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El valor de mis símbolos

Por Cuicuizcatl (golondrina viajera)*

«Cuando comprendes el valor del símbolo, todo tiene sentido»
Paola de Sosa

México, DF, 26 dic 07 (CIMAC).- Hace muchos años, cuando estudiaba la universidad, tuve un encuentro con un chamán en un camellón cerca del metro Hidalgo. Antes de despedirnos, me dijo que tenía que ir a Teotihuacan, pero sola. Me marcó la ruta. Tenía que subir la pirámide de la Luna, visitar el templo de las mariposas quetzales y encontrar una estrella de cinco picos.

Fui, pues, a Teotihuacan. Después de mucho caminar, la vi. Allí estaba la estrella, en un mural de un edificio cercano a la pirámide de la Luna. Tenía una boca. Era 1994, un 12 de octubre.

Había guías que entraban con grupos de turistas, a uno de éstos le pregunté por la estrella. «Significa beneficio para el pueblo», me dijo. Su respuesta no me convenció mucho y busqué más sobre la estrella en un libro de los murales de Teotihuacan. Allí decía que la estrella representa al planeta Venus. Me lo confirmó mi prima Diana, antropóloga. Bien. Esa era «la respuesta», pero no «mi respuesta».

Mi respuesta llegó 10 años después, en el 2004, en una charla que tuve con un «hermano espiritual», Ramón de la Selva. Él me dijo que yo entraba al mundo espiritual queriendo encontrar un mapa, y que así no es.

«Hay que buscar la verdad verdadera, no la verdad que quieres encontrar. El ingrediente está adentro, se llama voluntad consciente», me dijo.

Y continuó, «se te dan las cosas y no las haces porque no crees en ti. Las alertas se dan, la búsqueda es interior, y cada quien busca tanto como cree… Es el momento de conocer lo no conocido, la verdadera espiritualidad. Es el momento de tomar la responsabilidad de tu vida.

«La estrella es el mundo supremo y el mundo presente, la espiritualidad aplicada a lo terreno. Los dos mundos se unen. Como en la transfiguración, me voy y me quedo. La estrella no es privilegio de David. La estrella, energía viva, va a hacer su trabajo siempre (…) La boca es hablar con la verdad. Mientras no la vivas, no vas a hablar. Ser cuentacuentos es ser mensajero de la esencia. Actuación verídica. Si no, son cuentos».

Unas semanas después de esta charla, iba por Coyoacán, sola, en domingo. Caminaba con calma por los puestos de baratijas cuando en un mostrador con figuras de piedra labrada me salió al encuentro una estrella de cinco picos de roca volcánica, la compré. La estrella también significa para mí la luz, el don, la meta, el anhelo, el reflejo de la armonía del cosmos.

Luego vi otro símbolo que me gustó: una serpiente. Recordé que para los antiguos mexicanos la serpiente representaba la energía ondulatoria del cosmos, y para otros pueblos la sabiduría. No la escogí por eso, sino por mi historia con la serpiente. Cuando iba a terapia con el doctor Ortiz trabajé con una serpiente simbólica a la que llamé Anael. Representaba mi genitalidad.

Miré los dos símbolos juntos. La serpiente que me remitía a mi cuerpo, y la estrella que me remitía a lo espiritual. Cuando las iba a pagar, el vendedor (que por cierto había sido danzante guerrero) dijo: «Escogiste bien. Quetzalcóatl, serpiente preciosa, sube al cielo como estrella de la mañana (Venus)».

¡Claro! —pensé– ¡Si los dos símbolos se unen! Sentí que era un desafío unirlos en mi vida, que tenía mi cuerpo muy disociado del espíritu. «El cuerpo es malo, el cuerpo es recipiente del pecado», me inculcaron. Y no. Mi cuerpo es templo de lo sagrado, es mi única manera de «ser en el mundo».

Seguía caminando entre los puestos pensando en mi proceso y en las señales de Dios en mi vida. Dice el escritor Paulo Coelho, en su libro El Alquimista, que todo ser humano tiene una «leyenda personal», un proyecto de vida que realizar, y que Dios coloca las señales en el camino que guían al cumplimiento de los sueños.

Dice que las señales están siempre ahí, pero hay que estar atentos para verlas… Señales, símbolos… pensaba en esto mientras seguía caminando por el centro de Coyoacán, cuando vi a un joven con el letrero «Se interpretan sueños». Por primera vez en mi historia pagué por algo así. Y me senté frente al joven, se llamaba Iván.

Le confié retazos de mis visiones en el hospital psiquiátrico y de sueños significativos desde niña. Me escuchó con atención. Luego, como si fuera un sabio descubriendo el hilo negro, empezó a decirme las relaciones y significados de símbolos a los que yo no les veía ninguna conexión. Y de pronto se enlazaban las cosas en un continuo fluir. Iván armó un rompecabezas que me ayudó a integrar todos mis mundos y a ver mi vida y mi proceso con otros ojos.

Yo había soñado, varias veces, con una estrella de cinco picos inscrita en mi mano derecha, con la que escribo. Esa misma mano la había visto otra vez con una llaga, sangrando. Iván me explicó qué significaba la llaga y qué significaba la estrella allí. Entre otras cosas, dijo: «La estrella son los cinco elementos. El quinto elemento es el éter, la fusión de los otros cuatro. El hierofante es la persona que sabe manejar el éter: ver, hablar, dirigir….».

Me señaló algo importante: aprender a canalizar mi energía. Las visiones en mis crisis nerviosas son fuertes, son peligrosas. En el psiquiátrico me llenaban de medicinas para que dejara de ver cosas, para aterrizarme. Después quedaba como zombi, como borracha tambaleante. Iván comentó que si aprendo a manejar mi energía, esas «percepciones alteradas» se convierten en fuente de conocimiento y de crecimiento.

«Es otra realidad, pero es como los rayos ultravioleta. Si no estás protegido, duele. Aprende a meditar, te va a hacer bien…», aconsejó.

Su último mensaje al despedirme fue: «Ahora ya sabes lo que significa la estrella en la mano. Ahora no vas a ver la mano con una llaga, ni siquiera con una estrella. Vas a ver, como otras veces, la mano con un ojo y sabes por qué».

Han pasado tres años de ese encuentro. Esa charla fue como si a un caballo le quitaran las viseras y de repente pudiera ver todo lo que está alrededor, no sólo su pata en el camino.

Hace unos días volví a Coyoacán y busqué a Iván. Allí estaba, vestido de blanco, en el parque Centenario, cerca de los arcos, donde empieza el siguiente pasillo. Su letrero ya no dice: «Se interpretan sueños», ahora lee el aura y el tarot.

A mí me han «leído» muchas veces el tarot, pero nunca con la profundidad que él lo hace (quizá porque es psicólogo). Esta vez nuestra charla fue más corta y más precisa. Preguntas y respuestas, pautas concretas para mi proceso. Cerré así el ciclo, después de tres años, y se abrió otro nuevo.

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/GG

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