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Elena Tchalidy: historia de una vida dedicada al feminismo

Por la Redacción

Es una referente de la lucha en favor de la equidad entre varones y mujeres. Nació en Tartagal, Salta, hace 81 años. Hija de padre griego y madre salteña, se casó con «el gallego», el hombre que eligió mas allá de los mandatos. Esta multiplicidad de culturas tal vez sea la clave de su fortaleza. Elena es historia viva del feminismo y pionera en la asistencia a mujeres víctimas de violencia. Trabajó con Alicia Moreau de Justo y hoy es la presidenta de la fundación que lleva ese nombre. Ella se define como una creadora… y lo es.

«Yo nací en Salta, pero es como si fuera de Buenos Aires, porque vine a los siete años acá. Esos primeros años estuve en un colegio de monjas. Cuando perdí a mi mamá, a mi papá lo trasladaron a Buenos Aires», comienza su relato Elena.

–¿A qué se dedicaba tu papá?

–Era empleado. El decía: «soy un empleado». Llegó a ser presidente de la Esso.
Elena es elegante. Tiene ojos jóvenes que se oponen al bastón que la acompaña, y luce pícara y alegre. Se divierte. Es curiosa, pero discreta. Se ofrece a la entrevista con generosidad.

–El decía siempre que era un empleado. Por eso trató de tener algo propio: porque pensaba que como empleado, para ascenderlo, lo enviarían a otro lugar, y él no se quería ir de la Argentina. Decía: «si yo tengo algo con lo cual sobrevivir, decido yo.»
Este pensamiento es el mismo que lo va a llevar a aconsejarla a la hora de elegir carrera; consejo que, como verán, Elena no seguirá.

–A los 60 años, como era norteamericano típico –no él, sino la empresa–, lo jubilaron y le regalaron un viaje alrededor del mundo. Él era de origen griego, pero estaba naturalizado argentino. Siempre decía que, si no hubiera estado en el momento justo y la hora indicada, nunca lo hubieran nombrado presidente de la Esso. Porque la Esso nunca había tenido un presidente argentino: hasta él, todo los otros fueron norteamericanos, enviados de la madre patria (risas). Como su tiempo fue el tiempo de Perón, tenia que ser uno, por lo menos, que fuera argentino. Él vino acá a los 20 años, pero era realmente como si fuera argentino».

–Y el idioma, Elena, ¿lo hablaba bien? ¿Sin acento?

–Perfecto. Tuvo que venirse en la guerra greco-turca en los años de 1920, 1921. Los turcos se los llevaban a sus ejércitos. Varios griegos vinieron en ese momento. Onassis fue el más famoso. Ingresaron porque eran estudiantes. Èl era estudiante de ingeniería en Alemania. Todos sabían varios idiomas.

«Uno de sus trabajos fue como ascensorista en el Banco Boston, y pasó lo que pasa en las películas: un norteamericano capo de la Standard Oil dijo: ‘¿cómo puede ser que con el único que puedo hablar inglés es con el ascensorista?’ Papá hablaba inglés, francés, griego, alemán. Así entró en la empresa. Son cosas de película…pero pasan».

–¿Y tu mamá qué hacía?

–Mi mamá…. a él lo mandan a Salta, porque allí los pozos estaban produciendo bien, como jefe de tráfico. Mi mamá era salteña…Lo único que había era quinina, así que ahí se pescó unas cuantas cosas; malaria, por ejemplo. Andaban a lomo de mula, en el Impenetrable, porque está el Chaco salteño y el Chaco Chaco. Toda esa zona la manejaba él y era con mulas, porque no había otra manera de moverse. Yo nací en Tartagal, porque era una zona petrolera. La empresa tenia campamentos; le decían campamentos, pero eran casas, casitas.

–Tu mamá debía de ser muy jovencita…

–Si, claro, era muy joven, de clase acomodada, de la sociedad salteña. Lastima que una fiebre, no se bien qué…Yo tenía cinco años cuando ella murió.

«Entré en Salta al Colegio de las Hermanas del Huerto, que me aceptó aunque todavía no había cumplido…Yo cumplo en agosto. Nací el 6 de agosto, día cuando tiraron la bomba de Hiroshima. No me gusta cumplir ese día.

«Mama murió muy jovencita y no tengo hermanos. Podría tener medios hermanos, pero no: aunque mi papá se volvió a casar, no tuvo otros hijos».

–¿Fuiste hija única, mimada?

–Sí, mimada… y eso hacia que mi madrastra no me adorara. No solamente mi papá, sino que también mi marido me mimaban, y eso a ella se ve que…bueno tuvo una vida difícil. Era concertista de piano, tuvo muchas cualidades, pero su relación conmigo fue siempre difícil. Era… la madrastra de Blancanieves… (se ríe, y pienso en cómo los años y una vida productiva la fueron alejando del dolor profundo o del resentimiento que podría tener este mismo relato en otra persona).

