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La prostitución no es elección, sino estrategia de supervivencia

Por Guadalupe Gómez Quintana

La prostitución no es un trabajo y nadie nace para puta, dijeron a la prensa hace unos días mujeres argentinas que se rebelaron en Buenos Aires ante su condición de prostitutas, lo que confirma la opinión de la experta Janice G. Raymond de que esa práctica no aumenta las posibilidades de elección de las mujeres.

Las mujeres no entran a la prostitución a través de una decisión racional, ni se sentaron un día y decidieron que querían ser dedicarse a ello, explica Raymond, de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas (CATW), autora del documento «Diez razones para no legalizar la prostitución», publicado en 2003.

Como afirmaron las mujeres argentinas durante un acto de protesta en Buenos Aires (Cimacnoticias, 2 julio 07), es un absurdo plantearle a la mujer en situación de prostitución que lo que realizan es un trabajo y que le van a generar mejores condiciones para que se prostituyan.

Lo que tratan de hacer las leyes que legitiman y legalizan la prostitución –como la iniciativa mexicana presentada en días pasados en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal– es brindar «ayuda» a las mujeres para que continúen siendo explotadas sexualmente, como denuncian las mujeres argentinas.

Por eso, dice Raymond, «es preferible llamar a esas ?elecciones? estrategias de supervivencia». Porque, más que consentir, una mujer prostituta accede a la única opción que está a su alcance. Su conformidad deriva del hecho de tener que adaptarse a las condiciones de desigualdad que son establecidas por el consumidor que le paga a ella para que haga lo que él quiera.

La mayoría de las mujeres entrevistadas por los estudios realizador por la CATW señalaron que la elección de entrar en la práctica de la prostitución sólo se puede discutir dentro de un contexto donde no existen otras posibilidades.

Tenían muy pocas alternativas. Y para muchas era «la última opción» o «una manera involuntaria de finalizar un «camino».

También el 67 por ciento de los policías entrevistados afirmaron lo mismo, lo mismo que el 72 por ciento de las y los trabajadores sociales que interactúan con ellas.

La industria del sexo, explica Raymond, pretende que al legalizar la prostitución se distinga entre prostitución forzada y voluntaria, porque conseguirían más estabilidad y seguridad legal, ya que difícilmente una mujer marginada, reclutada utilizando la fuerza, puede probar que fue o es forzada.

Ante esto, muy pocas mujeres que están en la prostitución tendrán recursos legales y muy pocos culpables serán procesados.

Muchas mujeres que están en la prostitución tienen que mentir constantemente sobre sus vidas, sus cuerpos y sus respuestas sexuales. Mentir es una parte de la definición de su trabajo cuando un cliente pregunta: «¿Te ha gustado?».

Algunas supervivientes de la prostitución han señalado que después de haber dejado la prostitución les costó mucho tiempo darse cuenta de que la prostitución no fue el resultado de una libre elección, porque el negar su propia capacidad de elección era negarse a sí mismas.

Raymond no duda que un número pequeño de mujeres diga que eligen ser prostitutas, sobre todo si se encuentran en contextos públicos organizados por la industria del sexo. Lo mismo sucede con algunos consumidores de heroína. «Sin embargo, incluso cuando las personas eligen tomar drogas peligrosas, reconocemos que el consumo de dicha droga es perjudicial para ellos, y la mayoría de las personas no piden la legalización de la heroína».

Incluso la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en un informe de 1998, considera la prostitución como una de las formas de trabajo más alienada, subraya.

Este organismo demostró, dice Raymond, en una investigación realizada en 4 países que las mujeres trabajaban «sufriendo», «sintiéndose forzadas» o estaban «llenas de remordimientos» y tenían una identidad negativa sobre sí mismas. Un número significativo de ellas afirmó que si pudieran dejarían el trabajo sexual.

Es similar a la situación en que vive una mujer cuya pareja la maltrata. No podemos decir que esté allí de manera voluntaria, incluso cuando ella lo defiende a él. «Al igual que las mujeres maltratadas, las mujeres en la prostitución a menudo niegan los abusos si no se les ofrecen verdaderas alternativas», insiste.

NO A LA LEGALIZACIÓN

Al igual que las mujeres argentinas que se niegan a la legalización de la prostitución, 146 mujeres entrevistadas para un estudio de la CATW afirmaron en forma rotunda que la prostitución no debería legalizarse ni considerarse un trabajo legítimo.

Aumentarían los daños y riesgos que sufren a manos de proxenetas. «Me niego. No es una profesión. Es humillante y es una forma de violencia masculina», dijeron.

Ninguna de las mujeres entrevistada quería que sus hijas, hijos, familia o amigos tuvieran que ganar dinero a través de la industria del sexo. Una afirmó que «La prostitución me despoja de mi vida, salud, de todo».

LEGISLADORES E INTERESES

Los legisladores se suben al tren de la legalización porque creen que es lo único que funciona, afirma Raymond.

Se habla muy poco del rol que tiene la industria del sexo en la creación de un mercado global del sexo sobre los cuerpos de las mujeres, niñas y niños. En cambio, oímos mucho sobre el hecho de conseguir que la prostitución se convierta en un trabajo con mejores condiciones para las mujeres a través de la regularización y/o legalización, a través de los sindicados denominados «trabajadoras del sexo» y a través de campañas que proporcionan condones a las mujeres que están en la prostitución pero que no les ofrecen ninguna alternativa.

Oímos hablar mucho sobre cómo mantener a las mujeres en la prostitución pero muy poco sobre cómo ayudarlas a salir de ella, señala.

Los gobiernos que legalicen la prostitución tendrán muchos intereses económicos en la industria del sexo, sentencia Raymond: «Consecuentemente, aumentará la dependencia de los gobiernos sobre la industria del sexo».

Para la integrante de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas, si se contabilizan las mujeres que están en la prostitución como trabajadoras, los proxenetas como empresarios, y los compradores como clientes de los servicios sexuales –legitimando y considerando a toda la industria del sexo un sector económico– los gobiernos abdicarán de la responsabilidad de conseguir trabajos adecuados y lícitos para las mujeres.

«En vez de sancionar la prostitución, los Estados podrían centrarse en la demanda y penalizar a los hombres que compran mujeres para tener sexo, y podrían apoyar el desarrollo de alternativas para las mujeres que están en la industria del sexo.

«En vez de beneficiarse de los impuestos recaudados de la industria del sexo, los gobiernos podrían embargar los bienes de la industria del sexo e invertirlos en el futuro de las mujeres que están en la prostitución proporcionando recursos económicos y alternativas reales», concluye Janice G. Raymond.

07/GG/CV

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