creció desproporcionadamente, pero en el fondo la fantasía del edén seguro y pacífico seguía viva en el imaginario colectivo.

Algunos creían que la prensa exageraba las estadísticas sobre violencia; que un delito grave era la excepción y nunca sería la regla; no en este rincón del «México de las oportunidades». En el camino del progreso llegaron para quedarse miles de compatriotas que hallaron en Cancún un lugar más para probar suerte. Sin apegos, sin fantasías paradisíacas, sin anhelos de paz social; algunos, con un profundo resentimiento social. Y llegaron para quedarse.

Poco a poco se evidenciaron la corrupción de nuestros gobernantes, la ineficacia de los cuerpos policíacos, la ineptitud de las procuradurías de justicia, la ausencia de políticas públicas efectivas, de leyes de prevención de la violencia. Todo, aunado al poder del crimen organizado, a la corrupción que compra y vende conciencias, abrió las puertas a quienes supieron que podrían perderse entre la gente de bien y que la impunidad les permitiría abrir paso a la venta de drogas, a las bandas de ladrones, a las redes de traficantes y explotadores de menores y mujeres.

Tras saber que cientos de delincuentes salieron a las calles para beneficiarse de la tragedia, las fogatas y comités vecinales fueron efectivos y conmovedores pero, sobre todo, un golpe de realidad ineludible. De vuelta a la normalidad descubrimos que precisamos madurar y aceptar que vivimos en un Cancún que es México, con pobreza, violencia, inseguridad, racismo e ineficacia de las autoridades para prevenir el crimen.

Las sociedades seguras no nacen por aglutinamiento humano: precisan de planeación. Los movimientos civilizatorios se construyen. Tal vez treinta y cinco años sea una buena edad para pensar en plural, para construir redes sociales con el fin de protegernos, de edificar la paz y progresar. Entender nuestra vulnerabilidad puede ser nuestra verdadera fortaleza.

[email protected]

*Periodista mexicana

05/LC/YT

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