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En defensa de las hienas

Por Lydia Cacho

«No habrá revolución… es el fin de la utopía… se suicidó la ideología y uno no sabe si reír o llorar.» (Joaquín Sabina)

Tendría 10 años cuando mi madre subió a sus tres hijos y tres hijas (entre las cuales, en posición de sándwich, me ubico yo) apiñadas en un volvo viejito. La visita al zoológico se convirtió, como era usual con mi madre psicóloga y pedagoga a ultranza, en un proyecto de educación intensiva.

La tarea que nos impuso mi madre para entretenernos camino al zoológico de Chapultepec era muy simple: cada quien debía reflexionar cuál era su animal favorito y definir las cualidades del que le atraía para hacerle su preferido de entre el extenso mundo animal.

Para cuando llegamos a la entrada de las magníficas rejas verdes, ya teníamos respuesta y reflexión adjunta. Sonia, mi hermana mayor, eligió a la jirafa por su cuello alto y su inteligencia para hallar alimento en los árboles cuando era difícil encontrarlo en el suelo; por sus coquetas manchitas cafés y sus dulces ojos.

Alfredo, el más pequeño, eligió al chimpancé por ser inteligente y tierno a la vez, y José Ernesto al León por sus típicas cualidades reales.

Yo, para infortunio de la historia familiar, elegí a las hienas. Dije orgullosa que me encantaban porque sabían reírse de la vida, que eran probablemente uno de los animales más honestos del mundo. No andaban por allí con ojitos de Bambi manipulando a nadie, ni con melena de rey masacrando a los hijitos de una leona con la que querían aparearse. No, las hienas son como son, aseguré. Les gusta la carroña y no se detienen para obtenerla, trabajan en equipo siempre y, además son chistosas.

Frente a la jaula fui presa de las risas de mis hermanos y hermanas, y seguramente de alguna hiena que les hizo coro; sin embargo me sentí feliz, elegí a mi animal favorito por su congruencia, no aparentaba nada, era una hiena en todo su esplendor y se sentía muy a gusto en su propia piel y su mala reputación.

Viene esta historia a colación porque últimamente he notado en los diarios que parece que las y los mexicanos necesitamos un viaje al zoológico para aprender a conocer las diferencias entre la fauna humana y, sobre todo, para descubrir qué es lo que nos mueve para sentir atracción hacia ciertos personajes humanos y sus argumentos, especialmente cuando los argumentos rayan en la oligofrenia, el arribismo político o el pragmatismo feroz.

Así, en esa visita por entre las jaulas de la fauna política, podríamos observar con detenimiento a los diversos tipos de jóvenes mexicanos, y distinguir entre los que se parten el lomo cada día para estudiar y cambiar su vida, y aquellos que nacieron de padres y madres capaces de insuflar en ellos un amor profundo al dinero y la corrupción de altura, desprecio por la verdad y la honestidad.

Jóvenes guapetones de aire burgués, como el Niño Verde, capaces de creer y hacer creer que ser joven es sinónimo de honesto, soñador e inteligente.

Propondría visitar a los cientos de hijos de la generación de mexicanos de alto poder adquisitivo, casi todos ligados a la política y a quienes controlan el poder económico; los que criaron a sus hijos e hijas en el desprecio por la vida humana, la ignorancia de la otredad y, sobre todo, que les alejaron de la cultura, de los libros y la sensibilidad, añorando que algún día lleguen a ser presidentes. Esos que hoy son senadores y diputados, incluso uno de ellos, dirigente de un partido político.

Luego podríamos visitar a las mujeres que en la incongruencia máxima utilizan el falso discurso de «ser buena por ser mujer» y «merecer poder por ser mujer». Compararlas con las cientos de miles que diariamente trabajan y luchan por ganarse los espacios con sueños y educación, con cultura y congruencia, las que de verdad aman y respetan a las otras y a los otros.

Con las que aborrecen el arribismo «seudofeminista» en el cuál subyace una misoginia feroz y, sobre todo, un ansia de poder ilimitada, capaz de la corrupción más típicamente masculina, a la que tiene acceso por la vía rápida de estar casada con algún gobernador o mandatario de medio pelo.

Tal vez, con la lejanía que imponen las rejas del zoológico podríamos conocer mejor la fauna que nos rodea. Mirar de cerca a las mujeres y hombres que próximos al poder se han enfermado de un delirio en el que las generalizaciones se hacen ley y, como ser joven es ser bueno, las urnas se llenan de votos por juniors burgueses e ignorantes.

Que ser primera dama es suficiente mérito para gobernar un estado o ser la escandalosa víctima de un gobernador poco afecto a la fidelidad conyugal puede hacer casi tanto como Big Brother por la fama para alcanzar el poder y una candidatura gratuita.

No cabe duda, estamos entrando en un proceso de democratización lento y doloroso. Para establecer las condiciones igualitarias en las que toda persona, joven, mujer, indígena o anciana, digna y preparada para ejercer el poder político pueda llegar a él legítimamente, tenemos que sufrir este exasperante y lento proceso de arribismo, ignorancia y abuso de poder.

Ojalá que el cantautor español, Joaquín Sabina, se equivoque y que surjan más jóvenes y mujeres que reivindiquen la democracia con su utopía e ideología, más allá de esta danza de la oligofrenia política que estamos viviendo en México.

*Directora del Centro Integral de Atención a la Mujer en Cancún.

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04/LC/GBG/SM

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