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La desigualdad social Segunda y ultima parte

Por Argentina Casanova*
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Es imposible hablar de la desigualdad social en este México que hoy vivimos sin detenernos a reflexionar sobre lo ocurrido en Tlahuelilpan, un pueblo afectado crudamente por la explosión de un ducto, en donde la opinión pública evidenció que, existe conciencia colectiva acerca del deber ser para con un actuar ético y por otro lado la dificultad para mirar los contextos de desigualdad.

El adormecimiento social que por años tuvimos parece haber despertado, ya sea porque unos adoptan una postura ultraconservadora, otros y otras pensamos en cómo hemos sido educados para la conciencia de lo que es bueno y malo, y con el mismo contexto que el resto de los mexicanos creemos que podemos optar por hacer lo correcto y ser empáticos con el que menos tiene.

En México, ya lo escribíamos, los delitos llamados famélicos son cometidos por personas que necesitan alimento; pero también la pobreza ha sido la justificación para la comisión o intromisión de otras poblaciones en el crimen organizado. ¿Cuál es el límite y la diferencia?

Es sutil y difícil, nadie puede erigirse juez de unos o de otros, pero como sociedad conviene reflexionar. Ese es otro punto, advertimos que poco hemos aprendido a dialogar y a escuchar, a leer y a tratar de entender, a cambiar y a reconocer que podemos estar equivocados o que estamos mirando solo una parte del cuadro.

Practicamos poco el análisis y la reflexión colectiva porque adoptamos bandos que nos imposibilitan transitar hacia la búsqueda de una visión más amplia de lo que está ocurriendo en nuestro país.

Sería injusto decir que las personas que roban lo hacen exclusivamente porque son delincuentes, pero también sería injusto decir que todo el que comete un delito lo hace por necesidad, y más superfluo e irresponsable sería adoptar una postura crítica a las instituciones y llamar o convocar a las sociedades a transgredirlas mediante el acto del robo y luego dejemos solas a esas poblaciones con las consecuencias legales o de cualquier otra índole.

Desde distintas épocas, diferentes ideólogos han reconocido el derecho a la rebelión contra el Estado cuando la ley es tiránica; es decir el derecho al no reconocimiento de la autoridad del Estado para imponer una restricción en una propiedad del Estado, y la pregunta aquí consciente y con el compromiso ético de diferenciar la intención entre la anarquía como hecho político a la intención de la obtención de un bien propiedad de la colectividad, tal como en teoría tendríamos que entender la infraestructura pública, ¿se parecía en algo lo que han hecho las personas que han tomado el combustible para su posterior venta y no cual Robin Hood, entregarla al pueblo? ¿Es el pueblo el que toma el bien, o es un particular con una intención específica para obtener un bien para sí mismo? Son las respuestas que necesitamos.

Pero insisto, el propósito aquí no es cuestionar sobre lo que la población que participa en un acto colectivo ilícito, de rapiña o de apropiación comunitaria, sino mirar la desigualdad social.

Entendemos que la desigualdad no es sinónimo de la pobreza, por eso es tan importante comprender que el acto de lo desigual tendría que tener más sentido para las mujeres y otras poblaciones para quien la sociedad ha sido intencionalmente desigual al restarle oportunidades, pero también exhibiendo delante de éstas lo que el otro tiene.

En México convive el más absoluto derroche y exceso y la falta de conciencia, y esta es la parte más compleja que como personas tenemos. No se trata de vivir lamentando, pero sí tomando conciencia que una cama caliente, un techo sin agujeros, un abrigo y un alimento cada día son bienes básicos para las personas y no todas lo disfrutan.

Se trata de tomar conciencia de que la desigualdad y la necesidad no es el lujo de uno y el deseo del lujo del otro, es decir, no se trata de que haya desigualdad entre quien puede poseer un auto de lujo o un teléfono de marca y alguien que, como resultado del consumismo desea esos bienes para entrar en una dinámica de  apariencia, consumismo y necesidad de estatus un producto que no le es básico.

Habrá quien diga que también tienen derecho a estos insumos, sí, pero no podemos en un país con tanta pobreza y desigualdad entender que es más importante satisfacer necesidades creadas dentro de un sistema social de consumo de bienes superfluos, frente a la avasallante necesidad real de alimentos, medicinas, agua, seguridad, medio ambiente sano y un sinfín de necesidades en las que la mitad de la población en México es pobre.

Incluso una persona que vive en la ciudad puede padecer de agua y alimentos porque no tiene acceso a estos satisfactores básicos, en tanto una persona de una comunidad más pequeña estima que su pobreza radica en que no posee un mejor auto y un mejor teléfono celular. No, la pobreza no lo olvidemos se trata de satisfactores básicos esenciales para la supervivencia humana, lo otro es si se quiere mirar o reconocer derechos que se han adquirido con la tecnologización.

Más bien, hay que recordar a los jóvenes asesinados por el crimen organizado por incursionar como parte de una moda que trae consigo autos, armas, joyas, ropa, que vivían en condiciones de pobreza mas no de subsistencia en la mayoría de los casos, y que movidos por esta moda de entender la desigualdad en función de las necesidades creadas por un mercado de consumo optan por participar en actividades ilícitas.

La realidad es que en México todavía hoy, hay miles de jóvenes que se despiertan para ir a la escuela y apenas tienen para comer, deben trasladarse caminando porque no tienen para el autobús y acudir a un aula donde le pedirán libros, copias y materiales que difícilmente podrá pagar pero hace el esfuerzo por estudiar mientras vive en una casa de láminas y materiales de desecho, piso de tierra y otras carencias.

La realidad es que cientos de personas tienen un limitado desarrollo escolar derivado de la carencia de alimentos básicos agudizando cada vez más sus limitaciones y oportunidades intelectuales para salir del círculo transgeneracional de la pobreza.

La desigualdad es que en México se desperdicien toneladas de alimentos, ropa y viviendas deshabitadas en tanto haya miles de personas sin alimentos, sin ropa y zapatos, y viviendo en condiciones precarias porque ni el Estado ni la sociedad han sido capaces de mirar esas carencias que podrían ser resueltas con una mejor distribución de los bienes, incluso con la conciencia de quienes poseen y pudieran compartir con otros que menos tienen.

Hay demasiado que reflexionar en México, pero detenernos a pensar efectivamente sobre lo que es la desigualdad y sus consecuencias en la vida de las personas lo que nos podrá ayudar en estos debates contemporáneos en los que una beca de apenas tres mil pesos a jóvenes se convirtió en un tema en el que se cuestiona “dar dinero a ninis”, jóvenes que no trabajan porque no tienen experiencia pero que deberán tener un nivel educativo para poder ingresar a una empresa o institución a adquirir habilidades, y yo me pregunto ¿cuándo se nos olvidó que todos empezamos sin tener experiencia?

Que no se nos olvide que este es el país en el que han muerto miles por no tener acceso a una medicina, por no tener para comer y sin vivienda con las condiciones mínimas de seguridad y eso es la desigualdad.

 

*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche

 

19/AC/LGL

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