Inicio Josefina Vázquez Mota. Una reforma política integral

Josefina Vázquez Mota. Una reforma política integral

Por Sara Lovera

La desigualdad, como asunto central en la realidad mexicana, saltó otra vez con palmaria claridad. Esta pequeña palabra que reviste todos los tonos de una constelación dolorosa. Desigualdad como sinónimo de empequeñecimiento de un país.

Quien no accede a los recursos económicos es pobre o miserable. Pero la desigualdad tiene, adicionalmente, indicadores lamentables: menor desarrollo en todo sentido; incapacidad para la dignidad humana, la ciudadanía, el conocimiento y, por supuesto, la imposibilidad de acceso a los derechos humanos elementales.

Probablemente por ello, saber que México es sobre todo un país desigual donde conviven sectores de alto desarrollo, con capitales donde la gente tiene niveles de vida como en cualquier capital Europea, y lugares, 65 mil comunidades, donde la gente vive tal situación de exclusión que parece absurdo o cínico hablar de avances. Por todo, en los últimos 10 años lo único que ha sucedido es pasar de la miseria a la pobreza preocupante y mantener un mapa de desigualdad profundo.

Supimos de este diagnóstico, que sostiene el gobierno de Vicente Fox con el dictamen del Banco Mundial, por un discurso de la secretaria de Desarrollo Social, Josefina Vásquez Mota, quien además de plantear que perdimos una década dijo ahí, como si nada, que esta situación es el resultado de políticas económicas equivocadas. Planteó cómo es urgente una verdadera reforma política.

Y todo esto lo dice, precisamente, cuando en el centro del poder se discute eso, el poder mismo que será la divisa de la clase gobernante en el 2006. Una profunda reforma política requerirá de la creación de un nuevo pacto social. Es decir, no se trata de una política económica nueva, la que por cierto no se ve por ninguna parte, sino del establecimiento de nuevas reglas de convivencia entre quienes habitan este país. Y es política, no de Estado, porque la desigualdad impide la democracia.

¿Y las mujeres qué? Tenemos que preguntar. Si la divisa es la desigualdad, ésta, entre hombres y mujeres, rebasa cualquier idea sólo económica. Los diagnósticos recientes son apabullantes. Ahora no sólo se trata de evidencias estadísticas o analíticas, sino de realidades lacerantes. Los talleres sobre armonización de la legislación nacional de cara a los compromisos internacionales, promovida por autoridades, organismos internacionales, personas, prueban que ningún gobierno reciente se preocupó por cumplir esos compromisos. Exactamente hace 24 años México firmó la Convención contra Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres; no obstante, ahora es que existe un panorama completo.

En muchas entidades de la República el atraso es tremendo. Pero, además, la violencia institucionalizada, la intromisión absoluta del narcotráfico nacional e internacional, la inseguridad y la corrupción, hacen imposible cumplir esos compromisos; como lo hacen imposible el atraso cultural, la misoginia, la exclusión de las mujeres. Si eso no fuera así, no estaríamos reconociendo, en todos los foros, que es la desigualdad el tema en el centro.

Pero, ¿por qué una reforma política? Porque no hay ciudadanía real. ¿A qué se refería Josefina Vázquez Mota, hablando ante decenas de organizaciones civiles? Pues a que a la miseria se suma la falta de ejercicio de los derechos y, lo más grave, la falta de respeto a esos derechos. Las mujeres, cuando ganan salario, ganan menos; las mujeres son una cabeza central en esos 10 millones de familias por las que todos los días apuestan con sus dobles y triples jornadas; son esas mujeres, y otras muchas, las que no tienen acceso al más mínimo desarrollo, y esas mismas son a las que en todo momento la clase política les cierra la boca y las puertas de la vida pública. Las resistencias en todos los partidos políticos serán tema de debate próximamente.

Una reforma política urgente, porque además se tiene que reconocer en las entretelas a las comunidades indígenas y los millones de hombres y mujeres migrantes. Sin derechos, sin tierra, sin trabajo, sin escuela y, los más grave, sin dignidad humana.

No veo cómo el presidente Fox puede decir que es «el presidente más cuestionado», que «es el presidente del cambio». Cuál cambio, me pregunto, de qué habla, cuando todo indica que aumentó la violencia pública y la violencia de pareja; cuando hay barruntos de hambruna en algunas comunidades dónde la escasez de agua produce enfermedades, donde la desigualdad cobra 20 años de vida entre una persona nacida en Monterrey y otra nacida en Quintana Roo.

Y bueno, lo novedoso de todo esto es que la secretaria de Desarrollo Social, encargada de repartir el miserable presupuesto de los incentivos, de enfrentar el tema de la pobreza económica, esté hablando de la pobreza social como la gran rémora. Llama la atención que diga, sin tapujos, que no hemos remontado en casi nada la desigualdad y la exclusión. Que sea ella, no como pudiera esperarse del Instituto Nacional de las Mujeres, quien señale en casi todas sus declaraciones, la ofensiva situación de mujeres y niñas en el país.

El atraso de México tiene una columna que se desmorona: la de la población femenina, que además de formar parte de esas 65 mil comunidades, del ejército de desocupados, es precisamente la de mayor analfabetismo, falta de desarrollo y opresión. Resultado: mujeres disminuidas, sin esperanza, sin un camino para el futuro, violentadas y, en el peor de los casos, asesinadas en casa, en el trayecto al trabajo, en las comunidades marginadas, en las hermosas casas de un buen fraccionamiento. Ellas, signo de la absoluta falta de democracia.

Quizá por todo esto habrá que ver qué proponen las mujeres del poder que inician en septiembre la difusión de una plataforma política para los candidatos a la presidencia de la República. Juntas, de varios partidos, van a reconocer. Pero no podrán ser congruentes si se mantienen en sus partidos, los que acumularon desatinos y vergüenzas en las décadas de la decadencia, cuyos gobiernos construyeron este escenario del horror. Habrá que escucharlas, no hay de otra. Pero, ¿podrán plantear algo distinto, cuando muchas de ellas también están justificando a sus organizaciones políticas? Interesante sería ver que al acercarse al panoramas y a la realidad se colocaran en otro lugar, de cara al patriarcado, con propuestas que hagan temblar a sus candidatos.

México, 2005: un país atrasado y desigual, donde más de la mitad de su población está excluida, exige de las mujeres inteligentes una postura transformadora, aunque eso significara cambiar de partido. No hay nada que festejarle al cambio y sí mucho qué hacer.

*Sara Lovera es periodista mexicana, candidata al Premio Nobel de la Paz

05/SL/YT

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