Inicio La Navidad, más allá de la reja y la culpa

De las 54 mujeres que alberga el CERESO de Ciudad Victoria, no hubo una a la que no se le dibujara una sonrisa o a quien no se le olvidaran las noches de insomnio, los pleitos cotidianos, su ansia de libertad o el ansia por ver a las y los hijos.

Dejaron de ser un expediente archivado, un rostro olvidado. Los muros de su silencio fueron vencidos por los villancicos navideños, la algarabía y por la felicidad de acariciar entre sus manos el frasco de perfume, el maquillaje, la bolsa de mano, los zapatos, regalos que las damas voluntarias les llevaron.

Para Araceli Delgado, mujer de 35 años, tres de los cuales ha vivido en el reclusorio, los regalos y atenciones del grupo de voluntarias es como una pequeña luz: De no ser por ellas, todo sería oscuridad, la gente de afuera no tienen ni idea de lo que personas como la Heydi , la señora Susana Hernández Flores, su hija Susi, la señora Mirna, y la señora García y otras más hacen por nosotras. Porque más allá de las culpas que podemos tener, somos humanas, tenemos hijos, padres.

Su historia es similar a la de muchas mujeres que decidieron compartir con sus compañeros el camino del ilícito.

– Por más vueltas que le doy, ya ni para qué lamentarme. Hasta lo peor es experiencia. Lo que más me duele es que mis dos hijos están todavía chiquitos, a sus 11 y 10 años, y han sufrido igual que nosotros. Es el costo del delito. Gracias a Dios, mi familia nunca me ha dejado sola. Desde que nos detuvieron se hicieron cargo de mis niños y viven con ellos en Guadalajara. Me los han traído varias veces y ahora me dicen que pasarán la Navidad aquí, conmigo. Eso me da felicidad, aunque me duele que vean a sus padres en estas condiciones.

Aracely, dentro de su infortunio, le pone ganas a la vida: estudia y se capacita tras las rejas.

«La prisión, dice, es experiencia de vida, nos hace retomar el camino. Tengo conciencia de mi situación y de lo difícil que va a ser incorporarme a la vida normal, después de cumplir la sentencia de 10 años que me dieron. Por eso participo en todos los talleres, en todos los estudios que el voluntariado nos trae. Ahora para Navidad las voluntarias se llevan todas las manualidades que hacemos, las venden y con eso es como sobrevivimos y hasta podemos darles algo a nuestros familiares».

VÍSPERAS DE NAVIDAD

Anoche, dice emocionada Arcelia, quien lleva ya 8 años en prisión, no pude ni dormir, nomás de pensar que hoy iba a venir a festejarnos. Cuando supimos de la posada que nos iban a hacer nos pusimos de fiesta. No es para menos, la vida en la cárcel es lo peor que le puede suceder a un ser humano, pues independientemente que muchas no estamos aquí por buenas, no hay nada que se asemeje a vivir en el encierro, a perder la libertad.

A su espalda se ven los altos muros rodeados por alambres de púas y el Módulo Dos, que ocupan 54 mujeres, y en cuya explanada espera colgada una piñata que será parte del festejo.

Ahora están de fiesta: sus caras alegres son fiel reflejo de vivir un día distinto: pastel, tamales, refrescos y muchos regalos, que van desde artículos personales hasta despensas, forman parte de la celebración. También dos lavadoras, que envió Adriana González de Hernández, el DIF-Tamaulipas.

ATENCIÓN A RECLUSAS

Susana Hernández Flores, precursora de la atención a las reclusas, recuerda: «Hace ya varios años que mi hija y yo empezamos a venir. Fue una Navidad en que lo decidimos, luego de leer un reportaje acerca de la vida de las mujeres en prisión. Con el tiempo se nos hizo costumbre porque, independientemente de la ayuda material o legal que les podamos dar, compartir un poco de nuestro tiempo con ellas, (aunque suene a comercial) no tiene precio. Son mujeres que han perdido todo, empezando por su libertad, su familia, sus parejas e incluso a sus hijos».

Considera un acierto que la presidenta del DIF impulsara un voluntariado en la prisión.

«Auque no soy parte del voluntariado oficialmente, soy testigo de cómo trabajan todas las mujeres que se han involucrado en él. Nos hemos comprometido con ellas. Hemos aprendido a entender hasta sus silencios. Son absolutamente vulnerables, enfrentan todo tipo de carencias. Nosotros tratamos de aliviar las materiales, buscando apoyo de la sociedad civil y con el respaldo institucional del DIF. Los asuntos legales los canalizamos y personalizamos para que se resuelvan en la medida que es posible. Ahora vemos a algunas mujeres transformadas, aún en este encierro. La desconfianza inicial hacia nosotras ha desaparecido: nos ven como un lazo con el exterior».

LA VIDA ME JUGÓ RUDO

Paula es una de las mujeres que constituyen el grupo más numeroso dentro del penal, las que están acusadas por delitos contra la salud.

«Sé que la libertad aún está lejos, pero no sabe cómo anhelo, con toda mi alma, ver a mis hijos. Sé que no es fácil, pues yo soy de Michoacán, la vida me jugó rudo y me tienen presa por un delito del que no soy más que testiga involuntaria, pues nunca supe que mi marido traía las llantas del carro repletas de cocaína. Pero eso es ya historia conocida, porque por más intentos que han hecho para demostrar mi inocencia, nada se ha logrado en estos siete años que he pasado aquí.

«Por lo que ruego es para ver a mis hijos, que ya han de ser todos unos hombrecitos, pues cuando me agarraron, eran adolescentes, y de eso ya han pasado siete años. En ese tiempo, me los han traído dos o tres veces. No me quejo, están con mi familia y quieren lo mejor para ellos. La cárcel nunca lo será… yo bien que lo sé… pero soñar no cuesta nada… y menos en Navidad…»

06/BC/GG

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