En América Latina y el Caribe viven 75 millones de mujeres indígenas y afrodescendientes, 90 por ciento en pobreza, y aunque aportan históricamente su trabajo doméstico no remunerado y también remunerado, se sintieron excluidas aquí en la Conferencia Regional de la Mujer por un racismo estructural.
También están marginadas, por ser mujeres, de otros espacios. Hoy, que se celebra el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, enfocado a la biodiversidad y el cambio climático, en el evento oficial de las Naciones Unidas que destaca su aporte para cuidar el ambiente o guardar el conocimiento de las plantas medicinales.
«Nos encargamos del trabajo no remunerado aunque no se nos de ese crédito en el Consenso de Quito», dijo María Inés Barbosa, ex viceministra de Raza de Brasil, con relación al documento final de la X Conferencia Regional de la Mujer de América Latina y el Caribe.
«Racismo y machismo beben en la misma fuente», agregó en un foro sobre la Ciudadanía y Derechos de las Mujeres Indígenas y Afrodescendientes organizado como un evento alterno de la Conferencia bajo el auspicio del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem).
Barbosa explicó con una escena común colonial al fondo, donde la nana es negra y los padres blancos, que a lo largo de todo el continente «el racismo está en la estructura de los Estados nacionales» lo que genera un rechazo a usar el término de forma oficial.
DEL SILENCIO A LA PALABRA
En tanto que Margarita Antonio, mitad miskito, mitad afrodescendiente, detalló el proceso de hacerse escuchar en espacios de Naciones Unidas que inició en 2003 cuando «asaltaron» la sede de la ONU durante la sesión anual del Foro Permanente Indígena.
Sin embargo, recapituló como ese reconocimiento decayó desde la anterior Conferencia Regional de la Mujer, en la Ciudad de México, tanto por delegaciones oficiales como por la sociedad civil.
Han pasado 30 años desde la Primera Conferencia Mundial de la Mujer, cuando Domitila Chungar puso en la mesa las necesidades diferentes de las mujeres indígenas, recordó la comunicadora quechua Tarcila Rivera Zea «para que las indígenas salgamos del silencio a la palabra».
«Lo que no se nombra no existe. Si no nos nombran, no vamos a existir en las políticas públicas», sostuvo la ex diputada Epsy Campbell.
«Nadie es racista, pero nadie reconoce el racismo», dijo la feminista afrodescendiente Nilza Iraci al argumentar que es importante que otras feministas reconozcan que pueden hacer maestrías, doctorados o hasta investigaciones sobre las mujeres indígenas, gracias a que las últimas les cuidan sus hijas e hijos y casas.
PARTICIPACION POLITICA
Aunque en América Latina haya ejemplos de mujeres indígenas o afrodescendientes destacadas como Epsy Campbell o la aymara Nemesia Achacollo, vicepresidenta de la Cámara baja en Bolivia, en la actualidad son 10 parlamentarias de estas identidades en toda la región.
En el caso de México, donde 10 por ciento de las mujeres son indígenas y dos por ciento afrodescendientes, concentradas en el estado de Guerrero, según estadísticas oficiales, la primera diputada indígena y última fue Cirila Sánchez quien llegó al poder en 1983, en la LII Legislatura del estado de Oaxaca.
Marijke Velzeeboer-Salcedo, directora de Unifem para América Latina y el Caribe, recordó el papel de las agencias de la ONU «estar aquí y escuchar no es un favor, es un mandato» al concluir el foro en el último día de actividades de la Conferencia.
07/MR/CV