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Faltan apoyos para las campesinas cubanas

Por Dixie Edith
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Garantizar mejores condiciones de vida y trabajo en los campos cubanos podría ser una de las claves para promover la incorporación de las mujeres a las labores agropecuarias, aseveraron especialistas.
 
Tras media vida dedicada a la producción avícola, Tamara Ferral Luis, de 54 años, cree que es “un cuento de caminos” la idea, muy arraigada en los espacios rurales de la isla, de que “el trabajo del campo le hace daño a las mujeres porque no tienen la misma fuerza que los hombres”.
 
“Si por eso fuera, yo no estaría viva, porque en mi vida he guataqueado, he cargado sacos de pienso, he sembrado…, he hecho de todo en el campo”, explicó a SEMlac.
 
Aunque nació en el municipio de Medialuna, en la oriental provincia de Granma, a unos 700 kilómetros de la capital, Ferral emigró desde los 21 años a la provincia de Matanzas, 600 kilómetros al oeste, donde aún vive y trabaja.
 
Actualmente es la “profe” del espacio de enseñanza avícola del Instituto Politécnico Agropecuario (IPA) Álvaro Reinoso, subordinada a la unidad Minerva Duarte, de la Empresa Provincial de Avicultura de esa provincia del occidente cubano, distante apenas 100 kilómetros de La Habana.
 
Pero antes, “cuando era joven y recién llegada del oriente”, laboró durante 13 años en el nudo productivo de la Minerva Duarte.
 
“Me ayudaron mucho porque, si no, no hubiera podido. Cuando llegué, uno de mis tres hijos aún era bebé y los otros no eran muy grandes. El chiquito se crió prácticamente entre las aves”, relató.
 
En esa época, la unidad donde trabajaba Ferral tenía 32 naves de pollos de ceba, todas atendidas por mujeres. Los hombres se dedicaban sólo a las labores de mantenimiento.
 
“Se trabajaba mucho. Cada mujer atendía dos naves y teníamos que acarrear los sacos de pienso, que tenían tremendo peso. Luego cambiaron las condiciones y las mujeres se fueron yendo, la unidad se fue haciendo más pequeña. Yo también me fui”, contó.
 
Después de unos años trabajando lejos de las tareas del campo, Ferral regresó en 2012 a ocuparse de la práctica docente que coordina la Minerva Duarte.
 
“Me gusta el campo, pero ahora estoy enferma: tengo hipertensión arterial, diabetes, artrosis y una hernia discal. Aquí es más tranquilo, aunque hay que estar al tanto de los estudiantes, pero yo tengo carácter y los controlo”, detalló.
 
Ferral no cree que sus enfermedades de hoy sean una consecuencia directa del arduo trabajo en las naves avícolas que mantuvo, día tras día, durante 13 años. Pero podrían serlo.
 
Sin embargo, de cualquier modo reconoció que “tener mejores condiciones de trabajo ayuda, sobre todo, cuando se es joven y madre de hijos pequeños”.
 
MUJERES EN MOVIMIENTO
 
Las mujeres constituyen alrededor del 47 por ciento de las personas que habitan en las áreas rurales cubanas, según Datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo (Cepde), de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).
 
Sin embargo, también son las que más emigran a zonas urbanas, sobre todo hacia la capital, confirmó desde fines del pasado siglo la Encuesta Nacional de Migraciones Internas (ENMI), realizada en 1995 por investigadores del Instituto de Planificación Física (IPF), el Centro de Estudios Demográficos (Cedem) de la Universidad de La Habana, y la entonces Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).
 
Las causas más mencionadas por las mujeres para abandonar los campos fueron el matrimonio, el divorcio, la necesidad de acercamiento a seres queridos y otras similares.
 
Pero la insatisfacción con el empleo y la búsqueda de opciones laborales en otros territorios les seguían muy de cerca, según la abarcadora investigación que contó con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas.
 
El más reciente “Estudio de las migraciones internas”, realizado por Cepde y Cedem, a partir de las bases de datos del Censo Nacional de Población y Viviendas de 2002, corroboró esa tendencia a la feminización de la migración interna.
 
