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Las trabajadoras sexuales demandan sus derechos

Por Silvia Magally

«El desdén y el desprecio que se tiene a la trabajadora sexual… es parte de una cultura que mantiene una postura negativa respecto de la sexualidad y castiga con dureza la promiscuidad de la mujer, sin reparar en la del varón» (Millet)

Sus rostros maquillados desdibujan sus historias de dolor, forjadas muchas de ellas en engaños y violencia sexual, las trabajadoras sexuales combaten la desigualdad desde sus espejos cada mañana.

Al llegar la noche, se quitan el disfraz que las protege. Dejan atrás las zapatillas altas, cambian la minifalda y las medias por algo más cómodo, limpian de sus rostros el exceso de maquillaje y los besos comprados, para muchas veces –en sus hogares- recibir el amor propio.

La antropóloga Marcela Lagarde explica que la trabajadora sexual o prostituta es la mujer social y culturalmente estructurada en torno a su cuerpo erótico, en torno a la transgresión. En su nivel ideológico simbólico, en ese cuerpo no existe la maternidad.

Sin embargo, la autora de Los Cautiverios de las Mujeres y también diputada federal, asienta que esa creencia ideológica es falsa, pues las trabajadoras sexuales son madres en un número elevado, son casadas, divorciadas o abandonadas… tienen una vida en otros círculos particulares que son negados socialmente en su trabajo.

Las trabajadoras sexuales independientes decididas a combatir a sus explotadores reaparecen en el escenario capitalino. Están en la resistencia, se niegan a «comprar protección». Sus armas: unión y conocimiento de sus garantías individuales, pero sobre todo, tienen la firme convicción de que nadie tiene el derecho a vivir a costa de sus cuerpos.

LOS DERECHOS DE TODAS

A diferencia de muchos otros grupos de empleados y obreros, las trabajadoras sexuales se han preocupado por conocer y mejorar sus condiciones mediante el aprendizaje de sus derechos humanos fundamentales, por eso rechazan la violencia, la corrupción y la imposición.

El Centro de Atención Integral a Sexoservidoras (CAIS) de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) en la zona de la Merced ayudó a muchas mujeres dedicadas a esta actividad a tomar conciencia de sus derechos pero sobre todo a defenderlos.

Martina recuerda: «ahí, nos reuníamos, elaborábamos denuncias, nos brindamos apoyo, sin embargo, nos quitaron este espacio porque no convenía a ciertos grupos que presionaron al presidente de la CDHDF, Emilio Álvarez de Icaza, hasta lograr su cierre».

El 3 de abril de 2003, el CAIS cerró sus puertas, -luego de cinco años de trabajo con cerca de 300 trabajadoras sexuales-, tras la campaña orquestada por el llamado Grupo de Trabajo del Sector Sexual.

El 17 de junio de 2003, las trabajadoras sexuales marcharon desde el Monumento a la Madre hasta el edificio de gobierno de la Ciudad de México para exigir la reapertura del centro. Los esfuerzos fueron vanos.

Había gente a la que le afectaba la existencia del centro, – continúa el relato Martina-, porque ahí aprendimos a conocer nuestros derechos, a conocernos también a nosotras mismas, a reconocernos y valorarnos como mujeres y porque ahí se gestaba nuestro movimiento de independencia.

Martina rechaza la actual Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal que considera a la prostitución como una falta administrativa. De acuerdo con esta ley, se sanciona con 11 a 20 días de salario mínimo o con 13 a 24 horas de arresto.

HISTORIAS DE CORAZÓN Y HUESO

Cerca de una de las estaciones del Metro, Corina, dice ser madre, vivir con una hermana y su pareja. Apenas hace unos meses inicio el trabajo sexual luego de sufrir lesiones en la columna que le impidieron continuar realizando actividades como obrera, trabajo doméstico, cuidado de enfermos y venta de enciclopedias.

A Corina se le cerraron todas las puertas, «cuando me lastimé la espalda por cargar muebles en mi casa».

«Pero lo que más me dolió, es que el día que ya no pude levantarme de la cama, mi marido en lugar de ayudarme, sólo me dijo que ya no servía para ni madres».

