La literatura anglosajona de mujeres negras vio un boom en la pasada década, con historias de ficción y testimonios sobre su triple opresión –por raza, clase y género– pero ellas son mucho más que víctimas, asegura la investigadora londinense Tracey Reynolds.
El movimiento feminista negro dio un salto a la fama cuando la novelista estadounidense Toni Morrison ganó el premio Nobel de Literatura en 1993.
Las novelas de Morrison, de Alice Walker («El color púrpura») y de otras autoras son medios para dar a conocer la vida de las mujeres negras pero no solamente como personas que viven sumisión, tragedia y marginación.
Sin embargo, los editores esperan recibir de las escritoras negras historias que expresen su sufrimiento y donde exista un tono de protesta, señala Tracey Reynolds, investigadora de la Universidad de South Bank en Londres.
Lejos de la victimización, las diversas tendencias entre las mujeres negras buscan sacar a la luz sus éxitos en la lucha laboral, en la creación de programas para niños o en el activismo comunitario, explica Reynolds. «Quieren que el mundo sepa que se han preparado, que tienen educación y conocimientos para resolver sus problemas».
Su lucha no es exclusivamente racial; también implica una lucha de género ya que tienen que enfrentar las mismas cuestiones que las mujeres blancas, como el derecho a decidir sobre su educación, su familia y su trabajo, anota en el artículo «Reconsiderando el panorama del feminismo negro», distribuido en esta ciudad.
Estados Unidos y Gran Bretaña son las naciones donde el movimiento feminista negro es más fuerte en la actualidad. Pero suelen concentrarse, especialmente en el primer país, en la experiencia local de las afroamericanas haciendo a un lado a las caribeñas, africanas y hasta de la India.
Por lo anterior, aunque Reynolds reconoce que el movimiento feminista negro tiene sus raíces en la opresión, concluye que su objetivo hoy es buscar identidad colectiva y reflejar que ellas son agentes activos, no víctimas pasivas al definir sus mundos sociales.
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