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Huellas emocionales

Por Alejandra Buggs Lomelí*

Las huellas emocionales las sufrimos todas las personas, son aquellas que se presentan en las primeras etapas del desarrollo y difíciles de detectar porque de manera inconsciente las acomodamos donde nos lastimen menos, aunque eso no impide que suframos sus consecuencias.

Las heridas o huellas psíquicas son traumas primarios que experimentamos todas las personas como consecuencia de un suceso o conjunto de sucesos negativos en nuestra vida, generados por la forma en la que fuimos tratadas emocionalmente tanto por nuestra madre como por nuestro padre, independientemente de haber tenido o no una relación cercana y de haberles o no conocido.

Esos acontecimientos negativos generan una profunda huella en nuestras vidas, a la que he llamado «bloqueo o conflicto emocional nuclear» con el que aprendemos a vivir, modificando nuestra personalidad a través de mecanismos defensa que creamos inconscientemente para protegernos o defendernos de la situación de amenaza emocional.

A estos mecanismos desde el argot gestáltico se les llama también interrupciones en el Ciclo de la experiencia* modelo creado por el Dr. Joseph Zinker y en el que profundizaré en mi siguiente artículo.

La experiencia terapéutica a lo largo de los tiempos ha comprobado que independientemente del abordaje psicoterapéutico utilizado, estas heridas surgen en la infancia e incluso antes del nacimiento y no existe ser humano que escape a padecerlas, todas y todos las hemos experimentando de alguna u otra manera, aunque no las recordemos y por tanto, no logremos identificarlas.

De acuerdo a la clasificación que ha hecho la terapeuta canadiense Lise Bourbeau, los traumas primarios más comunes son: el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia, por parte de la madre y del padre.

En ocasiones, la persona en consulta logra identificar su sensación de rechazo, sin embargo, puede manifestar confusión porque en su historia de vida hubo momentos en que sí se sentía aceptada por esa mamá o ese papá, sin embargo, aún cuando experimentaba ese sentimiento de aceptación, lo que predominaba en lo más profundo de su ser es el sentimiento de rechazo.

Cuando la persona expresa este tipo de ambivalencia es importante validar sus sensaciones, partiendo de la premisa de que la sensación siempre es verdadera, y por tanto, es verdadero el sentimiento de la niña o el niño que se sintió herida.

Desde mi punto de vista, lo que sí existen, son dos tipos de mamás y papás: los que hieren a sus hijas e hijos sin darse cuenta y por tanto sin tener la intención de lastimarles; y aquellos que lo hacen con la conciencia e intención de herirlos, por supuesto que estos últimos es muy probable que sean personas con algún trastorno emocional severo.

Gracias a mi práctica profesional como psicoterapeuta, supervisora y formadora de terapeutas, he podido darme cuenta que existen un sinfín de variables involucradas en la formación de las huellas emocionales lo que me ha llevado a la construcción de un planteamiento al que he llamado «bloqueo o conflicto emocional nuclear».

Las variables a tomar en cuenta son: la historia de vida, la capacidad de resiliencia y desde luego la perspectiva de género, ya que a diferencia de otros autores que creen que siempre es la madre la responsable de lo que le sucede a las y los niños, para mí, si bien reconozco la importancia de la relación simbiótica con la madre, me parece que en ocasiones es tanta la atención puesta en lo que hace o deja de hacer la madre con su hija o hijo, que dejamos de ver y de reconocer la influencia de la relación con el padre en la generación de heridas.

Por lo anterior mi propuesta parte de la premisa de que existen dos heridas primarias, una generada por la relación con la madre y otra producto de la relación con el padre, y en ocasiones puede ser la misma o diferente, es decir, la persona pudo haberse sentido abandonada por ambos o abandonada por el padre y rechazada por la madre.

Este binomio de heridas (madre/padre) conforma el «bloqueo emocional nuclear» que puede presentarse a cualquier edad, sin embargo, es en la infancia en donde su efecto es más fuerte dejando una huella profunda de las heridas porque es la etapa en que somos más vulnerables al carecer de una personalidad definida y de recursos para enfrentar las situaciones negativas que podemos vivir.

Existen experiencias en la niñez que serán más fuertes y por tanto tendrán consecuencias más profundas dependiendo de la frecuencia con que ocurrieron y/ o de su gravedad.

Habrá niñas y niños víctimas de rechazo, indiferencia, malos tratos, abusos de toda índole, sobreprotección, abandono o falta de comunicación, esos malos tratos afectarán de manera diferente a cada uno dependiendo de cuál ha sido su historia de vida y de su resiliencia*, es decir, de su capacidad interna para enfrentar situaciones emocionales adversas y salir adelante, creando diferentes mecanismos de defensa para aminorar los efectos psíquicos causados por el conflicto nuclear vivido y lograr sobrevivir emocionalmente.

De acuerdo a la clasificación de las heridas de Bourbeau a cada herida le corresponde una máscara o mecanismo de defensa, una máscara que construimos para presentarnos ante el mundo y no mostrar lo que realmente somos, ni a nosotras mismas, porque estoy segura que el mecanismo o máscara se adhiere a nuestra piel, tatuándose por dentro y por fuera de nuestro ser, con tal de defendernos desde la niñez de aquello que nos lastima profundamente.

Hasta aquí podemos darnos cuenta que los mecanismos no son nocivos en tanto nos defienden de la amenaza externa, sin embargo, en el próximo artículo abordaré el tema de manera más profunda para que las y los lectores logren identificar cómo es que estos mecanismos se vuelcan en contra de nosotras mismas provocando que dejemos de ser las personas que realmente somos.

Es claro que la vida de los seres humanos está repleta de contrastes y que ante las situaciones de amenaza emocional tenemos que protegernos de alguna manera que casi siempre es inconsciente, sin embargo, ya en la etapa adulta me parece que siempre es benéfico, tener la posibilidad de identificar y reconocer cuáles son esas heridas que conforman nuestro bloqueo emocional nuclear y cómo se van integrando a nuestra personalidad para protegernos.

*Ciclo de la experiencia de Joseph Zinker: El ciclo de la experiencia es un ciclo psicofisiológico que se lleva a cabo continuamente en toda persona, y está relacionado directamente con la satisfacción de las necesidades.

*En psicología, el término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a periodos de dolor emocional y traumas. (Wikipedia en español)

www.saludmentalygenero.com.mx

*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial y especialista en Estudios de Género.

12/ABL/LGL

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