Inicio Jóvenes afganas: arte, deporte y soltería, las armas de su revolución

Jóvenes afganas: arte, deporte y soltería, las armas de su revolución

Por Mónica Bernabé
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El estadio de deportes de Kabul era el lugar donde los talibanes cortaban las manos o ejecutaban a quienes no cumplían sus preceptos. Allí, por ejemplo, mataron a Zarmina, una madre afgana con siete hijos que se convirtió en la primera mujer ajusticiada en público por el régimen de los talibanes en noviembre de 1999. ¿Su delito? En teoría, haber asesinado a su marido. Los talibanes descerrajaron a Zarmina un tiro en la cabeza en medio del recinto deportivo.
 
En la actualidad el estadio de Kabul se vuelve a utilizar para lo que fue construido: para hacer deporte. Y no sólo es un lugar para hombres. Chicas afganas juegan al fútbol en su césped, y otras practican boxeo en el sótano, habilitado como gimnasio. La mayoría son universitarias o alumnas de instituto que pertenecen a familias de clase social media o alta. Es la imagen más significativa de que Afganistán ha cambiado: existe una nueva generación de mujeres afganas.
 
“Mi primo practicaba boxeo y me empezó a picar la curiosidad”, justifica así Sadaf, de 18 años, su interés por pegar puñetazos. La joven nació en Afganistán pero pasó su infancia en Irán hasta los nueve años. Allí empezó a jugar al fútbol. Cuando regresó a Kabul, sustituyó las botas por los guantes y en 2012 se convirtió en la promesa de la sección femenina de la Federación de Boxeo de Afganistán, que por primera vez se constituyó en el país tras la caída del régimen fundamentalista en 2001. Nunca antes en Afganistán las mujeres se habían puesto los guantes.
 
“Creamos la sección femenina porque muchas chicas nos lo pedían”, argumenta el entrenador jefe de la federación, Nesar Ahmad Qarizada. Además, una organización afgana, Cooperation for Peace and Unity, se ofreció a ayudar a las muchachas que se atrevieron con tal reto. Les financió las camisetas, el transporte desde casa hasta el lugar de entreno y les pagaba 100 afganis (26.55 pesos mexicanos) por cada día que fueran a boxear. Aun así pocas se apuntaron. En Afganistán está mal visto que una mujer haga deporte. Ya ni hablar de que boxee.
 
En 2012 unas 30 jóvenes llegaron a practicar boxeo en Kabul. Todo un récord. Sadaf era una de las mejores y estuvo a punto de participar en los Juegos Olímpicos de Londres. Incluso se organizó una campaña internacional de recogida de firmas en su apoyo, pero al final el Comité Olímpico declinó su asistencia al considerar que la joven no estaba lo suficientemente preparada y podía regresar a casa con la cara hecha un mapa.
 
“¡Venga, venga!”, “¡dale, dale!”, “¡pásala!”, gritan las jóvenes futbolistas mientras corren detrás del balón en el estadio. En Kabul existen 16 equipos de fútbol femeninos que, como la sección de boxeo para mujeres, surgieron tras la caída del régimen talibán. Son una gota en el océano, pero no por ello esperanzadora.
 
“Me empezó a gustar el fútbol porque hay un equipo en mi colegio”, afirma Sara, de 14 años, que juega de centrocampista y estudia en un instituto en Kabul. Su futbolista preferido es Cristiano Ronaldo, asegura. Y su equipo, el Real Madrid. Los equipos españoles causan furor en Afganistán.
 
En 2013 se celebró la primera liga de fútbol femenina en el país asiático, pero se realizó con la máxima discreción. La Federación de Fútbol de Afganistán hizo poca publicidad de la competición para evitar posibles problemas en una sociedad tan sumamente conservadora como la afgana. La entrada al campo se restringió a los familiares de las jugadoras exclusivamente y, en consecuencia, cuatro gatos fueron a ver los partidos de fútbol. Las gradas estaban casi vacías.
 
Un año más tarde, el Gobierno permitió que se emitieran por la televisión algunos partidos de la liga femenina. Supuso un paso de gigante: que jóvenes afganas aparecieran en la pequeña pantalla corriendo detrás de un balón fue toda una revolución, aunque fueran cubiertas de pies a cabeza.
 
SHAMSIA Y SU REVOLUCIÓN DE SPRAY
 
Shamsia también califica de “revolución” lo suyo. Y no es para menos en un país donde la mujer casi no participa en la vida pública y hay kilómetros de paredes de hormigón en todas las ciudades, que sirven para proteger los edificios oficiales de un posible atentado con bomba.
 
La chica, de 28 años, es una de las pocas grafiteras que existen en el país. Suele pintar a mujeres con burka, a las que después envuelve con burbujas. “Son como peces. Las burbujas simbolizan las palabras que las mujeres querrían decir y no dicen, porque en Afganistán no se les da voz“, explica la muchacha.
 
Como Sadaf, Shamsia también creció en Irán en el seno de una familia afgana. De hecho, la mayoría de jóvenes intelectuales que viven en Afganistán en la actualidad  crecieron  durante el exilio. En países como Irán o Pakistán, mucho más avanzados en comparación a Afganistán, donde existe una clase alta intelectual, la posibilidad de acceder a una educación de calidad, y estándares de vida similares a los occidentales en muchas ocasiones.
 
