Inicio El «quehacer» de la casa, inequidad tras la puerta

El «quehacer» de la casa, inequidad tras la puerta

Por Patricia Camacho Quintos

La democratización de la sociedad no sólo abarca el ámbito público, sino también el privado, porque detrás de la puerta del hogar se encierra todo un mundo de inequidad y explotación de la fuerza de trabajo femenina. Es el caso del trabajo doméstico no remunerado, que ha recaído sobre los hombros de las mujeres.

En México, desde los calmecac prehispánicos se enseñaba a las mujeres a desarrollar tareas domésticas, a ser obedientes y serviciales; en la etapa novohispana se abrieron escuelas para preparar a las jóvenes a «llevar una casa» y hoy las cosas no han cambiado mucho.

Las mujeres de este país, señala Graciela Hierro en su libro De la domesticación a la educación de las mexicanas, las mujeres de este país hemos sido preparadas para borrarnos a través de un trabajo que no se reconoce como tal y que deviene más bien en un esfuerzo invisible que sostiene la producción y reproducción de la vida cotidiana de toda una nación.

Aunque así sucede, en mayor o menor proporción, en otras partes del mundo, las mujeres se han manifestado contra esta situación y tienen propuestas concretas para cambiarla.

En la Consulta Técnica sobre Contabilización de la Producción No Remunerada de Servicios de Salud en el Hogar, convocada por la Organización Panamericana de la Salud en Washington en 2003, la investigadora Mercedes Pedrero Nieto sostuvo que «la reproducción social se basa tanto en la producción de mercancías como en la producción de bienes y servicios para el consumo directo de las familias».

Aún en las sociedades más industrializadas el trabajo doméstico sigue ocupando buena parte del tiempo de trabajo y las mujeres siguen siendo las principales encargadas de estas tareas, situación que limita sus posibilidades de participación en el trabajo extra-doméstico tradicionalmente denominado como económico o fuerza de trabajo.

Esto también influye en las condiciones en que se da la oferta de trabajadoras: tiempo parcial, trabajos esporádicos o estacionales, a domicilio, y se concentran en la categoría de trabajadoras familiares no remuneradas. Por eso realizan doble jornada, conformada por el trabajo extra-doméstico y el doméstico.

INEQUIDAD EN CIFRAS

La Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo, auspiciada por el Inmujeres y levantada por INEGI en 2002, señala que mientras los hombres de 25 a 50 años de edad participan con 95 por ciento en el trabajo extra-doméstico, las mujeres de la misma edad lo hacen con el 50 por ciento.

Por eso, las horas promedio de trabajo asalariado a la semana para ellos es de 50 horas, mientras que para las mujeres es de 45.

Pero las horas promedio de trabajo doméstico a la semana se dividen así: 11.5 horas los hombres y 44.9 horas las mujeres.

DE LA INCONFORMIDAD A LA PROPUESTA

Estas cifras se expresan en experiencias concretas: María Teresa Nava Sánchez, bibliotecóloga de 45 años, señala: «mi jornada laboral es de mañana y tarde, llego ya muy noche y hago en mi casa lo elemental, pero los fines de semana –que debería dedicarlos a descansar– ocupo el 75 por ciento de mi tiempo en trabajos de la casa».

«A las 7:30 pongo la lavadora, a las 8 ya estoy preparando el desayuno, de 10 a 11 hago las compras. Luego cocino para ese día y para toda la semana. Antes teníamos una persona que nos ayudaba (y que desde luego era mujer), y cuando dejó de ir me di cuenta de que el trabajo doméstico es pesadísimo», explica.

«El tiempo y el esfuerzo que dedicas a esas tareas repercute en la salud de las mujeres, porque es estresante y cansado cumplir con todo, por eso propongo que una manera de recompensar ese gran esfuerzo, es que se otorguen servicios médicos especializados para las mujeres, de calidad, en cantidad suficiente y gratuitos».

Georgina Sánchez Carpio, de 41 años, con estudios de secundaria, tiene cuatro trabajos: casi de madrugada limpia oficinas, luego se incorpora a una dependencia pública como auxiliar administrativo con un turno diario de ocho horas, los fines de semana labora como edecán y por los tres, aunque sea poco, le pagan.

Su cuarta jornada, que absorbe el 70 por ciento de su tiempo, es no remunerada y corresponde al trabajo doméstico. «Al principio fue difícil. Las labores domésticas las hago en las noches; barro, trapeo, lavo trastes y los fines de semana lavo mi ropa. Para evitar que toda la carga doméstica recaiga sobre las mujeres debería haber más cooperación de todos los miembros de la familia».

En eso influye mucho la educación, considera, ya que a los chicos no se les educa a hacer ciertas labores domésticas, como con las niñas. Estaría bien que, así como hay ayuda económica a adultos mayores, personas con discapacidad y a estudiantes, la hubiera también para amas de casa, pues se debe tener en cuenta que es un trabajo muy pesado, tenemos que ser nanas, enfermeras, educadoras y responsables de un sinfín de labores por las que no recibimos ningún sueldo.

Y lo peor de todo, dice, es que hay mujeres amas de casa que, cuando les preguntan su ocupación, dicen que no se dedican a nada.

UN TEMA PARA LA REFORMA DEL ESTADO

El trabajo doméstico no remunerado debe pasar a formar parte de la reforma del Estado, desde la cual se debe impulsar la ampliación de la vida democrática en los ámbitos público y privado, señala la politóloga Teresa Incháustegui.

«Desde la perspectiva de género, las variantes de la reforma del Estado que reconocen la desigualdad entre mujeres y hombres como uno de los ejes de la desigualdad social, asumen junto con la agenda de esa reforma un proyecto para modificar o al menos corregir las bases estructurales e institucionales de las relaciones de género para dar paso a una democracia generizada», afirma la experta.

Es decir, una democracia que «reconozca las diferencias, que corrija las desigualdades y transforme el orden de género imperante a partir de leyes, disposiciones, normas y políticas que promuevan la equidad».

08/PCQ/GG

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