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Instalan primer memorial para víctimas de feminicidio en Jalisco

Por Analy S. Nuño
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“Yo me acosté a dormir sin saber que mi hija estaba siendo asesinada”, dijo antes de hacer una pausa, Irinea Buendía, madre de Mariana Lima Buendía, asesinada el 28 de junio de 2010 por su esposo Julio César Hernández.

Sentada en una silla plegable de metal, con una cruz de madera pintada de rosa y la foto de su hija al lado, Irinea relató los últimos 540 días de la vida de Mariana: “fueron 18 meses de violencia de todo tipo, violencia física, sexual, psicológica, económica”.

Alrededor de 50 personas la escuchaban atentos, sin interrumpir, parados sobre un pasillo, sentados en una silla o en el suelo del patio donde se realizó el conversatorio público “Yo no me suicidé, tú me mataste” en el que Irinea contó su camino de exigencia de justicia para Mariana y la obtención de la primer sentencia de feminicidio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

Irinea narró que a la tercera semana de que Mariana empezó a vivir con Julio César, recibió su primer golpiza, luego, con el paso de los días la violencia física se hizo constante, para él todo era razón para golpearla: la comida, un objeto fuera de lugar, el dinero, las amigas, todo. Así, hasta el 26 de junio, cuando Mariana se armó de valor, enfrentó a su esposo y decidió poner fin a esa historia.

“Dos veces él me habló para decirme que la iba a asesinar, yo le decía que si tenía mierda en la cabeza, luego hablaba con mi hija y ella me decía que él estaba borracho y la había golpeado pero que ella estaba bien. El 26 de junio, él la acusó de robarle 2 mil pesos, la aventó por las escaleras y ella alcanzó a agarrarse y aventarle un zapato, ella se salió de su casa pero él la alcanzó en la avenida y la regresó y la golpeó.

El 28 de junio, llegó a mi casa y me dijo ‘Mamá lo pude enfrentar. No voy a permitir que me siga golpeando, es la última vez que me pone la mano encima’. Ella estaba decidida a dejarlo, hizo su plan de vida ese 28 de junio, Julio César ya no entraba en ese plan”.

Después de contarle los planes de su nueva vida, Mariana salió de casa de su mamá con la promesa de que regresaría para comer juntas. Irinea no supo más de ella.

“Ella salió a las 12:30 de la tarde y fue la última vez que la vi con vida. Ya no llegó y yo lo que creí es que se había reconciliado nuevamente con este hombre. El fue tan cobarde que me habló al otro día muy temprano y me dijo que mi hija se había suicidado, mi reacción fue decirle ‘ya la mataste hijo de la chingada’ porque yo sabía el contexto de violencia que mi hija estaba viviendo”.

Como en cámara lenta, Irinea recuerda cada segundo después de esa llamada, la escena del crimen y cada detalle a su alrededor: “mi hija no estaba colgada, estaba acostada en la cama como si estuviera recién bañada, estaba golpeada; a un lado de ella había dos toallas húmedas que indicaban que se había bañado, estaba el control de la tele, una muñequita que siempre se encontraba en un mueble en lo alto y no tenía porque estar en otro lugar. Las manos de mi hija estaban arrugaditas, como si hubiera estado mucho tiempo en el agua”.

En ese momento, explicó, empezó la exigencia de justicia y verdad pues Julio César aprovechó su condición de policía judicial para que autoridades aceptaran la versión de suicidio sin realizar una investigación.

Irinea, dijo que su instinto maternal y la búsqueda de justicia la llevó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, misma que en septiembre de 2013 atrajo el caso y en marzo de 2015 resolvió otorgarle un amparo para reabrir el caso que fue archivado por suicidio e investigarlo como feminicidio: “la sentencia histórica del caso Mariana Lima prioriza la búsqueda de la justicia, la verdad y la reparación del daño”. 

La resolución de la SCJN permitió que en junio de 2016, Julio César Hernández fuera sujeto a proceso y se le dictara auto de formal prisión. “La había matado como si fuera un toro, una vaca. Mi hija no merecía morir así. Es un hombre perverso, cobarde, vil que asesinó a mi hija”.

Por unos minutos las palabras de Irinea dejaron en silencio aquel patio enclavado en la zona centro de Guadalajara, Jalisco, luego, los aplausos irrumpieron, las personas que la escucharon atentos le aplaudieron, la abrazaron y lloraron con ella. 

NO DEJARLAS DE NOMBRAR

En 2011, el parque Revolución se convirtió en un punto de encuentro de bordadoras. Los pañuelos llevaban inscritos en estambre los nombres de mujeres víctimas de feminicidio. El objetivo era uno solo: no dejarlas de nombrar, mantenerlas en la memoria.

Ese parque ubicado en la esquina de las avenidas Juárez y Federalismo, uno de los principales cruces de la ciudad, este lunes se convirtió en un punto de referencia para las mujeres que en distintas ocasiones ahí han confluido para iniciar marchas en el día de la mujer o para exigir justicia, al instalar el memorial por las víctimas de feminicidio.

Una cruz de madera de tres metros de altura, de la que penden 14 listones con el nombre de Betsabe, Gaby, Mariana, Imelda, Blanca, Brenda, Alejandra, Daniela, Yolanda, Perla y más mujeres víctimas de feminicidio, fue colocada para no olvidarlas, para que la ciudadanía se apropie de la exigencia de justicia y también para recordarles a las autoridades su deuda.

“Esta cruz significa el que las llevamos en nuestro corazón, que mientras las nombremos van a estar vivas, y también que sirva como recordatorio a la autoridad omisa y negligente que ha dejado y ha permitido que sigan siendo asesinadas más de 7 mujeres día con día y no hace nada para detener los feminicidios”, señaló Irinea Buendía.

Acompañadas por madres de personas desaparecidas, entre lágrimas, veladoras, flores y policías municipales que pretendían impedir la instalación del memorial, las familias de las víctimas de feminicidio exigieron justicia e instalaron el memorial luego de marchar por la avenida Federalismo al grito de “¡No son muertas, son asesinadas!”.

18/ASN/LGL

 

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