Desde siempre me ha gustado mucho leer, pero sólo hace unos diez años aproximadamente que he aprendido a seleccionar lo que quiero leer.
En un momento dado compré un libro sobre la vida de Cleopatra escrito por una mujer. El libro se llama «Memorias de Cleopatra» y su autora es Margaret Georges. Es de todo punto recomendable y delicioso de leer.
Aquel libro me dio mucha más información de la que, seguramente, su autora pretendía al escribirlo. Entre otras cosas trató la vida de Cleopatra desde otro punto de vista al que nos tienen acostumbradas.
Descubrí que la reina egipcia era inteligente, culta y que dominaba entre otros, el arte de la estrategia para conseguir sus objetivos.
Pero ese descubrimiento vino de la pluma de una mujer, puesto que en otras biografías que había leído o en alguna película siempre se la había tratado como manipuladora, caprichosa, coqueta y otros atributos siempre relacionados con un concepto convencional y clásico de la feminidad.
A partir de aquel momento, cuando he querido leer alguna cosa sobre mujeres (y puedo asegurar que he leído bastante) ya no me he fiado de la visión de los hombres sobre la vida de las mujeres que me ha interesado conocer. Y el hecho de no fiarme no ha sido porque falseen la realidad o porque todos los autores sean misóginos. No, no ha sido por eso. Ha sido sencillamente porque los hombres en general están imbuidos por el sistema androcéntrico en el que vivimos y apenas cuestionan este sistema.
Viven cómodos en su estatus de privilegios e incluso algunos a quien la sociedad (que no yo) considera cultos y los hacen académicos de la lengua, se atreven a llamarnos imbéciles a las mujeres y hombres que reivindicamos el sistema sexo-género para poder seguir demostrando que la desigualdad existente entre mujeres y hombres es algo más cultural que biológico.
Ahora cuando quiero leer algo relacionado con la historia, procuro comprar libros escritos por mujeres.
Así cuando recientemente leí «La historia del rey transparente» de Rosa Montero descubrí ciertas leyendas y diestras historias que despertaron mi curiosidad feminista y seguí investigando.
Curiosamente al poco tiempo cayó en mis manos el libro «Las nieblas de Avalón» de Marion Zimmer Bradley y comprendí muchas cosas más.
Estos dos libros son novelas pero dejan entrever miles de matices de los problemas que a las mujeres nos ha generado el hecho de pertenecer a unas sociedades en la que los señores de faldas largas y negras llegaron a tener más poder que los propios estados.
De cómo ultrajaron no sólo nuestros cuerpos sino también nuestra memoria colectiva como mujeres sanadoras y cultas que conocían los secretos de las hierbas y de la tierra de la que extraían parte de su fuerza y de su conocimiento basado en la observación de los efectos de cataplasmas, infusiones y otro tipo de cuidados.
Nos negaron el derecho a ser personas con plenitud de derechos y eso lo seguimos arrastrando.
Ahora estoy leyendo un libro delicioso que también recomiendo a todas las personas que tengan ganas de saber un poco más. Se llama «Hierba mora» y ha salido (considero personalmente como un regalo) de la pluma de una mujer gallega, Teresa Moure. Es, sencillamente una joya desde mi punto de vista.
Así, libro a libro, letra a letra y autora a autora he descubierto que es cierto lo que ya pensaba hace tiempo y es que la historia no es como nos la han contado en las aulas de escuelas, institutos y universidades y de forma casi autodidacta aprendemos que las mujeres siempre hemos estado ahí, construyendo sociedades que incluso nos eliminaban físicamente por cuestionar poderes terrenales o celestiales, pero que nunca hemos dejado de estar.
Gracias a ellas somos hoy lo que somos y nuestra obligación es la de continuar en ese gran proyecto que se llama igualdad real entre mujeres y hombres. Se lo debemos a nuestras predecesoras y también a las que vienen detrás.
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*Feminista y periodista en Ontinyent, Valencia, España.
07/TM/GG
