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Languidecen en el olvido indígenas presas por narcotráfico

Por Soledad Jarquín Edgar

Sus historias se entrelazan y tejen celdas de paredes blancas recién pintadas y barrotes negros de hierro. Sus vidas a pesar de desarrollarse en sitios distantes y distintos, lejos una de otra, son semejantes, son mujeres pobres, monolingües, son madres que pierden a sus hijos e hijas en la lejanía y el olvido.

Son las presas, todas las presas y las del Centro de Readaptación Social del Estado de Tabasco (CRESET). Sebastiana Alejandro López, nació en Cárdenas.

Tiene 26 años, su figura es delgada y su estatura es de poco menos de 1.40 metros. Su delito –contra la salud- fue por miedo y obediencia a Miguel Ángel, entonces su pareja y padre de dos de sus hijos.

Ahí, en la sombra del capulín que se comen en la noche los murciélagos, Sebastiana cuenta sus días, han sido casi seis años de encierro, le faltan cuatro años, poco más de la tercera parte de los que tiene ahora y que carga en su débil y frágil figura.

En sus brazos juega su hija, la pequeña Andy Cristal que como muchos otros niños y niñas nacieron en la cárcel y que a su corta edad no imaginan un mundo exterior, porque nunca lo han visto, su mundo, su comunidad son los muros de la vieja cárcel que alberga a poco más de dos mil internos, de ellos 134 son mujeres.

Sebastiana tenía 20 años cuando por miedo a las golpizas y a las amenazas de muerte de Miguel Ángel llegó hasta el penal de Comalcalco, donde éste purgaba alguna condena por su adicción.

Una y otra vez, Miguel Ángel había pedido a Sebastiana que le llevara droga, que la necesitaba. La última vez, le dijo «si no la traes, cuando salga de aquí te mato…» Sebastiana consiguió 15 gramos –de cocaína o marihuana, daba lo mismo-.

Pero no pasó, fue descubierta por los custodios, detenida en un instante y trasladada hasta el CRECET, en la capital tabasqueña.

Cuando me detuvieron yo sentí morir, en mi corazón sentí algo tan raro, sentí que los nervios se me destrozaron por completo, pensé en mis niños, que va a ser de mi vida. Eso fue lo primero que pensé, lloraba demasiado.

Como si estuviera contando otra vida, Sebastiana relata la suya. Dentro de ella están sus hijos, los hijos que tuvo con Miguel Ángel, de quien no supo más cuando salió libre. Miguel Ángel, su hijo, hoy tiene siete años y el más chico, Marco Antonio, acaba de cumplir los seis.

«El más chico si me dice mamá, pero para él su mamá es su abuelita y el más grande, pues si más o menos sabe que soy su mamá. La abuelita me dijo que cuando salga me los va a entregar, pero la verdad es que ya no, pues, yo siento que ya más son de ellas que míos», dice esta pequeña mujer que sabe que el olvido se ha interpuesto entre ella y sus hijos.

Ahora, tiene a Andy Cristal, se casó de nuevo en la cárcel, su actual pareja ya está libre y la visita de vez en cuando. Ya piensa en la libertad, en luchar, para trabajar, para salir adelante. Antes no pensaba así –dice Sebastiana mientras besa a la niña- yo decía para qué luchar si toda la vida se me queda aquí…

LAS CIFRAS DEL NARCOTRÁFICO

Cuentan y cuentan sin que nadie las escuche. Son mujeres indígenas, son vidas humanas que se convierten en estadísticas, en las cifras (negras) del combate al narcotráfico, en la cuota que el Estado mexicano entrega al imperialismo para la certificación, como señaló a cimacnoticias la investigadora Concepción Núñez Miranda.

En entrevista con cimacnoticias, explicó que si las autoridades quieren impartir justicia y no «injusticia» como hasta ahora ha sucedido con esas mujeres presas, sería necesario revisar cada uno de sus expedientes, que reciban juicios dignos, «que no sean sólo chivos expiatorios para justificar el combate al narcotráfico».

En Los Cautiveros de las Mujeres, la antropóloga Marcela Lagarde, señala que éstas generalmente cometen delitos en función de un esposo, un padre, un hermano, un hijo o un amante… Esto es, la delincuencia femenina está directamente asociada con la opresión, la subyugación, al servicio dé… la obediencia a … y por quedar bien con…

2003/SJ/MEL

       
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