Otras pesquisas del IPF, además, confirmaban a fines de la pasada década que las principales causas del abandono de los pequeños asentamientos rurales estaban asociadas con el transporte, la dotación de agua potable y disposición de residuales, la electrificación y alumbrado público, las telecomunicaciones y urbanización, la vivienda y las posibilidades de superación y recreación.
 
Un estudio de caso acerca de la incorporación de las mujeres al sector cooperativo y campesino de la provincia de Santiago de Cuba, parte de la tesis de maestría del ingeniero agrónomo Nardy Alexis Martínez Mojena en 2006, demostró malas condiciones de trabajo y vida en las cooperativas de esa provincia, vecina de Granma, desde donde emigró Ferral.
 
Los aspectos más señalados fueron la falta de viviendas, la poca estimulación a las mujeres, la escasez de instrumentos o herramientas, y la débil atención por parte de las empresas en esos espacios productivos.
 
Igualmente, en línea con los resultados del IPF, fueron citadas la escasez de transporte, avenidas en mal estado, ausencia de círculos infantiles y redes de apoyo al hogar, entre otras carencias que impactan en las condiciones de vida, en particular de las mujeres.
 
Otra indagación con enfoque de género realizada en cooperativas de Camagüey, a 535 kilómetros de La Habana, y publicada en la revista Temas en 2012, también detectó ausencia de servicios de apoyo al hogar o lejanía de los que existían, según sus autoras, Maribel Almaguer Rondón, de la Universidad de Camagüey, y Ana Lidia Torres Armenteros, de la Universidad Médica de ese territorio.
 
MÁS ATENCIÓN, MÁS PRODUCCIÓN
 
“Si las mujeres no están fortalecidas con condiciones de trabajo, conocimientos y recursos, no podrán avanzar”, explicó a SEMlac Trinidad Sierra Zambrano, especialista en Desarrollo Humano y coordinadora de Proyectos de Colaboración de la ACPA en Granma.
 
En ese sentido, la tesis “Investigación participativa con enfoque de género en la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) Organopónico Vivero Alamar”, en La Habana, de Isis María Salcines Milla, recomienda “crear las condiciones básicas apropiadas”.
 
“Se deben continuar las acciones encaminadas a lograr el mejoramiento de las condiciones laborales de la mujer e incrementar las actividades de capacitación”, puntualizó la autora en este trabajo de diploma, defendido en la Universidad Agraria de La Habana.
 
Y la situación no sólo afecta a trabajadoras avícolas o a las del sector cooperativo.
 
“Las trabajadoras forestales, como otras del sector agrario, además de los rigores de la escasez de ropa y calzado adecuados y medios de protección individuales, soportan muchas dificultades con el transporte para trasladarse a sus puestos de labor; así como la falta de círculos infantiles”, reconoció Julia Muriel Escobar, de la Dirección de Cuadros del Ministerio de la Agricultura, durante el VI Balance Anual de Género, a fines de 2012.
 
La técnica en Anatomía Patológica Graciela Soria Rodríguez, matancera de 45 años, coincide con estas evaluaciones.
 
Aunque ahora tiene “la suerte”, según asevera, de trabajar en el Laboratorio de Investigaciones y diagnóstico Aviar de la Empresa Avícola Matanzas, laboró durante casi una década en diversas unidades, directamente en la producción.
 
“Me gusta el campo y sobre todo su gente, que son muy consagradas. Pero es muy sacrificado”, aseguró a SEMlac.
 
“Además del esfuerzo físico, que es enorme, el de la avicultura es un trabajo de tiempo completo, sin fines de semana, pues las aves no dejan de comer sábado y domingo, se descansa solo un día a la semana y las mujeres en Cuba todavía somos las responsables de los hijos, de la casa…”, agregó.
 
Soria defendió la necesidad de apoyo y comprensión para las cubanas de los campos por parte de quienes las dirigen “porque las dificultades, las cargas; esas ya están garantizadas”.
 
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