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Las niñas de Cancún: violencia del sistema

Por Lydia Cacho

Este no es un escándalo, como algunas personas han querido presentarlo. No es simplemente un caso más de abuso sexual infantil; esta es la historia más clara de los ciclos de violencia social reflejados en una comunidad poco empática con el dolor humano, de una prensa escandalosa y alejada de la ética más elemental para proteger los derechos de las víctimas de un delito violento.

De arribistas que se «cuelgan» de noticias para ser entrevistados, de unas autoridades sumidas en la ignorancia y la soberbia, es una guerra entre unos cuantos individuos que no alcanzan a comprender las repercusiones de las violaciones a los derechos humanos y las garantías individuales de las casi 20 niñas y niños víctimas del pederasta Jean Succar Kuri y de aquellos hombres de política y sociedad que no ven nada malo en «pedir» a domicilio niñas de 12, 13 y 14 años, porque les gustan «tiernitas».

La historia comenzó hace más de un mes, cuando una jovencita de 19 años a quien llamaremos María X, pidió ayuda a la asociación civil que defiende a niños y niñas víctimas de abuso sexual, cuya presidenta es la abogada penalista Verónica Acacio. María X contó su historia a la abogada, quien de inmediato acudió, por la naturaleza del delito, a la Procuraduría General de la República (PGR) y por supuesto a la Agencia Federal de Investigaciones (AFI).

María X conoció al hotelero Succar cuando ella tenía 10 años, una amiguita la invitó a nadar a su casa, esa tarde el señor la trató como princesa, no le tocó un cabello siquiera, le dijo que siempre había querido tener una hija, que adoraba a las niñas. Él sabía que María, como la mayoría de niñas que reclutaba, vivía humildemente con serias dificultades económicas, sin una red de apoyo familiar que pudiera detectar abuso, huérfana de padre e hija de una mujer analfabeta funcional, quien perdiera una pierna en un accidente carretero.

Al salir de la casa de la playa de Succar, el hombre la envió a casa con un chofer, no sin antes meterle en la bolsa del pantaloncillo un billete: esto es para que ayudes a tu mamá. Más tarde Succar y su esposa visitaron juntos a la madre de María, la mujer elegante y de finos modales, le dijo conmovida que su hija era muy inteligente, que ellos sabían que no tenían dinero para mandarla a una buena escuela, pero el matrimonio Succar, que siempre quiso tener una hija como María, le ayudaría a pagar la educación de la criatura.

La madre, que se suma a los 65 millones de mexicanos y mexicanas sumidas en la pobreza sin posibilidad de salir de ella en México, aceptó conmovida. «Yo pensaba que eran unos ricos muy buenos, señorita» dice aterrorizada la madre de María cuando se enteró del infierno que vivió su hija desde los 10 hasta los 18 años.

Pasaron varias visitas para que Succar subiera a la niña a su habitación, junto con otras compañeritas, primero la acariciaba y le decía que eso es lo que hacen los padres a sus hijas para demostrarles cariño, luego vinieron los tocamientos sexuales, bajo el mismo argumento: «yo te cuido y te quiero, debes dejar que te lo demuestre» le decía a la niña de 10 años y a otras de 8 años.

Un buen día violó a la pequeña, ella lloraba mientras él le tapaba la boca, a partir de ese momento, el padre postizo le aseguró que si decía algo, ella y su madre se morirán, que la rechazaría toda la gente porque eso que hizo la ensució para siempre.

Lo mismo argumentaba al tomarles fotografías o al filmarlas con una cámara en su habitación. A partir de ese día María X y el resto de las niñas y niños, comenzaron a vivir lo que en psiquiatría clínica se conoce como Síndrome de Estocolmo y síndrome de estrés postraumático.

El de Estocolmo es muy sencillo: una víctima, por ejemplo de secuestro, se alía emocionalmente a su captor como defensa psicológica para soportar el miedo; percibe que si trata bien al terrorista, pederasta o captor, éste le salvará la vida y no le hará más daño del «necesario», incluso llega a tomarle cariño, si se tiene 8 o 10 años este síndrome es más evidente. Existen tres tipos de estrés postraumático en la infancia en tres categorías, tipo I, tipo II y mixto.

En el tipo I el hecho traumático o estresante sería único, agudo, repentino, sorpresivo e inusual y en la clínica predominarían las conductas de evitación, hipervigilancia, percepciones erróneas del recuerdo y memoria detallada del suceso ( digamos en un solo abuso sexual).

En el tipo II habría un largo período de exposición a situaciones traumáticas, como las mencionada aquí y de estrés intensas dando lugar como rasgos clínicos más relevantes a la negación, represión, disociación, anestesia corporal, fenómenos de autohipnosis, sensación de rabia y tristeza acumuladas y cambios profundos y radicales en el carácter del niño o la niña víctima.

Y en el tipo mixto se incluirían las niñas/os que tras presentar un estrés agudo, brusco, repentino (equiparables a los del tipo I), éste desencadena una situación estresante mantenida (con características similares al tipo II) y una clínica en la que destacaría como síntoma más característico la depresión.

Todos estos coinciden en un aspecto: las víctimas viven aterrorizadas e incapaces de expresar lo sucedido. Como muchas madres lo han dicho, pensaban que sus hijas eran rebeldes, agresivas o tímidas, pero nunca que estuvieran viviendo ese infierno de amor-estupro-explotación sexual.

