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Guerrera de la tierra: historia de una mujer mapuche

Por la Redacción

De la diferencia hizo su orgullo, cuando pudo dejar las miradas despectivas de la escuela y el espejo la devolvió no sólo hermosa, sino cargada de un sentido silenciado. Hoy Moira Millán, mapuche, madre de cuatro hijos, con cinco causas judiciales en su haber por cortes de rutas y una más por haber ocupado durante seis años un terreno fiscal en lo que fue la tierra de sus antiguos, pelea contra el Goliath del mercado. Pero no se asusta.

El vestido negro –tan intenso que tiene que destilar azul, según le enseñaron su mamá y su abuela– habla de ella, aunque uno no sepa leerlo. Ella va a contar que su kupan o vestido tiene un solo hombro ceñido porque está casada; que la geometría de la tela cuenta por ella, aunque ella lo tenga que contar, que vive en pareja, y que su tupu o prendedor plateado también refleja los signos de su vida, como la maternidad.

Una vida que empezó en una villa de Bahía Blanca, sintiéndose diferente, y transcurre ahora, a los 35 años, en la comunidad mapuche Pillan mahuiza (montaña sagrada), de Corcobado, Chubut, reivindicando esa diferencia, vistiendo de negro su tez oscura y contando en la tela su vida también geométrica, de acuerdo con el portal E-leusis net.

Tiene cuatro hijos: Violeta (11), Juan Ernesto (10), Llanka (6) y Rantuy (4). Cada uno es especial; por orden de aparición: por ser la primera, por ser el único varón, por haberla tenido sola de toda soledad al borde del río (y al borde del desamparo de las madres solas) y, por último, por haberla vivido más feliz en compañía, esta vez, de un compañero de vida. Le gusta llamarse a sí misma guerrera de la tierra.

Es integrante del Frente de Lucha Mapuche y Campesina: «Nosotros somos los que peleamos contra el Goliath del momento y los que no tenemos voz».

–¿Cómo conjugas tu lucha con la filosofía mapuche?

–Desde la perspectiva mapuche, cuando llevas una vida de equidad con la naturaleza no te mueres, sino te transformas. Mi mamá falleció en el 2002. Yo estaba cortando la ruta y ella, que ya estaba inválida, se quedó con mis hijos. Ella apoyó mucho mi lucha. Yo estaba coordinando el corte de ruta en contra del remate de la Patagonia y en contra de la minería. Eramos 50 mapuches y, en ese momento, nos fue muy mal. Ella se enfermó gravemente y llovía y llovía pero, como era mi mamá, no fueron a buscarla de Defensa Civil.

«Cuando llegué ya era tarde, aunque alcanzamos a hablar y ella lloró. Sentí que ella se iba a morir porque era una mujer muy fuerte, de no llorar. Me fui a cuidar a mis hijos para que ella pudiera estar internada. Y esa noche murió. Me quedó esa pena tan enorme. Yo pensaba si la lucha valía la pena, porque vamos perdiendo en el camino tantos seres que amamos y tantas cosas que nos van pasando. Pero toda mi vida, cada vez que me enfrentaba a la policía, al ejército, a los que protegen los intereses de los que nos están saqueando, siempre sentí la fuerza de mi abuela. Y cuando mi mamá murió, el consuelo fue que ella se sumaba a ese otro espíritu para acompañarme.

«Hoy en día hay cóndores en mi casa; es rarísimo que los cóndores bajen adonde está la gente, pero cada vez que hacemos una ceremonia o vamos al cementerio a hablarle a mi mamá aparecen. Siempre. Entonces, estoy convencida de que ella se convirtió en un cóndor. Y es muy fuerte para mí. Yo sé que ella está ahí. Ahora estamos peleando contra seis represas que quieren emplazar en la zona y con las que todo ese lugar –11 mil hectáreas de tierra– quedaría 60 metros bajo el agua. También el cementerio donde está mi mamá quedaría bajo el agua. Nosotros estamos luchando para que eso no suceda.

«Yo sé que ella está ahí, acompañándonos. Esa es la visión que tiene el pueblo mapuche. Nos sentimos parte de esta naturaleza, parte de esta tierra. Por eso, nuestra lucha es muy diferente a otras. No peleamos sólo por cómo se reparte la torta, que es la discusión entre la izquierda y la derecha; tampoco estamos de acuerdo con los ingredientes que componen esa torta. Nosotros queremos amasar un pan nuevo, distinto. No queremos la planta de Repsol para pedir trabajo; no se trata de que se privatice o se estatice la explotación petrolera, sino que esa explotación deje de contaminar y matar a la tierra».

–¿Cuál es tu modelo de vida?

–Yo hace quince años que no tengo televisión. Para mí los electrodomésticos son jueguitos. En Buenos Aires me la paso jugando con los batidores. Está lindo para divertirte un ratito, pero hay cosas que me parecen cómicas. Nosotros no podemos vivir sin el río, los árboles, las piedras, las hierbas medicinales. Pero las cosas que ofrece la sociedad de consumo son prescindibles.

«¿Qué es la pobreza? La gente tiene que volver a la tierra. Yo nací en Bahía Blanca y ahora, en el campo, me convertí en la persona más feliz del mundo: vivo en una casa de material que se va a convertir en la primera escuela autónoma mapuche. No podemos seguir pidiéndole al Estado, porque el asistencialismo es el peor cáncer. ¿Pero de qué vale seguir denunciando la venta de tierras si nadie quiere ir a la tierra?»

