Inicio La feminización de la parcela: la historia de una lucha desigual

La feminización de la parcela: la historia de una lucha desigual

Por Román González

Ante la imposibilidad de competir en el 2003 con altos subsidios, tecnología de punta y bajos costos de producción, a partir de la liberación de productos agrícolas como parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en muy poco tiempo la población rural femenina enfrentará nuevos retos; aunque no superiores a los que ha tenido que afrontar en el pasado.

No conforme con ello, los economistas prevén que el número de mujeres solas que tendrán que lidiar para sostener a su familia crecerá debido, entre otras cosas, a la ausencia de los varones que se ven precisados a emigrar del núcleo ejidal.

Además, la precaria situación que ya de por sí priva en el mercado de trabajo rural, se verá todavía más agravada por la falta de acceso a la tierra de unos y por la ausencia de créditos para los que la tienen; situación que sin duda hará que persista la pobreza en virtud del alto nivel de subempleo y desempleo.

El diagnóstico de la Procuraduría Agraria publicado hace dos años, Y ando yo también en el campo, informa que en la década de los 20 únicamente podían ser ejidatarias las mujeres que fueran cabeza de familia; hace tres décadas, se documenta, había sólo 31 mil 459 ejidatarias, o sea que de cada 100 propietarios de la tierra uno era mujer.

Para el 2000, año del estudio, entre ejidatarias, posesionarias y población femenina avecindada ya había casi 900 mil mujeres con derechos agrarios.

De suyo la doctora en economía, Martha Valdivia Carreón, pronostica que la situación del agro mexicano va a agudizarse debido al abandono de las áreas productivas y a la pérdida de especies de los productos agrícolas, los cuales se han ido eliminando ya que sus costos son mucho más altos que los del exterior.

Para la también investigadora de la Universidad Autónoma de Chapingo (UACH), en un futuro no muy lejano con «lo que nos vamos a encontrar es un fenómeno de feminización donde las mujeres adquirirán y asumirán papeles mucho más notables dentro de la familia y de la producción, a fin de hacerles frente a las necesidades familiares».

Para Valdivia Carreón a esa situación se suma la migración, fenómeno que ha pasado de ser una estrategia de supervivencia a una condición para la reproducción de las unidades familiares empobrecidas.

Por lo mismo, las mujeres han incursionado en terrenos antes no considerados para ellas; por lo mismo, se ven obligadas a efectuar otro tipo de actividades para obtener ingresos adicionales, lo que al mismo tiempo las ha llevado a convertirse en gestoras de servicios para su propia comunidad; incluso en ciertos casos a ser líderes comunitarias.

En otros casos, dice Valdivia Carreón, ante un insuficiente salario por parte del jefe de la familia, la mayoría de ellas cada vez más se incorporan al trabajo asalariado; sin dejar de lado sus labores domésticas y el cuidado de los niños.

Sin embargo, considera la estudiosa, «esta incorporación laboral es una oportunidad que las obligará a buscar nuevos patrones de producción y de consumo en el medio rural, con la intención de lograr la subsistencia, más que la bonanza o mejores niveles de vida».

Sí quisiéramos considerar cuál es la participación de las mujeres en el medio rural –continúa la doctora en economía– tenemos que partir de una condición de desigualdad, «no es por repetir la situación en función de los tratados comerciales, sino porque la condición femenina en el mundo rural siempre es en condiciones de desigualdad frente al varón».

CÓMO SE HACEN DE LA TIERRA

Para responder a la pregunta ¿de qué manera tuvieron acceso las mujeres a la tierra social?, el citado estudio de la Procuraduría Agraria, Y ando yo también en el campo, indica que eso se debe fundamentalmente a la herencia de la tierra y la cesión gratuita, seguido de la compra: casi siempre a otro ejidatario.

De esta manera las mujeres titulares de la tierra por lo regular no son producto del reparto agrario sino de la trasmisión de la tierra en el seno de la familia: la mitad de ellas casi siempre adquiere la tierra por medio del esposo, la cuarta parte gracias a su padre y el 11 por ciento por su madre.

