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La diferencia

Por Cecilia Lavalle

Cada vez que en la vida cotidiana me topo con actitudes o expresiones machistas, me acuerdo de mis amigos que dicen que el machismo está en extinción. ¡Qué más quisiéramos muchas!

Ayer por ejemplo, estaba en la papelería comprando un material que le habían pedido a mi hija. El establecimiento estaba prácticamente vacío: un señor que requería fotocopias, un niño que necesitaba unos plumones, una niña que tenía una lista de requerimientos, un señor que recién llegaba y yo. Para atendernos había cinco personas. Pero la eficiencia no era precisamente una de sus cualidades.

Tras esperar durante 10 minutos que la señorita que me atendía regresara con un pliego de papel lustre negro y uno morado, comencé a impacientarme. La empleada que atendía a la niña era igualmente ineficiente.

La mamá de la niña, desde su auto, preguntó exaltada ¿¡Por qué te tardas tanto?! Cinco minutos después: ¡Qué te saquen la cuenta de lo que ya te dieron y vámonos! La niña pidió la cuenta. Cinco, diez minutos y la cuenta no llegaba. Finalmente, la madre le ordenó a la niña ¡Deja todo y vámonos! Cuando la niña y su madre se marcharon, el señor que estaba a mi lado comentó en voz alta: «Se le hace tarde para tomarse el café con sus amigas».

Sin duda fue un comentario machista. Y si alguna duda cabe habría que preguntarse ¿un varón tendría un comentario similar si a quien juzga o de quien opina es otro varón? En este caso, si quien estuviera esperando a la niña fuera su padre y desesperara igual, puedo apostar que el señor jamás se hubiera atrevido, ya no digamos a decir en voz alta ni siquiera a pensar que el hombre tenía prisa porque le esperaba un café con sus amigos o una partida de dominó -que es una imagen más varonil-.

Seguramente pensaría que el pobre hombre estaba ocupadísimo, que debía regresar a su trabajo y el retraso de media hora era más de lo que se podía aguantar.

Sin embargo, la diferencia está en que se trataba de una mujer y entonces su apreciación fue diametralmente distinta. Ni por error se le ocurrió pensar que esa mamá tenía otras actividades domésticas o laborales que atender y que media hora de tiempo perdido complicaba todos sus quehaceres pendientes.

Y desde luego le parece una frivolidad que las mujeres destinemos un tiempo para tomar café con nuestras amigas, pero a que no opinaría lo mismo si se tratara de un juego de dominó entre varones o de tomarse café o una copa entre amigos.

En ese momento lo único que atiné a decir mirándole a los ojos fue «Yo también estoy muy apurada y no voy a tomarme ningún café con ninguna amiga».

El señor sonrío incomodo y no me contestó nada. Para entonces la ineficiencia de las dependientas estaba a punto de sacar a flote mi enojo. En cuyo caso, claro, el señor hubiera dicho que soy una vieja histérica, calificativo que nunca le merecería un varón. Ésa es la diferencia.

El machismo en extinción. ¡Ja!

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodista de Quintana Roo.

2005/CL/SJ

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