En cambio, en Afganistán más del 70 por ciento de la población es analfabeta, la mayor parte del país no tiene acceso a la electricidad y los “señores de la guerra” son quienes concentran la mayor parte del poder adquisitivo.
 
A pesar de ello, Shamsia no consiguió hacer realidad su sueño en el país vecino. “En Teherán, los refugiados afganos no podíamos estudiar la carrera de Bellas Artes. Había pocas plazas y todas estaban reservadas para los iraníes”, relata. En el país de los ayatolás, las personas afganas se consideran ciudadanas de segunda.
 
En Kabul, Shamsia hizo un taller sobre grafitis y la técnica le fascinó. Después estudió Bellas Artes en la universidad y así saltó al mundo del spray, pero encontrar lugares para pintar no es fácil. Paredes en Kabul no faltan. Lo que resulta inconcebible en Afganistán es que una mujer pinte, y menos aún en medio de la calle.
 
“Yo me quedaré soltera”, afirma convencida Shamsia, que considera imposible encontrar un hombre en Afganistán que la comprenda. “Soy una chica diferente”, musita. Sadaf arguye lo mismo. “En Afganistán no encontraré a un marido que me permita boxear”, declara. Ella también prefiere quedarse soltera.
 
SOLTERAS, PARA DECIDIR
 
El matrimonio en Afganistán es un acuerdo entre dos familias, y no la unión entre dos personas que se aman. Es decir, los cónyuges no se casan porque se quieren, sino simplemente porque sus respectivas familias llegan a ese pacto teniendo en cuenta toda una serie de factores, como el estatus social, la tribu, la etnia, pero nunca el amor. De hecho, existen pocas ocasiones en Afganistán en que un hombre y una mujer puedan tener una relación íntima.
 
En los lugares públicos está mal visto que un chico y una chica se citen si no están casados. Deben hacerlo a escondidas. Y las familias suelen proteger con celo a sus hijas cuando llegan a la pubertad. No les permiten que tengan relación, y que ni tan siquiera sean vistas por varones que no pertenecen a la familia.
 
En consecuencia, la endogamia es habitual. No existen datos fiables sobre enlaces matrimoniales en Afganistán, pero se calcula que casi la mitad de los casamientos se celebran dentro de la propia familia. Incluso se considera normal que alguien contraiga matrimonio con su prima o primo hermano. En cambio, es excepcional que una pareja se case por amor por todo lo que eso comporta.
 
En primer lugar, saltarse las convenciones sociales: si un hombre y una mujer no se pueden relacionar, ¿cómo se enamoraron entonces? Y en segundo, enfrentarse a sus propias familias e ir en contra de toda la estructura social. Es como si en Occidente una joven pretendiera que sus padres le buscaran cónyuge al considerar que la conocen bien, en vez de buscar por sí misma a la persona a quien ama. Se la consideraría loca de remate. En Afganistán ocurre lo mismo, pero al revés.
 
Una chica que diga que quiere casarse con un hombre de quien se ha enamorado, y no con aquél que sus padres han escogido para ella -y de quien, en consecuencia, tienen referencias-, se considera que se le ha ido la cabeza. Es un círculo del que nadie puede escapar. Es igual la clase social a la que se pertenezca o los estudios cursados. Toda la sociedad se basa en el mismo engranaje. Y Sadaf y Shamsia lo saben.
 
Sara contrajo matrimonio a principio de 2014. Desde entonces no volvió a aparecer en el estadio de Kabul para entrenar a fútbol. Su esposo no le permitió jugar más. En Afganistán es costumbre que el hombre pague dinero por la mujer con quien se quiere casar. La religión islámica prevé que la chica reciba dinero o una dote (mahr) de su prometido como garantía para su sustento en caso de que en el futuro se divorcie o se quede viuda.
 
Pero en Afganistán la mujer no se queda con ese dinero, sino que lo hace su familia como si se tratara de una especie de compensación por desprenderse de la hija. Tras la boda, la novia se va a vivir a casa de su familia política.
 
El dinero que los hombres deben desembolsar cuando contraen matrimonio es una cantidad muy elevada, a veces exagerada. Puede llegar a los 7 mil euros (141 mil 718.30 pesos mexicanos) en un país donde el sueldo medio de un funcionario es de unos 160 euros (3 mil 239.28 pesos mexicanos) al mes. Para conseguir ese dinero, el hombre debe trabajar duro o endeudarse para el resto de su vida. Por eso, una vez casado, considera que su mujer es suya y puede hacer con ella lo que le dé la gana y decidir sobre su futuro, pues para eso ha pagado por ella.
 
En las bodas en Afganistán lo que más llama la atención es la cara de la novia: totalmente seria, a menudo a punto de romper a llorar. Soraya Sobhrang, responsable de temas de mujer en la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC, en sus siglas en inglés), calcula que el 60 por ciento de las jóvenes afganas es obligada a casarse a la fuerza y antes de los 16 años, a pesar de que va en contra de la ley. Aun así opina que los cambios son posibles. “Hace diez años nadie se hubiera imaginado que una mujer jugaría a fútbol, haría boxeo o pintaría grafitis en Afganistán. Todo es cuestión de tiempo”, declara. Tal y como ocurrió en Occidente.
 
*Este artículo fue retomado del portal de Pikara Magazine
 
17/MB/GG

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