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Esclavas o libertas, verdaderas transgresoras de su época

Por Dalia Acosta


Esclavas o libertas, las mujeres negras, mestizas y también blancas conquistaron pequeños espacios de poder en la Cuba de los siglos XVIII y XIX y se convirtieron en verdaderas transgresoras para su época.

«Ninguna mujer negra o mestiza fue impulsada a relatar su vida», pero la verdadera historia puede encontrarse en los archivos que atesoran los antiguos documentos legales, según la profesora de Historia de la Universidad de La Habana, María del Carmen Barcia.

Autora del libro La otra familia, una exploración sobre la familia cubana de color antes del siglo XX, Barcia dio voz a estas mujeres en su ponencia De esclavas a señoras: pequeños espacios de poder, presentada en la sede habanera de la Casa de las Américas.

Vidas que nunca fueron contadas por sus protagonistas, pero que bien pueden ser rescatadas, tuvieron así un lugar en el coloquio Las escrituras del yo en la cultura de las mujeres latinoamericanas y caribeñas, organizado por el Programa de Estudios de la Mujer de la institución cultural cubana.

Eran tiempos en que el esclavo podía cambiar de amo, reunir dinero, comprar su libertad, pero la mujer esclava carecía de esos derechos. Así y todo, aseguró Barcia, hubo un número apreciable de ellas que alcanzaron su libertad, fundaron un patrimonio económico y jugaron un papel importante en sus familias.

Las mujeres eran las reinas o matronas de los cabildos y bastaba con su palabra para designar a un capataz. Aunque no tenían acceso a las llaves del cofre, los documentos de la época reflejan el poder real de estas mujeres, su influencia en la población a su cargo y en la resolución de conflictos legales.

Entre las historias desempolvadas está la de Benita Lobainas, una mujer blanca que fue capaz de ir ante los tribunales y contar detalles de su vida íntima para recuperar la propiedad sobre una vivienda que su esposo había usado para pagar una deuda.

Quizás la más conocida es la negra haitiana Ursula Lambert, protagonista de una historia de amor que ha sido incluso llevada al cine. Lambert amó al inmigrante alemán Cornelio Souchay y ambos se dieron a la tarea de levantar lo que sería uno de los más importantes cafetales del occidente de Cuba, Angerona.

Al morir, en 1860, Lambert era dueña de la vivienda y de prendas de oro, coral y diamantes, poseía 21 esclavos y cuatro mil pesos en efectivo y había renunciado libremente a no reclamar a la familia de Souchay un préstamo que había realizado por valor de 20 mil pesos de la época.

De acuerdo con Barcia, Ursula pasa de mujer sostenida a mujer sostenedora. Fue ella la que le aseguró a Souchay sus últimos años y garantizó a sus herederos el capital que permitiría convertir el cafetal de Angerona en un ingenio azucarero.

Poco importa que no pudieran escribir sus biografías. Fueron mujeres que transgredieron lo que parecía imposible, forjaron normas de respeto a sus personas, inventaron un futuro, imaginaron el porvenir y vivieron día a día, en una época en que todo les era adverso, aseguró la historiadora cubana.

2005/DA/SJ

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