Corina no puede ocultar el dolor. Llora al recordar que le negaron la seguridad social cuando trabajó en la empresa Macma: «yo quería que los doctores me dijeran que tenía en la columna. Me sentía decepcionada, acorralada». Decidió no regalar más su fuerza de trabajo.

Al CAIS, también asistía Martha, quien desde hace dos años, es sexoservidora.

«Hoy, nos reunimos en jardines y otros espacios públicos, donde acordamos por ejemplo, celebrar fechas como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, conmemoraciones que aprovechamos para convivir», señala.

Martina y Martha recuerdan las enseñanzas del CAIS, por lo que tratan de concienciar a otras mujeres de este oficio.

CÓDIGO DE CONDUCTA

Las trabajadores sexuales independientes cuentan con un código de conducta: no aceptan en el movimiento a menores de edad, respetan al vecindario de las zonas donde trabajan, no escandalizan en la vía pública, tienen prohibido agredir a otras integrantes del grupo, robar, mentir y denuncian casos de prostitución infantil.

Para las integrantes del movimiento, esta actividad es conflictiva porque se le relaciona con el robo y las drogas. Dicen sentirse en riesgo permanente en las calles; por las noches, el temor cree: Son agredidas constantemente por elementos policíacos y aunque denuncian los hechos ante el Ministerio Público, la justicia nunca llega.

En la vía pública, estas mujeres son agredidas además por cualquier persona; les arrojan objetos, botellas con orines, mostaza o reciben patadas de los transeúntes, quienes se sienten agredidos tan sólo con su presencia.

Para las trabajadoras sexuales independientes, la religión católica sólo es ha hecho daño y alimentado sentimientos de culpa.

Corina trae consigo copias de un libro sobre tráfico de mujeres y se sorprende cuando lee: «El papa Sixto IV recibía una renta de 20 mil ducados de cada uno de los burdeles que el mismo había mandado a construir». La iglesia católica es una hipócrita, acusa la trabajadora sexual independiente al aludir también las denuncias contra sacerdotes por abuso sexual.

Ella conoce bien, la pobreza, los sueldos mal remunerados, la sobreexplotación laboral , la enfermedad, las frustraciones, la impotencia, el enojo con la vida y con todas aquella condiciones que la llevaron a las esquinas de las calles.

Desde hace tiempo, los grupos de trabajadoras sexuales independientes han pedido se legisle reconociendo el trabajo que realizan miles de mujeres quienes debido a la falta de un marco legal son víctimas de sinfín de abusos.

En el mes de febrero del 2003, la secretaria del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Argentina, Eleana Reynaga, dijo a Cimacnoticias, que la sindicalización de las sexoservidoras es la única opción que existe para la defensa de sus derechos humanos y laborales.

¿PAGO POR PROTECCIÓN?

Hoy, en la Ciudad de México, las trabajadoras sexuales independientes reclaman ante la Subsecretaría del Trabajo y Previsión Social, el registro y reconocimiento de esta actividad como trabajo no asalariado así como el cese de operativos policíacos durante los cuales se ensañan con las sexoservidoras que se niegan a pagar protección.

El año pasado, fueron remitidas en total dos mil 378 trabajadoras sexuales antes juzgados cívicos, luego de ser detenidas por elementos de seguridad de acuerdo con información de la Dirección General de Justicia Cívica.

Aunque las detenciones se llevaron a cabo en las 16 delegaciones que conforman el Distrito Federal, el mayor número de arrestos ocurrió en la delegación Cuauhtémoc, donde se registraron mil 718 aprehensiones.

Corina sentencia: no queremos que nos persigan como bestias durante los operativos. Ya corremos muchos riesgos, somos violentadas y extorsionadas por los patrulleros, para que todavía quieran lucrar con nuestros cuerpos, por eso no vamos a permitir que nadie se beneficie de nuestra situación.

«El cuerpo de las prostitutas es el espacio del sacrilegio, de la transgresión del tabú… es el espacio material subjetivo de la realización del pecado y es el ámbito de la afrenta de los seres humanos a la divinidad. Es sólo territorio y vehículo para la necesaria vivencia masculina del pecado de eros», apunta Marcela Lagarde, mientras Corina, Martina y Martha lo asumen todos los días.

2005/SM/SJ

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