–Parece que eso te fortaleció.

–Sí, totalmente.

–¿Y cómo siguieron tus estudios?

–Llegué acá cuando tenía siete años y fui al Bernasconi, ya no más colegio de monjas. Cuando mi tío me vino a buscar para traerme a Buenos Aires viajábamos en tren, de esos ingleses, maravillosos, con camarotes, y servían el té. Yo le ponía manteca a las tostadas con fruición, y el me dijo: ‘bueno, se ve que a usted le gusta la manteca, porque yo acabo de pagar una factura por su consumo de manteca en la escuela’. Cada cosa la cobraban aparte. Y le dije: ‘No, es que hace meses que no como manteca’. Estaba indignado, se quería bajar del tren para ir a pelearse porque nos estaban estafando.

–Las facturas falsas ya existían…

–¡Claro! Me anotaron con la condición de que si yo no aprobaba me pasaban al primero superior. Pero hicieron un concurso de lectura y gané, así que quedé en segundo. Después fui al Liceo 2, cerca del Parque Rivadavia.

OBSTÁCULOS DE CLASE

–¿Cómo era la vida de las mujeres en la época en la que cursabas la secundaria?

–Me tocó empezar en la época de Perón. Las familias de clase media eran muy antiperonistas, y es comprensible. La Segunda Guerra termina en la mitad de 1945 y él surge con la Secretaría de Trabajo y Previsión. Había estado en Italia, había estado con Mussolini. La llamada ‘buena gente’ no lo apoyaba, por lo de fascista nazi, etcétera. Lo fuera o no, en el imaginario de la gente estaba agrandado.

«Encima, estaba su relación con Eva, en una sociedad donde la cosa del teatro tampoco estaba bien vista. Pero, a pesar de eso, yo ya tenía algún gen. Las señoras comentaban cómo era eso de las ‘siervas’ acompaña la palabra con gestito de desagrado), como las llamaban. Preferían trabajar en las fábricas, no en las casas de familia, donde trabajaban sin horario desde la mañana hasta las 12 de la noche. Y cuando en mi casa alguien llegaba para la ayuda doméstica, las chicas se sorprendían: ‘¿Cómo, el refrigerador no tiene llave?’».

–¿Los refrigeradores tenían llave?

–Claro, los refrigeradores tenían llave. Y además, cuando había más de una persona de servicio la comida para los patrones era una, y para las empleadas era otra. Y a mí me pareció siempre que eso no era justo.

«Yo no vivía con mi papá; vivía con una familia griega muy amiga de papá, por eso hablo griego. En esa casa, la persona empleada comía en la misma mesa. No solo la misma comida, en la misma mesa».

–¿Ahí ya comenzaste con tu actividad política?

–No, no todavía. Sin darle ese nombre, eso era una cuestión bien de clase. Nosotras sabíamos que los jóvenes de clase media debutaban con la empleada. Era bastante desagradable saber que las chicas eran para todo servicio.

«Después conocí a un muchacho que, ése si, era socialista de alma. Su papá había sido socialista. También pasan esas cosas un poco de película. Vino el gallego –mi suegro– e hizo un capitalito para volver a España, para hacerse una casita. Como era inteligente, la vio venir. Vuelve, esta vez con la familia. Menos de tres meses después empieza la crisis en España».

–¿Cómo conoces a Manuel?

–Ahí hay otra historia de película. Había ido a un concurso de saltos ornamentales al Jockey Club de La Plata, con unas compañeras, y había que tomar el tren de las 18:40.Ya se iba el tren porque llegábamos tarde; corrimos para no perderlo y tres muchachos que estaban allí nos ayudaron a subir. Ese fue el principio.

«Él empezó a ir al Centro Socialista de su barrio cuando tenía 14 años. No lo dejaban afiliarse hasta los 16; barría la biblioteca para que lo dejaran quedarse».

–Terminaste mientras la secundaria, te pusiste formalmente de novia…

–Bueno, él se resistió mucho, y aun así terminamos casándonos.

–Debías ser brava. ¿Por qué se resistió mucho? Te plantaste y te casaste.

–El hecho de no vivir con mi papá lo hizo más fácil.

–¿Qué querías hacer?

–Las chicas que querían una carrera universitaria hacían la secundario en el Liceo, porque no te habilitaba para nada; estaba el Comercial, para trabajar en el comercio, como secretaria, tenedora de libros, ayudante de un contador, o el magisterio, para ser maestra.

