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Julián

Por la Redacción

Julián, mi mejor amigo, era de piel blanca y de ojos enormes color miel. Tenía pestañas gigantescas, su abuela, la señora Esther las presumía colocándole un pasador encima de cada una de ellas.

Casi todos los adultos de la vecindad coincidían en que Julián y yo hacíamos buena pareja. Su abuela y mi madre llegaron incluso a fantasear con la idea de que nos casáramos.

Con él jugaba a las canicas, trompo, balero, cartero, lechero. Nos encantaba atrapar arañas patonas, caracoles y lombrices que surgían de la tierra, después de un fuerte aguacero. Luego de jugar con esos bichos, los guardábamos en las bolsas de nuestros pantalones. Mi madre hacía gran alharaca cuando se encontraba con ellos en mi ropa. Y no me salvaba de regaño y cinturonazos. Sin embargo, eso no fue impedimento para seguir atrapándolos.

Otra cosa que nos gustaba hacer a Julián y a mí era leer cuentos. Lo emocionante del asunto es que teníamos entre cuatro y cinco años. En la casa había ejemplares de La pequeña Lulú; Archie; Los picapiedra; El pato Donald; Memín Pinguín; La familia Burrón y otros que ya no recuerdo.

Le preguntaba: «¿Quieres que te lea cuentos?»; y contestaba: «Sí». Nos sentábamos en el suelo muy juntitos, y él pasaba su brazo derecho por mi hombro. Tomaba un cuento y se lo narraba en mi propia versión, desde la primera página hasta la última.

¿Qué le contaba a Julián? No recuerdo. Sin embargo, creo que soy buena narradora, pues él quedaba absolutamente fascinado con mi lectura. Al terminar le preguntaba: «¿Quieres que te lea otro?», él contestaba: «Sí». Así nos pasábamos las tardes lluviosas, cuando no nos permitían salir al patio a jugar.

En mis encuentros con Julián descubrí las diferencias anatómicas entre niñas y niños.

En su casa vivían la señora Esther, los hermanos de Julián: Juan Manuel, David e Irma. Sus tíos: Clementina, Eleazar, Julio, Celia, Socorro. Sus primas Laura y Estela. A veces llegaban también David, su esposa Reyna y sus hijas, Leticia y María Esther.

Los papás de Julián eran dueños de unos juegos mecánicos que andaban de feria en feria, por gran parte del país. Se llamaban «Atracciones Paredes». Sólo recuerdo el nombre de la mamá de Julián, la señora Beatriz. Únicamente la primera quincena de noviembre de cada año, Julián y sus hermanos veían a sus padres, pues llegaban con sus juegos a instalarse en la feria en honor de San Martín Caballero, patrón de la localidad, cuya fiesta es el 11 de noviembre.

¿Cómo vivían dieciséis o dieciocho personas en dos cuartitos, una azotehuela y una cocinita? No sé. Recuerdo que sólo tenían dos camas destartaladas que parecían hamacas. Supongo que unos dormían en el suelo y otros atravesados en los colchones.

Un día llegó Julián y nos pusimos a jugar. Repentinamente se me quedó mirando con mucha ternura, y me preguntó:

-¿Nos damos un beso en la cabeza?

-Sí, contesté.

Él agachó la cabeza, lo besé y luego de hacer él lo mismo volvió a preguntar:

-¿Nos damos un beso en la frente?

-Sí, contesté nuevamente.

Y así seguimos un buen rato. Él proponía y yo aceptaba y ejecutaba la acción. Así nos fuimos besando frente, nariz, boca, una oreja, la otra, una mejilla, la otra, barbilla, cuello. Del cuello brincó a las manos. Nos las besamos por ambos lados, antebrazo, codo, brazo, hombro. Del hombro dimos otro brinco a los pies. Nos quitamos zapatos, calcetines y nos besamos los pies por ambos lados. Seguimos con piernas, rodillas, muslos. Luego nos quedamos abrazados y en silencio. Se quedó un rato pensativo y me volvió a preguntar:

-¿Nos damos un beso en las chichitas?

-Sí, respondió.

Se desabotonó su camisa y yo le di un beso en cada tetilla. Después me levanté la blusa y él me besó. Luego nos dimos un beso en el ombligo. Nuevamente permanecimos en silencio, muy abrazados.

Finalmente preguntó:

-¿Nos damos un beso en el pajarito?

Ahí sí ya no me gustó el asunto. Y no por otra cosa, sino porque sabía que yo no tenía pajarito. Así que le contesté muy seria que no.

-Sí, ándale. Nos damos un beso en el pajarito. ¿Sí?

-Bueno, pero te lo doy yo primero.

Empezó a desabrocharse la bragueta para que yo le diera el beso. No supimos ni cómo ni de dónde salió mi madre hecha una furia, tomó a Julián de una oreja y a mí de otra y nos llevó a jalones frente a la abuela de Julián, mientras nos decía:

-Escuincles cochinos, puercos. Vengan para acá. ¿Cómo voy a creer que estén haciendo esas cochinadas?

No sé cómo le fue a Julián. Yo me hice acreedora a una golpiza de «Santo y Señor mío» (así gritaba mi madre), seguramente por nuestra aventura mi amigo también recibió una paliza de su abuela.

Después de la hazaña de los besos, Julián y yo nos hicimos novios. Un buen día, y por insistencia de mis hermanas, decidimos casarnos. Lo emocionante fue que él fue la novia y yo el novio. Mis hermanas convencieron a Julián para que me pidiera matrimonio, yo le contesté muy segura:

-Sí, pero si tú eres la novia y yo el novio.

Al principio se negó rotundamente. Su hermana Irma había hecho la Primera Comunión unos meses antes, así que en su casa existía un vestido blanco y un velo. Fui muy convincente al decirle:

-Tú sí puedes ser la novia. Nomás le pides a tu hermana su vestido de la primera comunión y ya.

-No, yo no puedo ser la novia porque soy niño.

-No importa al fin todo es de a mentiritas.

Decir eso fue la frase mágica. Aceptó de inmediato.

* La autora creció en México con violencia gracias a la Literatura fue cerrando sus heridas

06/A/CV

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