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Indignación

Por Olga Villalta*

El 8 de diciembre, un amigo me informó por correo electrónico sobre el secuestro y posterior asesinato de la joven socióloga Emilia Quan en Guatemala. Dejé lo que estaba haciendo y leí el texto.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, las lágrimas se me agolpaban a los ojos. Sin haberla conocido, sentía dolor por su muerte. Una muerte irracional, producto de la prepotencia de los hombres cuando están armados y actúan en grupo.

En un periódico se señalaba que ella «opuso resistencia» y que por ello había muerto. Esta aseveración me causa horror. A qué grado de irracionalidad hemos llegado, que lo racional ahora es no ofrecer resistencia ante un asalto, extorsión o secuestro. Es peligroso oponerse. Me pregunto ¿qué tanta cobardía se esconde detrás de un arma?

Los días siguientes he reflexionado sobre mi andar por esos caminos, con la confianza que tiene quien considera actuar de buena fe. Recordé la vez que a las tres de la mañana esperaba, en el parque central de Huehuetenango, el paso del bus que me llevaría a Jacaltenango.

Un grupo de campesinas/os me esperaba para realizar juntos un taller, y pudo más en mí el sentido del deber que la prudencia. Pero, como diría alguien, eran otros tiempos. Sí, hoy como dice Gustavo Bracamonte en su artículo, la violencia está en todas partes, a todas horas, y cualquiera puede ser víctima.

Hemos presenciado niñas/os que pierden la vida por una bala perdida. Es como si viviéramos en el oeste americano pintado en las películas de vaqueros.

¿Qué pulsión interna hace que estos seres humanos se ensañen tanto con el prójimo? En este caso, con una joven mujer que estaba poniendo sus saberes al servicio de los sectores más empobrecidos de nuestro país.

Las/os guatemaltecos nos vamos acostumbrando a las injusticias. No nos conmueve la muerte de un grupo de campesinos en un accidente de tránsito en el occidente.

Hecho que no es casual. El riesgo lo corren todos los años quienes son transportados como ganado. Y quizá los choferes tienen más cuidado con las reses, pues saben que el dueño les cobrará si una de ellas llega en mal estado por el transporte.

Si estos campesinos viajan a otros pueblos para cortar café o caña es porque esta sociedad no les proporciona ninguna garantía alimentaria en los meses que no hay cosecha de maíz. Tan responsable es el chofer y el enganchador como la sociedad en su conjunto.

A pesar de la injusta muerte de Emilia, creo que necesitamos muchas Emilias: mujeres y hombres jóvenes que conciban su vida profesional como un servicio a los demás. Necesitamos también, levantarnos, sacudir el aturdimiento que estos asesinatos nos provocan y organizarnos para enfrentar juntas/os este flagelo

* Periodista guatemalteca, del diario de Centroamérica

10/OV/LR

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