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El Premio Nobel de la Paz

Por la Redacción

El Comité Nobel del Parlamento Sueco acaba de anunciar que el Premio Nobel de la Paz fue otorgado al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y a su director general, el egipcio Mohamed ElBaradei, por «los esfuerzos por prevenir que la energía nuclear sea utilizada con fines militares y por asegurar que la energía nuclear con fines pacíficos sea aplicada de la forma más segura posible».

ElBaradei reemplazó al sueco Hans Blix luego de que éste, desesperadamente, se cansara de asegurar que no había encontrado en Irak indicio alguno de armas de destrucción masiva ni señales mínimas de que allí existiera un programa de armamento nuclear. Insistió e insistió hasta que se tuvo que ir, sucediéndolo el flamante Nobel de la Paz. Se me acaba de ocurrir un probable buen candidato, si la orientación era ésta: ¡Hans Blix!

Llegué tarde, y nací a 12 mil 548 kilómetros del lugar donde se toma la decisión. Lástima, pero tampoco se trataba de mi primera opción.

Respecto al nuevo capricho -aún en estado de latencia- sobre el litigio atómico con Irán, ElBaradei ha asegurado que hasta ahora los expertos del OIEA no han encontrado pruebas de que Teherán intente hacerse con armas nucleares. Sin embargo, afirmó que con una combinación de inspecciones rigurosas y diplomacia se puede solucionar la crisis atómica con Irán.

¡Brillante, un pacifista consagrado al diálogo como medio para resolver conflictos! Pero, ¿es que no ha dicho que no hay indicios? ¿Para qué el espectáculo de las inspecciones rigurosas, que cuestan su buen dinero y sabemos cómo pueden terminar?

Pero no era la peor opción: así como alguna vez Nixon fue candidato, este año se hablaba de Collin Powell (tampoco me pregunten por qué), Juan Pablo II (quizás por haber aniquilado la corriente de sacerdotes del tercer mundo con clara opción por los pobres, promoviendo su liberación también aquí en la tierra, ¿por qué no?)

También sonaba Bono, el cantante de U2, ciertamente comprometido, pero ya cuenta con ciertas facilidades que le otorga su popularidad; no necesita la cobertura del título de Nobel de la Paz. Eso generalmente le viene muy bien a gente que trabaja y ha trabajado toda su vida por causas encomiables, sin tener trascendencia pública por no ser noticia. En el caso de Bono, parece que no hace falta: está bien así, tal como está.

Tampoco es la noticia más desalentadora; sin elegir entre ellas, podemos referirnos a la que llegó en el mismo momento en que se anunció el premio: Médicos sin Fronteras (MSF) encontró a 800 inmigrantes subsaharianos en el desierto del Sáhara abandonados por el ejercito marroquí.

Al momento de escribir esto, MSF, en conferencia de prensa, anunció que esperaba encontrar a medio millar, que no era poco. Hay mujeres, niñas y niños, ancianas y ancianos muchos de ellos heridos y en muy grave estado. Son los que no han podido saltar la valla. No tienen agua, comida ni abrigo para la noche. Si no se les atiende con urgencia, corren serio riesgo de muerte.

¿De qué hablábamos? ¡Ah!, de la tómbola del Nobel.

Realmente resulta llamativo que se otorgue el Premio Nobel de la Paz a un Organismo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y a su director cuando el mérito notorio lo tuvo el director anterior, a quien como premio se le envió a su casa.

Mucho más llamativo resulta que la ONU continúe recibiendo premios Nobel de Paz en el período de gestión menos efectivo al respecto, y el más condicionado por Estados Unidos como omnipotencia predominante desde su creación. En 2001 el premio fue otorgado a la ONU en general y a Khofi Annan en particular; en 2005, a la OEIA en general y a Mohamed ElBaradei en particular.

Si la estrategia es premiar la labor y su influencia en el predominio de la paz mundial, ya no me considero a 12 mil 458 kilómetros de distancia, sino habitante de otro planeta. Si la estrategia es, a partir de reconocer que esta gente está en el escenario mundial, darle un premio para reforzar su capacidad de acción e influencia, creo que la salida es demasiado inocente, muy pueril, vaga; habría que buscar otra.

Tomando en cuenta que esta gente cobra ya demasiado por no hacer lo que debería hacer, y que tiene suficiente estructura para desarrollar la función que no termina de perfilar, puede decirse que necesita el premio menos que Bono.

Bastaría con que hicieran lo que deben (justificando de alguna manera el dinero que reciben), o que se atrevieran a dar un buen golpe en la mesa para decir: «vean, aquí no podemos hacer nada; en estas condiciones, con estos niveles de presión, apenas si somos marionetas». Quizás ése podría ser el punto para comenzar a desentrañar esta farsa. Para eso sí tendrían entidad, pero no lo hacen.

Es difícil explicarse por qué la ONU (o sus organismos) reciben este premio una y otra vez; menos se explica cómo consiguieron semejante galardón Teddy Roosevelt (1906); Elihu Root, su secretario de Estado (1913); Woodrow Wilson (1920) ; Corder Hull (1945); Henry Kissinger (1973), Menaghem Begin; Anwar El Sadat; Frederik de Clerck (1993); o Jimmy Carter (2002).

Hace ya un tiempo -tengo entendido que alrededor de tres años- surgió una iniciativa para nominar a 1000 mujeres de todo el mundo para el Premio Nobel de la Paz 2005. Por supuesto que lo merecen muchas más, pero simbólicamente se organizó la postulación de sólo mil. Habría sido una gran oportunidad para dar vuelta a la estadística, dado que hasta el momento sólo 12 mujeres ha recibido el premio, por lo que al día de hoy -mediando premio- habríamos pasado a 1,012.

La intención era hacer visibles a millones de mujeres que trabajan por la paz a través de este reconocimiento simbólico; son mujeres que han trabajado por años de manera vital y consecuente. Muchas sin estructura, muchas sin cobertura, muchas no sólo sin medios, sino a pesar de la persecución directa. Uno no sólo las identifica,sino que las ve a diario, o sabe qué están haciendo, o tiene contacto directo con ellas, o puede tenerlo cuando quiera porque, además, son más que accesibles.

Conocemos cada historia, sabemos quienes son, qué han hecho y qué hacen Mirta Clara, Martha Pelloni, Beatriz Benzano, Belela Herrera, María Elena Curbelo, Viviana Díaz, Patricia Verdugo, Elsie Monge, Rosario Ibarra de Piedra, y tantas otras. Las encontramos siempre donde tienen que estar. Las encontramos siempre.

Con justicia la nómina de mujeres incluye a Gladys Marín, y a Olga Márquez de Aredes, que nos siguen acompañando. Un solo día de muchas de estas mujeres -las mil y las que se suman a la interminable lista de mujeres que luchan a diario- vale más que la carrera de entera de mil burócratas.

Pero parece que estas mujeres, tan cercanas a todos nosotros, también están a más de 12 mil 548 kilómetros del Parlamento sueco.


*Coordinador general de la Red Solidaria por los Derechos Humanos

05/CP/YT

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