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La Marcha

Por Marta Guerrero González

Justas son las demandas de la sociedad por la exigencia de seguridad, frente a la gran industria del secuestro: los cincuenta plagiados asesinados durante los tres años de gobierno panista y la gran impunidad de que gozan los delincuentes.

La movilización social programada para el domingo 27 de junio a las 11 horas, saliendo del Ángel de la Independencia, nos habla del ánimo de los mexicanos y su poca confianza en las instituciones.

El reclamo no es sólo una llamada de atención para que el gobierno tome cartas en los asuntos que más nos preocupan, es una exhibición inédita, de la corrupción en los mandos policiales, de la ineficiencia en la impartición de justicia, en la nula capacidad de las autoridades para la prevención y disminución del delito, del estatismo legislativo y los sucios manejos políticos que amparan el ostracismo, el disimulo, la complicidad y el engaño a la sociedad.

La Marcha exige un verdadero combate a la delincuencia, signado por México en organismos internacionales, exige a la comisión de derechos humanos que atienda a las víctimas y no sume al agravio sufrido, recomendaciones que violentan el escarmiento, el ejercicio de la justicia y promueven la posible comisión de más y mayores delitos.

Exige que los secuestradores que están en reclusorios locales sean trasladados a cárceles federales y que se restrinjan los celulares en ellas para evitar los mandatos del crimen organizado desde dentro. Pedimos penas mayores. Que los menores de edad capaces de matar, secuestrar y violar sean castigados como los adultos.

Debemos aceptar que el problema de inseguridad supera las buenas intenciones y precisa de acciones enérgicas en el combate a la delincuencia. México no puede dejar pasar más tiempo, ni escatimar todos los recursos (legales, económicos, estratégicos, humanos, penitenciarios, etcétera).

No podemos seguir manteniendo a los cuerpos policíacos actuales, por la simple razón laboral, cuando no cumplen con su obligación, no entregan resultados y son corruptos o vulnerables a la corrupción.

Es verdad que se teme que un policía despedido es un potencial delincuente, pero dentro de la corporación es una posible «madrina» de una cadena (decenas y cientos) de pillos que tras su cobijo roban, secuestran, violan y matan a indefensos ciudadanos.

Así como es preciso aceptar públicamente que la delincuencia va en aumento, es preciso tener el valor, el verdadero, para reconocer (lo que todos sabemos) que mientras existan policías corruptos dentro de cualquier nivel, el crimen se seguirá anotando triunfos.

De nada servirían las reformas a las leyes, mientras la corrupción goce de impunidad, de nada han de servir sino contamos con una eficiente y efectiva aplicación del derecho desde ahora.

*Periodista y escritora mexicana

2004/BJ/SM

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