La novelista, dramaturga y activista detrás de los «Monólogos de la Vagina» habla sobre el apartheid de género, el peligroso abandono de las burqas y las semillas de violencia que hemos comenzado a sembrar.
Eve Ensler fue a Afganistán y a las mujeres que encontró no les preguntó sobre sus vaginas. Había, dice, temas más urgentes para discutir: «Las mujeres estaban siendo golpeadas y estaban muertas de hambre y viviendo en orfanatos. Entrar y decir, ‘Bueno, hablemos de tu vagina’ parecía tan banal.»
En cambio Ensler, la aclamada dramaturga, novelista y dínamo unipersonal detrás de los «Monólogos de la Vagina», ha centrado su preocupación por las mujeres de Afganistán en el tema mucho más amplio del apartheid de género de ese país.
Después de visitar Afganistán el año pasado, Ensler se embarcó en una cruzada por aumentar tanto la conciencia sobre la crisis como los fondos para el grupo activista feminista afgano RAWA, que subrepticiamente ayuda a las mujeres oprimidas por el régimen talibán.
Sus esfuerzos, que incluyeron una exitosa representación de los «Monólogos de la Vagina» en la que actuaron celebridades para recaudar fondos (como parte de la campaña mundial anti-violencia «V-Day»), la han ayudado a convertirse en una de las más fervientes defensoras de las mujeres afganas.
Ensler ha armado su carrera sobre la base de la relación entre género e identidad y la violencia contra las mujeres, como lo manifiesta, en parte, a través de las ideas de las mujeres sobre sus propias vaginas.
No se refrena. Por propia admisión es una feminista radical que hace que la gente se enfrente con aquello que la pone más incómoda. Su objetivo es quedar sin trabajo: erradicar en todo el mundo la violencia hacia las mujeres, es algo que espera lograr en diez años. Y se dedica a esta ardua tarea con un malvado sentido del humor, una energía sin respiro y una increíble habilidad para atraer a su órbita a todas las personas que encuentra: desde Glenn Close y Hillary Clinton hasta la mesera del café donde tenemos la entrevista.
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