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La peligrosa naturalización e invisibilización de la violencia

Por Alejandra Buggs Lomelí*
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Preocupación, indignación, miedo, enojo, frustración, impotencia, incredulidad, sorpresa y muchas emociones más, son las que estas últimas semanas nos golpean y se recrudecen ante los hechos sociales que estamos enfrentando como país.
 
Emociones que habitan todos los días los corazones y el alma de las y los familiares de cada una de las mujeres asesinadas en todo el país, Ciudad Juárez, Ecatepec o Michoacán, por mencionar algunos municipios o estados.
 
Emociones que están presentes en cada madre y padre de aquella niña o aquel niño secuestrado, emociones que ante la reciente desaparición de los 43 jóvenes normalistas se exacerban en un colectivo que está dispuesto realmente a reconocer la gran violencia que vivimos día a día y que cada vez está más cerca.
 
Emociones de quienes conocían a las personas encontradas en esas fosas… No son los cuerpos de los jóvenes normalistas, pero y nos hemos preguntado acaso: ¿Quiénes son? ¿Son mujeres? ¿Son hombres? ¿Por qué los mataron?
 
Movimientos estudiantiles que nos enfrentan ante las desigualdades y ante las imposiciones de los sistemas patriarcales y hegemónicos, movimientos que  “activan” las emociones de mujeres y hombres.
 
Tenemos miedo por nosotras, por las otras y los otros, tenemos miedo de las y los otros, miedo de la violencia que cada día cobra más fuerza y vamos naturalizando al grado de ser miopes ante ella.
 
Sabemos, y es un saber que no quisiéramos tener, que la violencia se manifiesta de diferentes formas: violencia física, verbal, sexual, psicológica, humillación y acoso escolar (bullying), secuestros de niñas y niños, desaparición de normalistas, feminicidio, trata de personas, y asesinatos de periodistas, por nombrar algunas.
 
Este monstruo de la violencia crece con el aval de los gobiernos y de muchas personas que triste y terriblemente viven de ella y la fomentan para lograr sus más obscuros objetivos de poder.
 
Mientras tanto, nosotras como ciudadanas y ciudadanos nos asustamos y/o la negamos.
 
En el mejor de los casos como seres humanos nos decidimos (porque definitivamente es una decisión) a canalizar este torrente de emociones que nos generan estos actos de violencia, platicando con amistades o en el trabajo, uniéndonos a marchas o compartiendo en las redes sociales nuestra indignación.
 
O quizás como lo hago yo ahora, gracias a este importante espacio con el que cuento, escribiendo lo que siento, y con este compartir quizás toco el corazón de alguien más que se sensibilice ante esta realidad y enfermedad social, que es la naturalización de la violencia.
 
Naturalizar la violencia se ha convertido en un cáncer terrible que va ocupando cada vez más terreno en nuestra sociedad, lo que ha llevado a un gran número de personas a acostumbrarse a cualquier tipo de violencia sea del grado que sea.
 
Hay personas que han acostumbrado a su corazón a no sentir ya nada ante alguna grosería que alguien diga, groserías que se han vuelto parte cotidiana de nuestro vivir y por lo tanto, dejan de vivirlas como violencia, o al enojo de las personas si alguien en el carro se mete y lanza una mirada de desprecio y enojo, por poner algunos ejemplos.
 
La peor forma de acostumbrarnos a la violencia es la que aprendemos a través de la mayoría de los medios de comunicación que creen que “a mayor amarillismo mayor audiencia”, en cuanto al tema de la violencia se refiere.
 
Estos medios muestran como “natural” (aun cuando tapen las caras de las personas o avisen que las escenas que presentarán serán fuertes), imágenes de niñas y niños golpeándose, de camionetas abandonadas con más de 10 muertos, con tal de elevar sus niveles de “rating” y sin tomar en cuenta para nada la forma en que impactan emocionalmente estas escenas en el auditorio.
 
Esta grave naturalización de la violencia es un fenómeno que requiere de una atención por parte de las autoridades del sector salud, y es algo que hay que atender porque desafortunadamente va en aumento.
 
