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EU el país de las desigualdades

Por Soledad Jarquín Edgar

Pobres más pobres y ricos más ricos, muchos más pobres y unos cuantos ricos, es la realidad de América Latina y el Caribe. Realidad que hasta hace muy poco tiempo pensábamos dejaba fuera al llamado país más poderoso del mundo, Estados Unidos.

El 11 de septiembre de 2001 dejó al descubierto que la nación norteamericana es vulnerable, que los errores de inteligencia militar tuvieron un alto costo: miles de muertos y el orgullo de un país lastimado, ante la incredulidad del resto del mundo.

La «zona cero» en la ciudad de Nueva York se quedará por siempre como símbolo de la vulnerabilidad. El gran gigante fue brutalmente golpeado por lo que en algún momento se llamó la mano invisible del terrorismo. Ahí, estará una raíz de bronce como símbolo de la solidaridad que tuvo el pueblo norteamericano frente a los hechos. Las miles de manos de hombres y mujeres que buscaron sin encontrar supervivientes, entre los restos de las torres gemelas, símbolo de poder y modernidad.

El monumento, será también memoria, el recordatorio de aquellas largas horas de confusión, de dolor, de miedo y de una realidad, incluso, que llegó de pronto, que demostró que todo puede cambiar, que nada está a salvo y ese «nada» incluía la gran manzana.

En vivo, los ojos de millones de habitantes de este planeta vimos como se derrumbó el centro de negocios más importante. Entre los escombros los cuerpos de cientos de mujeres y hombres desparecieron. A los días, a los meses, sólo montones y montones de zapatos. Pedazos de seres humanos. Quién podrá olvidarlo.

Pero la vulnerabilidad de la nación más «importante» tiene otras caras. Una muy parecida a la de cualquier otro país del mundo, incluso de esos pueblos muy pobres, esos que tanto critica el país norteamericano.

Y aquí, abro un paréntesis, para decir que México es desde hace algún tiempo –según los expertos- el más que más personas expulsa en el mundo, unas 400 mil cada año, la gran mayoría hacia Estados Unidos. Superó, para que usted se de cuenta, a la India y a China.

A ese país, a la gran potencia mundial, se van miles de mexicanos y mexicanas en busca de oportunidades, pero la gran mayoría se encuentra con la cruel realidad de un país desigual y de desiguales. Tendríamos que ver la realidad de los nuestros compatriotas para entender.

Una desigualdad muy parecida a la que vivimos en cualquier otro país de América Latina y el Caribe. Sin embargo, al menos lo sabíamos.

Estamos conscientes de nuestras inequidades y buscamos formas de superar esos obstáculos. Una diferencia que en Estados Unidos -se decía- había quedado superada, excepto por la condición de la piel.

Es decir, la discriminación racial es una constante en el país norteamericano. Discriminan los blancos a los afro descendientes y éstos dos a los latinos. Las mujeres viven una fuerte violencia dentro de sus hogares y en las calles. Las y los emigrantes viven perseguidos, hacinados en campamentos de cultivo, en viviendas improvisadas, como personas de tercera un país de primer mundo. Las viviendas de unos y de otros son abismalmente opuestas y dramáticamente diferentes.

Katrina sólo nos ha demostrado que siempre los pobres serán pobres, aquí y en Estados Unidos y no precisamente como dice el lugar común «aquí y en China». Hoy es «esa gran potencia», «el importante país» el que exhibe las desigualdades.

Lo sucedido en Nueva Orleans dejó, otra vez, al descubierto las debilidades, lo vulnerable que es el país de las barras y las estrellas, ese que es capaz de avasallar una nación, aunque no resuelva nada. Es el mismo país que siembra terror en naciones menos potentes, menos ricas porque se cree superior al mundo entero.

Y, otra vez, por la televisión vimos el desastre. Así –en cadena internacional- Katrina dejó al descubierto que persisten las mayores inequidades entre los norteamericanos, mientras George W. Bush descendió de un avión tras unas largas vacaciones con su perro en brazos. Una imagen contrastante y desconcertante, porque mientras el presidente sostenía un perro, miles de mujeres y hombres sostuvieron en sus brazos a sus hijos e hijas, con la esperanza de que la ayuda llegara pronto, hasta que muchos se vencieron por el cansancio y se dejaron llevar por la fuerza del agua, por la furia de la naturaleza. A quién podrá culpar Bush.

Con esa imagen Bush, mostraba al mundo su desorden total como ser humano, en tanto, miles de mujeres y hombres imploraban comida y agua, imploraban ayuda.

El mismo hombre que mandó invadir Iraq para demostrar su fuerza, impone la censura para no mostrar sus muertos, porque entonces mostraría su derrota interna, pero seguían cayendo cuerpos, seguía muriendo la gente, pero no cualquier gente sólo los pobres, los discriminados, las personas de la tercera edad, las mujeres que tras la tragedia no pudieron sacudirse la violencia, como la niña violada y acuchillada en los baños del centro de convenciones de Nueva Orleans. Ese es Estados Unidos.

Esa es la gran potencia mundial, el país de las desigualdades profundas. Porque, si bien la pobreza duele, la discriminación, está visto, asesina. Y ese es, quizá, un pecado de soberbia, el pecado de un país que ve la paja en el ojo ajeno y que no es capaz de mirar su propia viga.

* Periodista integrante de la Red Nacional de Periodistas

2005/SJ

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