En el estudio también se lee que casi la quinta parte de las mujeres campesinas posee la tierra durante poco tiempo, ya que junto con la feminización del campo se ha detectado un marcado envejecimiento de los titulares de la tierra.

Proceso que se acentúa aún más entre las mujeres: en el caso de los ejidatarios 68 por ciento de la población femenina rebasa los 50 años y en el de los varones sólo 53.5 por ciento. Como se ve, son estas mujeres las que funcionan como eslabón entre los hijos y el esposo.

Otro elemento que se describe en el multicitado estudio es la lucha contra corriente que enfrenta el crecimiento de la presencia de la mujer en el agro mexicano; crecimiento que se deriva precisamente de saber que, a quien en la mayoría de los casos las campesinas les dejan su derecho a la tierra, es a los hijos.

Por lo mismo, 63.2 por ciento de las entrevistadas dijo tener la intención de beneficiar a una sola persona con la parcela, 29 por ciento eligió al hijo menor y menos de la mitad de ese porcentaje optó por el hijo mayor; lo curioso es que a las hijas las eligen menos de la tercera parte que a los hijos.

Según el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (Procede), de 28 mil 50 ejidos certificados, 21 mil 246 poseen 49.1 millones de hectáreas cuya propiedad se reparte entre 2.7 millones de personas; cifra en la que 77.9 por ciento son hombres y 22.1 por ciento mujeres.

En promedio, según el Procede, las mujeres poseen una extensión de cinco hectáreas o menos de tierra.

SUBSIDIOS

En el proyecto del presupuesto para el año 2003 enviado por el ejecutivo federal al Congreso de la Unión se considera una fuerte disminución del gasto en agricultura: justo cuando se eliminan los aranceles de los productos de ese sector por el TLCAN.

El dinero destinado este año para el agro mexicano fue de 35 mil 500 millones de pesos; para el próximo habrá 33 mil 900 millones de pesos para el sector primario, es decir, mil 600 millones menos.

Estas cifras resultan irrisorias si se comparan con los subsidios que el vecino país del norte le otorga a su agronomía (uno de los más altos del mundo): para los próximos 10 años, cuya cifra ascenderá a 180 mil millones de dólares.

Esto significa que los agricultores de esa nación vecina contaran con 18 mil millones de dólares, mientras que los mexicanos tendremos sólo tres mil 291 millones de dólares.

Como se observa, es difícil competir con los precios y los costos que tienen los productores de ese país.

EL TLCAN

Con especialidad en las áreas de reforma agraria y movimientos campesinos, Valdivia Carreón señala que en los tratados comerciales regionales como el TLCAN (uno de los muchos que México ha firmado) se aplica el principio y las bases de la globalización, impulsada por la Organización Mundial de Comercio para ampliar y liberalizar el comercio en el mundo.

En realidad, asegura, puede considerarse que los tratados comerciales son instrumentos de control comercial pormenorizada de una área geográfica o económica en alguna parte del mundo.

En este tenor, abunda, nos desenvolvemos en un ámbito en el que al parecer todos los países que firman tratados comerciales «tenemos condiciones de igualdad para el intercambio comercial de productos, pero que en realidad no es así».

Por lo tanto es preciso considerar que la igualdad que se pregona en el tratado de base no existe. Y, mientras se hable de una liberación de todos los productos agrícolas, los Estados Unidos establecerán una serie de barreras a las que podríamos considerar como simuladas para comercializar cierto tipo de productos.

Hoy por hoy México cuenta con una población rural femenina de 12 millones 400 mil mujeres, lo que representa el 12.8 por ciento de la población nacional y el 25.6 del total de la población, pero cuya situación de marginación en la que se encuentran las áreas rurales se reflejan en el entorno comunitario, en las precarias condiciones de las viviendas y en el rezago social.

       
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