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La vulnerabilidad femenina

Por Olga Villalta *

Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a Crisanta Pérez, líder del movimiento de San Miguel Ixtahuacán, en contra de las operaciones de la minera Montana. Mientras ella explicaba lo que les significa a las mujeres y hombres de la comunidad esta lucha, su pequeña hija de unos diez meses jugaba inocentemente con la comida.

Nos habló de la acusación que pesa sobre ella de «usurpación agravada», por el delito de no permitir que la empresa Montana se apropiara del terreno que le pertenece. Nos contó la división en los hogares y en la comunidad que ha provocado la presencia de la mina.
Ella, consciente de los daños, está en contra de la operación de la mina. Sin embargo, algunas de sus hermanas trabajan en ella y son presionadas para que convenzan a Crisanta de dejar el movimiento en contra de la minera.

En febrero de este año, las fuerzas de seguridad intentaron capturar a Crisanta. La intervención de otras mujeres lideresas y otras personas de la comunidad evitaron su detención, pero tuvo que permanecer oculta durante seis meses. Hoy ella vive con miedo a ser capturada, no puede trabajar, constantemente le llegan rumores respecto a un posible secuestro y eso le causa zozobra.

La orden de captura no sólo es para ella, sino que se extendió a siete mujeres que también participan en esta lucha en contra de los estragos que la minera provoca en la comunidad.

Crisanta domina el castellano y por lo tanto se ha perfilado como vocera e interlocutora ante los funcionarios de Montana. El precio de participar en la conducción de su comunidad y ser protagonista le significa estar señalada como perturbadora del orden.

El jueves 23, por la línea telefónica, Calixta Gabriel, mujer maya kaqchiquel, sacerdotisa y académica, me compartió el dolor físico y moral que le propinaron dos hombres que entraron a su casa, la golpearon, amarraron e hirieron.

Como pudo se arrastró a la puerta de entrada de su casa y solicitó auxilio a los vecinos, quienes la llevaron al hospital. Esto ocurrió el 7 de septiembre. Calixta vive sola, es una mujer que se ha labrado su propio destino, que poco a poco ha ido construyendo su espacio físico para vivir, así como el respeto de quienes trabajan con ella y su comunidad. Pero vivir sola y ser autosuficiente en esta sociedad significa, para las mujeres, ubicarse en una posición de vulnerabilidad.

Reflexiono sobre estos dos casos, dos mujeres de origen maya, que subvierten lo asignado a su género y el costo que tienen que pagar. Creo que cuando se llama desde los organismos internacionales a que las «mujeres participen» en el espacio público no se dimensiona el riesgo que ellas corren. Va mi solidaridad y respeto a estas dos valientes mujeres.

* Periodista guatemalteca, del diario de Centroamérica.

10/OV/LR/LGL

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