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El ritual del fuego

Por Juana Eugenia Olvera*

Dentro de los festejos previos a la Navidad, se realizó un ritual del fuego: Yagna. Anteriormente a éste habían practicado otro ritual igual al cual no pude asistir por tener una lista de tareas prioritarias.

Uno de los swamis me preguntó si había asistido y le comenté que no, me sugirió que por lo menos fuera una vez y que hiciera una meditación. En cuanto la seva me lo permitió me dirigí al espacio en donde se celebraba.

En el anterior Yagna, al término de éste, llovió, lo cual para ellos era muy buen augurio. Sobre todo porque generalmente en diciembre no suele llover en India, ya que su temporada lluviosa son los monzones que se dan normalmente de mayo a agosto, aproximadamente.

En el curso de Puja nos explicaron la importancia del Yagna, ya que su alcance es inmenso por la cantidad de energía que se concentra, así que me hice el propósito de cada tarde, saliendo de la seva, ir a meditar cuando menos una hora.

Desde el primer día las meditaciones fueron increíbles. Empecé por ver una chispita de luz azul, luego otra y otra y luego muchas que se unían hasta formar una gran esfera de luz azul brillante que se movía. Se expandía y contraía. Junto con ello sentía una gran paz interior preciosa. En ocasiones la luz formaba una especie de fuegos artificiales, pero finalmente siempre volvía a su forma inicial de esfera.

En otra meditación esa luz azul creció y dentro de ella se manifestó el señor Shiva. Su rostro hermoso se transformaba como si girara en un rostro lleno de ojos (el que todo lo ve) en una línea interminable y que le rodeaban toda la cabeza, misma que se convertía en una cabeza inmensa, así como mostraba cientos de narices, y bocas y orejas.

No es tan fácil describirlo, pues tal como se lee pareciera inverosímil, pero de la manera en cómo lo veía, era claro, preciso y ni siquiera parecía inarmónico. Comprendí en ese instante que Dios todo lo ve, lo escucha, lo sabe y no está fuera, sino que se encuentra dentro de nosotros mismos.

En otra de esas meditaciones siempre dentro de la luz azul, fui llevada como si flotara en ella a unos templos o palacios en donde vi a muchos dioses o devas. Eran como grandes catedrales góticas. Todas en piedra azul y en una de ellas estaba el señor Shiva, inmenso, sonriente, mostrándome al mismo tiempo tres de sus rostros en una sola cabeza, yo me veía muy pequeñita junto a él.

Unas tres semanas después vi en una fotografía, en un periódico local, la misma cabeza de Shiva en un templo que se encuentra en la isla de la Elefanta, cerca de Bombay. Por cierto nunca pude ir a ese lugar pese a la cercanía.

Casi terminaban los nueve días de dicha ceremonia y tocó hacer Puja a Ganesh. Con mis ojos cerrados y enfocada en él, casi abro los ojos, pues en el centro del fuego girando sonriente estaba él, grande, inmenso, sentado, feliz y meciéndose al ritmo de los cantos. Era impactante porque era lo mismo que se veía con los ojos abiertos. Sólo que en mi meditación los brahmines, los que estábamos ahí, todo aparecía bañado con una ligera luz rojiza.

De esa temporada para acá, la luz azul no me ha dejado. En ocasiones con sólo cerrar los ojos y aunque no esté meditando, aparece y casi de inmediato entro en la meditación.

Conforme ha pasado el tiempo, y sobre todo porque dejé un buen tiempo de meditar –no debido a mis ocupaciones sino un poco a la pereza y también al hecho de no caer en la mecanicidad–, dejé de ver la luz azul, pero he vuelto a recuperar las visiones, no sé si ahora son mejores o más acordes a lo que realizo, pero si me cuesta trabajo salir de ellas.

Una de las sevas que me gustó muchísimo era ir por ahí de las 10 de la mañana a un pequeño templo del señor Shiva a cantar unos himnos en honor a él y que solamente está permitido que los canten los brahmines (la casta sacerdotal).

Por un acuerdo especial y debido a lo superior del sihda yoga, es que los devotos los pueden cantar en el Ashram. En algún momento en el cual cantaba yo con los ojos cerrados, vi las letras de los cantos escritas en letras de oro sobre un papel radiante, lo cual me daba respuestas a las infinitas preguntas que me hacía, de cuán valiosos podían ser esos versos.

*Narradora oral, astróloga y terapeuta.

11/JEO/RMB

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