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¿Feminista, yo?

Por Cecilia Lavalle

No, si yo no quiero hablar mal de los hombres. Yo no los odio. ¡Son tan lindos! Así respondió una joven actriz mexicana cuando un periodista le preguntó si se consideraba feminista. ¿Eso significa ser feminista?, me pregunté, ¿hablar mal de los hombres? o, peor aún, ¿odiarlos? ¿Así de simple? Digo, porque haciendo a un lado que yo adoro a mi marido, a mi hijo, a mi padre, a mis hermanos, a muchísimos amigos, que admiro y respeto a muchos varones aunque no sean mis amigos, y que no me da ninguna gana odiar a los hombres, así en general, ¿de verdad en eso consiste el feminismo? ¡Vaya, haberlo dicho antes!

Desde hace años estoy tratando de entender, de encontrar respuestas a las razones por las que las mujeres, en general, sin importar su condición económica, raza, religión, nacionalidad, sino por el simple hecho de ser mujeres compartimos una situación de desigualdad frente, incluso, al más pobre y desposeído de los hombres. ¿Ellos tienen la culpa? ¿Mi padre tiene la culpa? ¿Mi hijo tiene la culpa? ¿Mi nieto –si algún día tengo uno– la tendrá?

Me parece que es más complicado que eso. Y bien podemos reflexionar al respecto en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Porque cómo explicar, por ejemplo, que de los mil 500 millones de personas que viven en la pobreza absoluta, siete de cada 10 son mujeres; que 66 por ciento de las personas analfabetas son mujeres; que en 22 países de África por cada 10 niños sólo hay dos niñas estudiando primaria; que en Pakistán 72 por ciento de las escuelas secundarias no permita el ingreso a mujeres.

Cómo explicar que en México, en comunidades menores a dos mil 500 habitantes, siete de cada 10 mujeres no tienen educación básica completa, y dos de cada 10 ninguna instrucción; que en las áreas rurales de nuestro país apenas tres de cada 100 mujeres fueron a la universidad o ya son profesionistas; que apenas hace unos días obtuvo un posgrado una indígena tzeltal, siendo la primera mujer de su etnia en lograrlo.

Cómo explicar que mujeres y niñas hagan dos tercios del trabajo mundial por el cinco por ciento de los ingresos, ya que mucho de ese trabajo es mal remunerado, no remunerado o ni siquiera es contabilizado como trabajo (caso del doméstico). Cómo explicar que en muchos países los sueldos que perciben las mujeres son menores a los de los hombres entre un 20 y un 50 por ciento.

Cómo explicar que en 28 países de África, Asia y Medio Oriente se continúa practicando la mutilación genital femenina, frecuentemente como una manera de garantizar la fidelidad de la mujer. Se calcula que cada año dos millones de niñas son mutiladas, y esta cifra se suma a las 130 millones de niñas y mujeres que han sido sometidas a esta práctica.

Cómo explicar que pese a constituir más de la mitad de la población la presencia de las mujeres en ambas cámaras en el mundo no sobrepasa 15 por ciento; que en México de más de 300 gubernaturas que se han elegido en los últimos 50 años sólo cuatro han sido ocupadas por mujeres, y dos de ellas en calidad de interinas; que en 42 años sólo nueve mujeres han sido ministras de la Suprema Corte de Justicia de nuestro país.

Cómo explicar los cientos de mujeres violadas, torturadas, mutiladas y asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, o en Guatemala sin que se haga justicia o se evite. Cómo explicar que al año mueran alrededor de 55 mil mujeres víctimas de violencia; que en países como Estados Unidos, Canadá, España, Finlandia, Australia, Zimbawe o Rumania siete de cada 10 asesinatos de mujeres sucedan en el ámbito familiar; que en México una de cada cinco conciudadanas sufrió alguna forma de agresión en sus hogares el año pasado, y una de cada tres asegura haber sufrido alguna vez en su vida violencia de distintos tipos en sus hogares. Cómo explicar que cada año cuatro millones de mujeres y niñas formen parte del tráfico sexual y que éste se haya convertido en el tercer negocio más lucrativo del mundo. Cómo explicar que frecuentemente las mujeres sean agredidas por su victimario y por un sistema judicial y una sociedad que las culpa.

¿De verdad es tan simple como culpar a los hombres? ¿A todos? ¿Y entonces porqué ellos también a menudo son víctimas de una cultura que los obliga a ser fuertes, competitivos, insensibles, violentos? Creo que es mucho más complicado que dividir al mundo en malos y buenas. Las injusticias y desigualdades son tantas y de tal magnitud que el maniqueísmo no me basta. Soy una feminista autodidacta. En el feminismo he encontrado muchas respuestas y me he planteado muchas y nuevas preguntas; he leído textos maravillosos escritos por mujeres sabias; he descubierto distintas corrientes dentro del feminismo entre las que voy navegando con incertidumbre y libertad; he conocido a mujeres extraordinarias cuya valentía y compromiso con las otras me conmueve y me admira. Así que si me preguntan, sin duda contestaría: ¿Feminista, yo? ¡Cómo no serlo!

*Articulista y periodista de Quintana Roo.

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04/CL/GBG/SM

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