Seguramente el Noveno Foro Internacional de la AWID ya marcó la diferencia. Polacas o rusas, francesas o italianas, aimaras o tzotziles, todas en este espacio que duró cuatro días recuperaron varias palabras: feminismo, patriarcado y capitalismo salvaje.
Consiguieron condenar la guerra como solución y compararon sus diferencias: no es lo mismo ser mujer en Pakistán, donde sólo 25 por ciento del presupuesto es para la nación, que vivir en Estados Unidos, la gran potencia.
El viernes, antes de la partida, antes de las conclusiones, Malika Dut, autora de videos y luchadora por los derechos humanos, originaria de India y que vive en Nueva York, dijo sin ambages: aprovechemos el privilegio de las que podemos hablar para pedir los derechos humanos para todas y para todos.
Fue siempre, durante tres mañanas, ese espacio el más emotivo, o el más reflexivo. Se intentó el examen general y no había de otra: Farida Shaheed, socióloga del Centro de Recursos para Mujeres Shirkat Gah en Lahore, Paquistán, hizo cimbrar al auditorio al preguntarse cómo, cuando sólo se piensa en conseguir qué comer, «¿cómo identificar qué son los derechos humanos?»
La lección estaba en marcha. Y aunque para algunas todavía tiene sentido hablar con los gobiernos, con esos gobiernos unidos en Naciones Unidas, otras llamaron a la radicalidad y a movilizarse. No hubo contradicción, pero las latinoamericanas no pudieron nunca pronunciar «patriarcado» y las de las repúblicas ex soviéticas consiguieron, probablemente hace muy poco, identificar sus problemas específicos, los que descubrió el nuevo feminismo en los años 70.
En las instalaciones de un hotel de cinco estrellas lucieron los colores y los vestidos, pero también claramente las identidades, las muestras culturales, los libros y las alhajas, las telas, las muestras de arte artesanal de las mujeres originarias de cualquier parte y dentro lo que unía era el discurso.
Los ojos que se llenan de lágrimas de la ex jefa de gobierno del Distrito Federal, Rosario Robles, cuando escuchó a Sonja Licht hablar de cómo reconstruir el tejido social ahí, en la ex Yugoslavia. Ya está la paz, ¡muy bien!, ¿y quién verá a las chicas y chicos que vivieron tanta guerra?, ¿y quién reconstruirá el alma de las violadas en masa y de los hijos o hijas de esas violadas?
Como en película, quizá Rosario miró las imágenes de Chiapas, de la que no habló. Y probablemente en toda esta fiesta de la reconciliación con la politización del movimiento feminista y de sus apuestas, fue Bisi Adeleye-Fayemi, que tiene muchos títulos pero que principalmente como nigeriana ha creado el Fondo de Desarrollo para las mujeres Africana (AWDF), ella, quien insistió:
«No podemos dejar que el patriarcado, autoritario, guerrero, desequilibrado, el que tiene en sus manos el poder, los gobiernos, siga adelante promoviendo el hambre y la destrucción mundial». No pudo decir, no había ocasión que ése, encarnado en George Bush, es precisamente lo que las feministas de ayer, y de hoy, no quieren.
La reunión, la más importante desde que las mujeres, hasta en numero de 20 mil estuvieron en Pekín, también tuvo otro distingo. De las mil 300, 450 tenían menos de 30 años, eran las tan esperadas jóvenes, las mismas que hicieron una marcha de tres horas, nunca vista en México. Tres horas contra la ciega mirada del poder, acerca de lo que pasa en Ciudad Juárez, ante la impunidad divisa de los gobiernos que siendo democráticos no pueden, con todo, ir más allá.
La reunión de la AWID, por muchas, por esa mayoría de mujeres que puede decir sin ruborizarse «patriarcado» y «feminismo», marcó, sí, una diferencia. Veremos si tiene futuro.
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