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Hay culpables por los derrumbes

Por Rosalinda Hernández Alarcón*

En estos momentos de desolación en Guatemala y falta de salidas claras a problemas sociales de gran envergadura, recupero las palabras del filósofo brasileño Leonardo Boff, quien sugiere que las angustias pueden ayudar a sacar de la inercia, porque ayudan a provocar la reflexión, el interés por conocer o la búsqueda de nuevos derroteros.

Cabe señalar algunas informaciones, que poco se conocen y se refieren a las consecuencias que sufre la gente, más allá de las intensas lluvias porque devela la gran debilidad del Estado para garantizar la vida y el bienestar de sus habitantes.

Miles de personas trabajadoras, obligadas a viajar diariamente por no encontrar empleo, ni forma para obtener ingresos en sus lugares de residencia, están viviendo momentos muy difíciles porque sus ventas han disminuido de manera significativa o ha sido imposible presentarse a sus labores algunos días, lo que redunda en el monto de sus salarios.

La pobreza en que subsisten miles de familias campesinas e indígenas se está agudizando ante la presencia de enfermedades, que sin ser graves, adquieren características delicadas por la falta no sólo de atención médica adecuada, sino por carecer de abrigo que los cobije de una humedad acumulada y los proteja de tanta insalubridad. En este panorama, como en otras situaciones, las mujeres llevan la peor parte.

Cuando se recomienda no viajar, se ignora que la mayoría de los traslados son obligados, porque no hay una decisión entre diferentes opciones. En estos días, en la Carretera Interamericana sentí miedo al ver cómo caían pequeñas piedrecillas anunciando una nueva avalancha de tierra.

Y recordé que tuve esa misma sensación en varios recorridos mientras construían años atrás la ampliación de esa vía. El desgajamiento de las montañas (partidas con maquinaria o explosivos) no es algo imprevisto, mujeres y hombres de Chimaltenango, Sololá, Quiché, Totonicapán y Quetzaltenango lo sabían, incluso presenciaron más de alguno.

Por eso no les reconfortan las palabras de quienes alegan que las excesivas y prolongadas lluvias provocaron los desastres. Tampoco les merece ninguna credibilidad los llamados de funcionarios y empresarios a proteger la naturaleza, porque son los mismos que avalan este modelo económico que destruye fuentes de agua, territorios, bosques, montañas.

Menos aún los convence la polémica entre el Colegio de Ingenieros y el gobierno, unos asegurando que hay errores en la construcción de la mencionada carretera y otros diciendo lo contrario; por ello demandan castigo para los responsables humanos de los derrumbes que han traído múltiples pérdidas.

Ése sería un nuevo derrotero, porque dañar a las montañas no es cualquier cosa, trae consigo graves consecuencias, delitos que no deben seguir impunes.

* Periodista mexicana radicada en Guatemala, editorialista, integrante de la organización La Cuerda, cofundadora de la Red Centroamericana de Periodistas.

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