A esta escalada se suma, desde mi punto de vista, la deshumanización y miopía de muchas personas ante cada uno de los hechos violentos de los que nos enteramos en el día a día, ya sea por los medios, porque alguien nos contó que a alguien más le ha sucedido o porque ya la hemos experimentado en carne propia.
 
En todo esto existe una grata realidad y es que, afortunadamente, hay un gran número de personas tomando algún tipo de acción ante los diferentes casos de violencia, y eso es algo que nos permite en nuestra balanza emocional, literalmente, “seguir viviendo y disfrutar de lo que sí tenemos en nuestros vínculos de afecto” más cercanos: pareja, familia, amistades, compañeras y compañeros de trabajo, vecinas y vecinos.
 
Sin embargo, hoy con este compartir que se ha convertido en una forma de catarsis personal ante lo que mi corazón siente, pretendo contribuir a que nos demos cuenta de lo deshumanizada que está nuestra sociedad ante tanta violencia.
 
Me queda claro que puede ser que sea una respuesta refleja de algunas personas como mecanismo de defensa por no saber qué hacer con todas esas emociones.
 
Aunque la realidad nos lleva, si nos damos un momento para observarnos y observar a las y los demás, a darnos cuenta de que parece que nos da lo mismo saber que murieron 20, 30, 50, 100 o más de mil personas aquí en nuestro país o en cualquier parte del mundo.
 
Es increíble ver que hay personas que aun con estudios, no saben o no quieren saber lo que está sucediendo en nuestro país con los jóvenes normalistas desaparecidos, con los casos de feminicidio, con la trata de personas, etcétera, y prefieren (consciente o inconscientemente) vivir en una burbuja para no sentir y por tanto no actuar.
 
Aun con todas las movilizaciones que se han llevado a cabo en diferentes puntos de nuestro país y en otras naciones, ante la desaparición y/o asesinato de los jóvenes de Ayotzinapa, aun con las marchas a través de los años contra el feminicidio en cada estado, marchas contra la violencia hacia periodistas y contra la inseguridad, prevalece un clima de miedo y desprotección ante la paralización de las autoridades.
 
Es una protección a la que tenemos derecho y que deberíamos tener de quienes se “supone” protegen al país y a la ciudadanía, y no lo hacen porque están coludidos con aquellos que realmente ostentan el poder, que bien sabemos no son los gobiernos.
 
Esta atmósfera de violencia y desprotección provoca que la mayoría de las personas experimentemos preocupación, indignación, miedo, enojo, frustración, impotencia, incredulidad, sorpresa, tristeza y dolor, independientemente de qué tan conscientes o inconscientes somos de estas emociones.
 
Es importante mencionar que para mantener nuestra salud emocional y mental, estas emociones tienen que encontrar una “válvula de escape” que nos permita reconocer profundamente estos sentimientos y darles salida de una forma sana.
 
Empezando por reconocer la forma en que nos impactan estas noticias tan violentas que están ocurriendo en México, después tenemos que tratar de no naturalizar e invisibilizar la violencia, y por último, compartiéndolo con otras personas que al igual que a ti y que a mí, les duele lo que el poder de la violencia ha estado lastimando a nuestro México.
 
Es para mí una responsabilidad social colocar “sobre la mesa” las emociones que cada uno de los hechos violentos y de inseguridad provocan en la sociedad aunque hay personas que siguen miopes ante ellos.
 
¿Qué más tiene que pasar para que en la balanza pesen más la armonía, las relaciones sanas y de bienestar, la paz y sobre todo la posibilidad de reaprender a humanizarnos?
 
*Psicoterapeuta humanista existencial, especialista en Estudios de Género, y directora del Centro de Salud Mental y Género.
 
Visita nuestro Fotoreportaje: "Madres de normalistas desaparecidos hacen suya la Normal de Ayotzinapa"

Visita el reportaje audiovisual: "Justicia. Madres Ayotzinapa"
 
Consulta nuestra cobertura informativa Caravana de madres de Ayotzinapa

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