«Las familias judías de la época alentaban a las chicas para que siguieran una carrera. En el Liceo éramos 50 y 50 por ciento. Yo lo que creo es que estudiar te permitía modificar la escala social, y para quienes eran discriminadas tener un título era muy importante. Pasaron más de 60 años y nos seguimos encontrando.

«Desde los diez años decía que iba a ser doctora en química, a pesar de que se dice que las ciencias duras no son para las mujeres. Era lo que me permitía sobresalir. Yo sabía que hacían mezclas, que era muy práctico, pero mi papá me convenció de que Farmacia y Bioquímica era una profesión liberal, más autónoma, y era muy parecida.

«Me dejé convencer, pero era todo teórico. Sólo teníamos 15 días de laboratorio, y empecé a bajar las notas. Cursé un año ahí. Exactas era la única Facultad que tenía curso de ingreso. La tasa de mujeres era de 15 por ciento. En el doctorado en Química y en Ingeniería había siete mujeres nada más. Todavía está la entrada de Perú, donde había una sala de alumnas para que no nos mezcláramos con los varones. Teníamos lockers. Ahí si teníamos todas las tarde laboratorio…»

–Era lo que más te gustaba, te brillan los ojos.

–Desde el punto de vista práctico, mi papá tenía razón: con Farmacia podría haber tenido autonomía. A esa edad no te convence lo que te conviene, quieres hacer lo que quieres.

–¿Te casaste mientras estabas en la Facultad? ¿Qué hacia él?

–Él era empleado. Llegábamos a fin de mes. Cuando entré a secundaria mi papá me dijo: «Me vas a hacer un presupuesto de tus gastos. Ahora vas a viajar, vas a necesitar tus cosas». Yo, aplicadamente, hice una lista minuciosa. Él, que era un hombre generoso, me dijo cuando vio la lista: «es poco, te voy a dar el doble. Eso sí, si en la primera semana te gastas todo, es tu problema, hasta el mes siguiente no hay más. Irás caminando a la escuela», que eran como 50 cuadras. Me sirvió para aprender a organizarme, a administrarme. Aunque a los antiperonistas no les guste, la clase trabajadora en esa época tenía dinero: había consumo, los cines, los restaurantes estaban llenos. Me cuidaba hasta el 20 del mes, todo lo hacíamos después del 20.

–¿Y si te quedabas corta le pedías?

–Si necesitaba le podía pedir, pero el orgullo era más fuerte. Hasta que me comentó: «dime si te falta algo».

Elena cuenta todo con alegría, con cierto orgullo de haber construido una vida autónoma, plena, superando los obstáculos de su tiempo, pero también de su clase.

–No tuviste hijos.

–No, no tuve. No porque no quisiera. Se dieron todas las circunstancias mal. Mala praxis. Errores de los médicos. Hoy todo hubiera sido diferente. No había ecografías, el medico se equivocó: en vez de dejarme con la partera del sanatorio, me dejaron con alguien con mucha teoría y poca práctica. Y yo primeriza. Fue muy doloroso, pero eso significó que entrara a la facultad de nuevo. No seguí ningún tratamiento, hace 40 y pico de años la psicología era para los locos. Pero debí hacer un tratamiento, porque me duro mucho tiempo el dolor.

–¿Y nunca pensaste en adoptar?

–Sí, en algún momento lo pensamos, porque pasa el tiempo, mi marido me decía que le bastaba conmigo, aunque si yo hubiera estado mas decidida, el aceptaba…y adoptar, además, no era un trámite sencillo, largo o ilegal. Fui haciendo otras cosas. Me recibí de ingeniera agrónoma.

«Durante los primeros diez años la gente no dejaba de preguntarme ¿y… para cuando?»

–En otras parejas esto puede producir un quiebre… parece que no fue tu caso.

–No, para nada. Al contrario, nos fortaleció. Recién después de que fallece mi papá mi marido vuelve a la militancia, un poco por respeto, por evitar discusiones… eran los años setenta.

–¿Al final cómo se llevaban?

–Al final mi papá lo reconocía. ‘El gallego’ terminó siendo alguien valorado. Cuando mi papá se enfermó, mi marido le hacia compañía. Charlaban de tantas cosas…no puedo decir lo mismo de «ella».

–Manuel vuelve al socialismo.

–Terminé recibiéndome en 1975, con una tesis que permite que hoy haya tomates en Mar del Plata. Allí hay temperaturas muy variables, y el tomate necesita, para florecer y para mantener las flores, temperaturas estables de 15 grados. Hay una hormona que aplicada antes de la baja de temperatura se pulveriza, y forma como un pegatodo que impide la caída. Antes, la cosecha empezaba en febrero.

–¿Qué vas a hacer con todo esto? –me pregunta de golpe mirando mi grabadora.

–Me gusta narrar la historia de mujeres como vos, que tienen cosas que contar.

09/UR/YT/LGL

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