Por más que vienen y van los procuradores de Justicia, los agentes del Ministerio Público siguen trepados en los muros de la infame burocracia. El asunto es suma de un listado de razones que hacen desistir a las víctimas de levantar un acta y dar inicio a la averiguación previa.
Les cuento: Rebeca tiene 16 años, asistió al dentista a las siete de la noche, pues a esa hora la consulta es fuera del horario de la clínica y su costo mucho menor. Hasta ahí todo bien. Eran las ocho cuarenta y justo en la calzada de Legaria, en la colonia Torre Blanca, un sujeto con un pica hielo la atacó por detrás para quitarle sus pertenencias.
¡No hagas nada o te mato! Rebeca le dio su reloj. El tipo trató de correr pero frente a ellos estaba la patrulla y tres policías. Lo agarraron con las manos en la masa y junto a la chica se los llevaron a la agencia novena en Tacuba.
Cuando llegué las cosas estaban paradas, pues el delincuente estaba totalmente intoxicado y hubo que remitirlo a la delegación Miguel Hidalgo para que lo «certificaran», es decir para un examen médico. Supusimos que la espera seria un ratito, tal y como aseguraban los polis.
Siempre con el ánimo de hacer un servicio a la comunidad, Rebeca insistió en declarar para evitar futuros atracos y posibles lesiones a otras mujeres. Los agentes manifestaron que el sujeto en cuestión era un pájaro de cuenta y no era la primera vez que asaltaba pero las muchachas siempre se desistieron de formalizar la acusación.
Mientras tanto el Primer turno chacotea a ratos y a ratos toma declaración. Como a las doce llegaron los policías con el individuo y un policía empezó su declaración. Nosotros suplicábamos que declarara primero la menor de edad y víctima.
No hubo modo. A la una cuarenta de la madrugada, enfurecí. O le tomaban la declaración a Rebeca o nos íbamos, de todas maneras los policías eran testigos oculares, presenciales. «Bueno, pues ya que declare—me dijo el emepe. – y que declare su hijo y usted también».
Ah, no, de ninguna manera. Nosotros no estábamos y sólo vinimos por la muchacha, con la declaración de la víctima y de los tres policías tiene más que suficiente. Con toda sinceridad pensaba que amanecíamos en la agencia. El cuento duró casi seis horas y eso que lo atraparon «infraganti».
Con razón los jueces los sueltan, el acta está plagada de estupideces, cinco hojas de «sus manos suya de él y a la cintura suya de la denunciante». Nos fuimos. Al fin ciudadanos libres. Quedáronse con el reloj y el delincuente drogado (que de tan flaco el cuerpo, más estaba para un asilo que para una cárcel, no se tenía en pie y vomitaba).
Al día siguiente llamaron por teléfono, lo menos siete veces, para que se presentara Rebeca a recoger su reloj. La acompañó un compañero militar, que sobra decir no tenía vela en el entierro, al que a toda fuerza hicieron declarar, mismo agente, mismo procedimiento estúpido.
Computadoras (dos , la primera se descompuso en el proceso), tinta, copias, tiempo y paciencia extrema. Todo eso y sabrá Dios si lo encerraran. ¿A eso le llaman Reforma de barandilla, prontitud y eficiencia?
Ahora hay que reconocer el mérito de los policías. Atraparon al asaltante justo enfrente de sus narices. Todos sabemos que pudieron hacerse guajes, eso que ni qué.
2003/MG/MEL