–¿Qué es lo que denuncian?

–Una de nuestras denuncias menos escuchadas es que Marcelo Tinelli compró 2 mil 500 hectáreas en Río Persei, que queda a 13 kilómetros de la ciudad de Esquel, en Chubut. Es un lugar que no tiene teléfono, ni transporte; está perdido en el tiempo, olvidado, pero es paradisíaco. Algunos pobladores se pusieron contentos porque, por ejemplo, les llegó la luz. Pero en la laguna Trafipam ponen gente de seguridad que no permite ni ir a la laguna.

«Además, tiene un megaproyecto turístico de instalar en el cerro el centro de ski más importante de Latinoamérica. A la gente le dijeron que van a vivir en el lugar y que van a ser parte del paisaje turístico. Por eso, mucha gente está de acuerdo. Pero ese proyecto va a tener un gran impacto ambiental. Además, mientras el empresario levanta mansiones y cerca el lugar, la gente no tiene ni siquiera más leña en el invierno. «Entonces, ese lugar que pertenecía al uso colectivo de la tierra y a los pobladores se pierde, mientras que los mapuches en muchos lugares, como Lago Puelo y Corcobado, seguimos reclamando por nuestro derecho a los títulos colectivos de propiedad de la tierra.

–¿Te gustaría que en los medios hubiera más modelos de mujeres indígenas?

–Ya ser mujer es difícil en nuestra sociedad, ni hablar de ser mujer indígena. Hay un modelo de mujer, de mamá, de esposa. Pero las mujeres mapuches no deberíamos buscar ser top models u ocupar espacios de cosificación y venta de nuestra imagen. Hay que trascender eso. Yo visto mi ropa ancestral, que está reflejando la pureza del pueblo porque el color negro representa la pureza y, dicen las ancianas, que tiene que ser tan intensamente negro que destelle azul.

«Todo tiene que mostrar mi filosofía y mi espíritu. Para mí eso es estar bien vestida y no estar a la última moda. La sociedad de consumo también está haciendo una exacerbación de la sexualidad, mientras que el pueblo mapuche ha vivido plenamente, sin necesidad de psicoterapias y qué sé yo, su sexualidad».

–¿En la cosmovisión mapuche la sexualidad tiene menos represión que en las sociedades judeocristianas?

–El pueblo mapuche no tiene ninguna represión. Eso viene con la conquista, cuando el cristianismo trae toda la parte represiva. En principio, no existe la imagen de papá-mamá-hijos. Los chicos no son propiedad de los padres, pertenecen a toda la comunidad. Tampoco existe el tema de la fidelidad, sino el respeto a nuestra propia naturaleza.

–¿Cuál ha sido el lugar de la mujer en la historia mapuche?

–El pueblo mapuche ha tenido ancestralmente una relación de género muy igualitaria, con equidad de género. Nunca hubo un papel específico de los hombres que no pudieran cumplir las mujeres. Nosotras podíamos ser sacerdotisas -machis-, comandantes o guerreras. Siempre tuvimos voz y voto y fuimos las trasmisoras de la sabiduría con los niños. El pensamiento filosófico de nuestro pueblo ha sido respetar la naturaleza, y esto incluye a la naturaleza de cada uno de nosotros; inclusive la elección de la pareja depende de esa naturaleza.

«Hay hombres que necesitan más de una mujer para poder sentirse complementados -hay que descolonizarse para entender lo que estoy diciendo, porque no se puede ver desde la perspectiva sexual-. Eso se llama poligamia y se practicaba en la comunidad mapuche. Pero también había poliandria: mujeres machis que podían tener más de un marido y no por una cuestión erótica, sino por complementariedad espiritual.

«Había diversidad y no un modelo hegemónico heterosexual y monogámico. Así como en la naturaleza hay diversidad en los animales, las plantas y las flores, tampoco se puede exigir que todos los seres humanos seamos iguales. En ese sentido, había un respeto muy importante por la mujer. Pero cuando llega el judeocristianismo rompe con todo eso e impone el machismo que se ha internalizado en nuestras comunidades, aunque no como un elemento cultural ancestral, sino como resultado de la colonización.

«En las comunidades todas las mujeres pasamos por etapas de abandono, violencia familiar, una situación muy marginal. Aun así, viviendo con esa opresión, las mujeres mapuches tenemos una visibilidad en la lucha y un protagonismo muy grande. Yo me siento respaldada por los hombres mapuches. Actualmente, en las comunidades existe un papel equivalente al de los caciques tanto entre mujeres como hombres. Yo creo que el pueblo mapuche tiene mucho, desde su sabiduría ancestral, para aportar en una sociedad nueva, y que no se va a poder destruir el machismo si no repensamos la sociedad en su totalidad.

–¿Cómo sufren la discriminación las mujeres indígenas?

–La discriminación la sufren todas las mujeres que no cumplen con el tipo físico que impone la cultura de moda. Pero yo creo que no deberíamos buscar un modelo económico y social más justo, sino una nueva sociedad en la que una de las prioridades sea la ternura. Yo sueño un mundo donde la ternura sea posible.

*Periodista

05/LP/YT

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