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Herencia de la vida familiar

Esta es la última entrega del tema que hemos tratado en las dos columnas pasadas: la forma en que influye en nuestra composición corporal, la herencia de la vida familiar, para ello hemos retomado el artículo de la psicoterapeuta Fátima Contreras Romero que lleva por título «La familia en la construcción de un cuerpo», en donde expone su experiencia en el proceso psicosomático vivido en tres de las generaciones de su propia familia.

Aunque no lo dice de manera explícita, al exponer su recuento familiar la autora ubica los pasos que cualquier persona puede seguir para revisar la relación entre las generaciones pasadas y su mapa corporal actual: postura, tensiones, cortes energéticos, sentimientos, enfermedades, expresiones, entre otros aspectos.

Señalamos ya como el paso inicial que Fátima siguió para conocer –y reconocer— el registro de los impactos psicológicos en ella fue la auto observación de su cuerpo, sus sentimientos y el rol que había jugado al interior de su familia.

El segundo fue revisar la historia familiar de sus ancestras y ancestros, hasta llegar a la de mamá y papá, Lourdes y Felipe, y la de sus hermanas y hermano. De la revisión de esta historia partió para observar cuál fue el rol que ella había ocupado en su familia.

El último paso en el camino de su curación, como ella lo llama, fue relacionar esta historia con su auto observación corporal.

El recuento inició con su abuela paterna, Rocío, quien provenía de una familia de hacendados y estaba dedicada de tiempo completo a administrar su propio negocio (un molino y varias tortillerías), reconoció las huellas de una vida en la que prevalecía tristeza, enojo, rigidez y exigencia, luego del asesinato –por parte de su hermana— de un hombre «de clase baja» del que se enamoró en su juventud y la mala relación con el padre de sus dos hijos, quien nunca reconoció su paternidad.

Así la describe su nieta, «era incapaz de dar afecto o mostrar debilidad, en la relación con sus hijos devino ausente y no se hizo cargo de su educación, delegando esta responsabilidad a sus sirvientes».

La abuela paterna murió de manera repentina al ser mal atendida por un médico de un problema en la matriz, a partir de entonces Felipe, padre de Fátima, heredó una fortuna considerable, dejó el trabajo, empezó a estudiar y de la familia recibió todo el dinero que quiso.

Al revisar la vida de su abuela y abuelo maternos pudo observar una historia marcada por el alcoholismo (de su abuelo), la violencia y la carencia económica.

Así, Lourdes, madre de Fátima y segunda de nueve hermanos, creció «en un hogar con hambre, falta de afecto, agresiones, trabajo y carencias de toda clase».

El intento de asumir la responsabilidad del cuidado de sus hermanos, al morir su madre cuando ella tenía 16 años, sin lograrlo –pues tuvieron que vivir en internados o con personas conocidas– la llenó de frustración: «Guardar sobre sus hombros el destino de sus hermanos le generó mucha culpa que fue creciendo a través del tiempo con los eternos reclamos de ellos».

Con estas dos historias familiares Lourdes y Felipe, mamá y papá de Fátima, se casaron a los 19 años, al segundo mes iniciaron los problemas que vivieron durante 25 años de matrimonio: celos, infidelidades, violencia, separaciones continuas.

Desde el vientre materno vivió, al igual que sus hermanos, la tristeza de su madre, sus enojos, su desnutrición y la ausencia paterna.

Pero, ¿cómo era el cuerpo de Fátima?, ¿de qué manera se reflejaba esta historia familiar en ella?

«Mi cuerpo era delgado y frágil, mis movimientos torpes siempre me golpeaba o tiraba las cosas, era tímida, mi forma de interactuar con los demás era agresiva», describe.

Relacionar su historia corporal con la vida familiar de varias generaciones le permitió darse cuenta de sus antecedentes, reconocer las huellas de esta trayectoria en ella misma y lograr un embarazo que, reconoce, se produjo cuando se permitió sentir placer y dejar de sentir miedo.

«Este camino ha sido gratificante, he logrado ver como se construye un síntoma o una enfermedad en el cuerpo y me he quedado pasmada al ver la cura de forma natural al exteriorizar el sentimiento que la produjo y articularse en sólo cuerpo», señala.

Como lo expusimos en las columnas pasadas, el trabajo desarrollado por la psicoterapeuta Fátima Contreras Romero no fue en solitario. Lo realizó a partir de la propuesta de trabajo corporal de Sergio López Ramos, investigador de la Facultad de Estudios Superiores Campus Iztacala, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y su práctica con el budismo Zen.

Te invito ahora a que realices un recuento, con sus tres pasos, similar al de Fátima Contreras Romero, lo anotes en tu Diario del Cuerpo y nos escribas para conocer cual fue tu experiencia.

[email protected]

* Periodista mexicana, narradora oral, facilitadora de grupos, terapeuta con Enfoque Centrado en la Persona y Gestalt e instructora asociada del Sistema Tao Curativo.

10/CV/LR

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