LA REVICTIMIZACION OFICIAL

María se encontró a su maestra en la iglesia, ésta le preguntó si ya la habían ayudado en «su problema» ella dijo que Protégeme estaba trabajando pero no sabía nada. La maestra llena de buenas intenciones y gran ignorancia, en lugar de ir con la abogada Acacio, para enterarse de que se estaba tratando la investigación con gran sigilo por sospecharse de una red de pornografía y abuso sexual infantil, llevó a María X, aún bajo los dos síndromes mencionados, ante la Subprocuraduría de Justicia del Estado, con la subdirectora Leidy Campos.

Campos, otrora defensora de los derechos de las víctimas, se dejó llevar por una personal animadversión con la abogada Acacio, recomendando a la víctima que se olvidase de Protégeme, que no la iban a ayudar en nada.

Así la abogada de la procuraduría comienza a usar a María X, para que vaya y venga a rescatar criaturas, que traiga niñas a declarar ante la PJ y el MP, la impulsa a enfrentarse no una, sino dos veces con Succar, incluso María X graba un aterrador video en el cuál él confiesa todo lo que le hacía a ella y al resto de las criaturas durante años. «Yo siempre quise tener hijas, y de que las violen otros hombres a que las viole su padre, pues mejor yo me las co…», les dijo a todas las niñas Succar Kuri y lo reitera en una grabación.

LAS LECCIONES

Resulta natural que la población general no sepa que, aunque tenga 20 años, una joven que fue sistemáticamente torturada y violada por un hombre que le decía amarla como su propio padre, no está en condiciones psicoemocionales de hacerle a la investigadora, de confrontar a su victimario y de salir ilesa de tal experiencia. Pero es obligación de la Procuraduría de Justicia proteger los derechos de las víctimas y no revictimizarlas.

Lo innegable es que la PGJE tuvo a Succar frente a su víctima dos veces y decidió dejarlo huir, por delitos que se persiguen de oficio: abuso sexual de menores, pederastia, pornografía y explotación sexual infantil. En un país donde a la menor sospecha de robo, dicho por un policía Judicial, se guardan a un sujeto un par de días para investigarlo y evitar que se de a la fuga.

QUE DICEN LOS CRIMINOLOGOS

Algunos investigadores, criminólogos y juristas expertos en abuso sexual y violación, afirman que la violencia psicológica es mucho peor que la física, ya que la segunda se detecta mediante las secuelas físicas, mientras que la psicológica puede ser tan sutil que resulta difícil de detectar.

Es el caso en que la niña-adolescente-mujer desarrolla un vínculo afectivo todavía más fuerte con su agresor, y después de ocho años de tortura, asumía incluso la co-responsabilidad de la agresión, porque ella aceptó que él, por ejemplo, le comprase una pierna postiza a la madre para demostrarle su cariño.

Lo cierto es que una mujer, aunque tenga 19 años, con este síndrome, suspende todo juicio crítico lógico para adaptarse al trauma y defender así su propia identidad sicológica.

Presenta baja autoestima; se siente culpable de las agresiones; se considera fracasada; persiste la sensación de temor y pánico; cree que como Succar le daba dinero y le pagaba los estudios ella «estaba aceptándolo conscientemente», tiene una falta de control sobre su vida; se aísla de la sociedad.

Se siente sola ya que cree que nadie la puede ayudar y por eso es capaz de obedecer a la representante de justicia, a la representante de la ley, en este caso a la sudbdirectora de Averiguaciones Previas Leidy Campos, que en sus oficinas de la Judicial prometió atrapar a su agresor si ella cooperaba ¿quién no lo haría en la desesperación por detener al paderasta que ya había violado también a su hermanita de 12 años?.

LA PRIMERA LECCIÓN

Si los malos fueran malos de tiempo completo no podrían hacer sus fechorías, es así que la mayoría de delincuentes de este tipo son seductores, hombres de sociedad y de dinero, se codean con el poder y «el buen gusto».

Como en el caso Succar la esposa era la cómplice perfecta para despistar a las madres de las niñas. Ahora que a la PJ se «le fue» el pederasta, ésta se encona en atacar a las madres, culpabilizándolas de «vender a sus hijas e hijos» sin la menor prueba de ello.

Entrevistan a algunos «especialistas» misóginos y en su ignorancia supina aseguran que «la culpa de todo la tiene las madres» por no estar al pendiente de sus criaturas ¿y el pederasta? ¿y el papel de la Judicial? ¿dónde está la indignación de la sociedad civil organizada?.

Queda claro que las secuelas psíquicas de la violación y el abuso sexual deben ser consideradas seriamente por los Ministerios Públicos, investigadores de delitos, jueces y juezas. Este caso es una muestra perfecta de la incapacidad e insensibilidad de las autoridades para defender a las víctimas de delitos violentos, como estos.

Pero la investigación internacional a la flagrante violación de los derechos humanos, garantías individuales y la revictimización de las niñas y niños del caso Succar, e incluso de algunas madres y padres, apenas comienza. Es hora de que las autoridades entiendan que escuchar a la sociedad civil organizada no es una dádiva, sino una obligación.

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2003/LC/MEL

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