Cuando muere una feminista, como el 7 de diciembre de 2008, algo en la ecuación duele. Es una resta, y en la camino a la igualdad nos gusta sumar y multiplicar. La muerte de Cecilia Loría Saviñón es una resta para una nación a la que le urge sumar y multiplicar luchas por los derechos de las mujeres.
No tuve el privilegio de ser su amiga ni su alumna, ni de trabajar a su lado en alguno de los muchos proyectos que llevó a cabo para que la agenda de las mujeres estuviera presente en las más altas esferas del poder, ahí donde se generan las políticas públicas, ahí donde se toman decisiones que afectan, para bien o para mal, a mujeres.
La conocí en 2005 cuando impartió la conferencia "Mujeres sin miedo al poder y en el ejercicio de la administración pública", a cuyo término me concedió una entrevista.
En aquel entonces escribí: "Alta, de cabello castaño, vestía un traje de pantalón, blusa y saco color fucsia; su rostro, casi sin maquillaje, estaba enmarcado por unos pequeños aretes color azul rey. Una mujer a mi lado comentó: ‘pensé que era más… más…’ ¿masculina?, pregunté yo; ‘sí, la imaginé menos femenina’, me respondió. Y mientras la ponente iniciaba su conferencia pensé que, como sucede a menudo, su sola personalidad derribaba uno de los estereotipos en que suelen visualizarnos a las feministas".
A Cecilia no le gustaban los estereotipos. Luchaba contra el estereotipo del rol femenino, y reivindicaba el derecho de las mujeres a ser seres humanos integrales.
"Tradicionalmente –me dijo en entrevista– a las mujeres se les arrebató una parte en la cual podían desarrollarse intelectualmente, profesionalmente, políticamente, etcétera. Y lo que se está planteando desde la perspectiva conservadora, es que la mujer tiene que permanecer en las cuatro paredes del hogar, tiene que renunciar a poder desarrollar habilidades, capacidades, destrezas y saberes que tienen que ver con la vida pública.
"Yo creo que las mujeres aspiran a dejar de ser mujeres escindidas para poder ser personas integrales, sin tener que renunciar a algo por el hecho de ser mujeres".
De los hombres también hablaba como seres escindidos: "Los hombres también tienen derecho a llorar, a ser tiernos, a vivir su parte maternal, en el sentido que tiene que ver con la ternura, con el afecto, con el compromiso con los hijos; y no por ello vamos a decir que se están feminizando".
Nacida en 1951, perteneció a una generación transformadora, la del movimiento del 68, la de las píldoras anticonceptivas, la de la irrupción del movimiento feminista en México.
Aunque ya había hecho cosas "que tenían que ver con transgredir el rol tradicional", se asumió como feminista durante su participación en las reuniones preparatorias de la Primera Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en México en 1974.
Y durante más de tres décadas feminismo quiso decir: "pelear por los derechos de las mujeres, pelear en contra de todas las formas de discriminación, y por una democracia de la inclusión y la pluralidad".
Por eso luchó y trabajó en diferentes espacios. Durante 10 años colaboró con Rosario Ibarra en la búsqueda de desaparecidos políticos; también laboró en el Grupo de Educación Popular con Mujeres (GEM); contribuyó a fundar la agrupación política Causa Ciudadana, que promovía la educación cívica y la capacitación política; ayudó a darle vida al Programa Nacional de la Mujer (Pronam) antecedente del actual Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres); y dirigió el Instituto Nacional de Solidaridad, adscrito a la Secretaría de Desarrollo Social, entre otros.
El 25 de noviembre, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal le otorgó el premio Hermila Galindo por su destacada trayectoria de vida, dedicada a al defensa, promoción y difusión de los derechos humanos y la equidad de género.
Falleció el 7 de diciembre tras perder la batalla contra el cáncer.
Gracias, Cecilia, por sembrar un mundo mejor para las mujeres.
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*Periodista y feminista mexicana en Cancún Quintana Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
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