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Los “carismáticos” feminicidas

Por Argentina Casanova*
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“Les pegan, las humillan y regresan con el tipo que las está maltratando; así vive mi vecina, llama a la policía, denuncia y regresa con el tipo, no la entiendo”.
Comentario de una mujer, en un post de facebook, sobre un feminicidio.
 
La violencia se hace extensiva bajo mecanismos de fraternidad, empatía e identificación con el agresor, cuando el sistema logra hacer de la víctima una cosa desprovista de características de persona, pero también reducida a una condición de pasividad, de indignidad, de capacidad para tomar decisiones y responsable de lo que le ocurra.
 
En algún punto la saña contra ella se vuelve el reflejo del deseo ajeno, de que reciba castigo por esta pasiva incapacidad de poner fin a su situación.
 
A nadie le gusta saber que dentro de sí habita una persona cuyo morbo le hace gozar con el sufrimiento ajeno, la mayoría admite que ese morbo voyerista se limita a mirar películas sádicas o si acaso, ver esos programas en los que las personas sufren caídas con graves lesiones, estimulados por el sufrimiento ajeno.
 
Una parte de adormecimiento voluntario frente a la crueldad, personas aleccionadas para mirar y ser observadoras del sufrimiento ajeno a través de las coberturas periodísticas, pero en este caso van más allá al justificar la violencia contra una mujer que conocen, bajo la creencia de que “le gustaba” ser violentada porque no se iba.
 
Todas y todos tenemos a una conocida “que le gusta que le peguen”, y así, con esos argumentos, se justifica la inacción, la falta de voluntad para poner fin a ese ciclo de violencia que está condenado a concluir como muchos casos de feminicidio, en los que por supuesto intervienen múltiples factores como la condición y contexto de vulnerabilidad de la mujer víctima, pero en esta ocasión nos enfocaremos a la simpatía que provocan los agresores.
 
En gran medida esa “simpatía” se fundamenta en el morbo, la capacidad de disfrute que tienen las personas de festinar el daño que alguien puede provocarle a otra persona, y que esta permanezca pasiva. En eso consiste a fin de cuentas el sadismo, tiene a su vez socios o socias que la hacen posible.
 
¿Por qué los feminicidas causan tanta empatía?
 
Un ejemplo internacional es el caso del deportista sudafricano Oscar Pistorius, a quien el Tribunal Superior de Pretoria ha condenado a seis años de cárcel por el asesinato de su novia, en una sentencia que “defraudó a muchos defensores de los derechos de las mujeres por la levedad de la prisión. En la anterior sentencia, Pistorius fue condenado a cinco años de cárcel por homicidio, pero la elevación al cargo de asesinato no le ha valido los 15 solicitados por el fiscal sino sólo uno más. Asesinar no le ha salido mucho más caro que matar.”
 
Tenemos muchos casos en la memoria de deportistas que asesinaron a sus esposas como parte de un continuum de violencia, y la simpatía toda ha sido hacia ellos, no hacia las víctimas quienes son vistas como causantes de todas las desgracias del hombre, del deportista y el sujeto admirado. Igual que se plantea en la retórica discursiva de las novelas decimonónicas en las que la mujer es causa y desvarío. Eva causante de la pérdida del paraíso para Adán.
 
Esta empatía se refleja en las y los ministerios públicos cuando atienden a víctimas sobrevivientes de tentativas de feminicidio o con los familiares de las mujeres asesinadas.
 
Está presente en la fraternidad que reflejan los abogados defensores de los imputados, que van  más allá de su ética, y claramente, sin un ápice de principios, recurren a la mentira para “quebrar” a la víctima y presentarla como “una interesada que sólo quiere dinero”, cuando ofertan la reparación a cambio de que desista en su querella; cuando son calificados con la complicidad institucional como “lesiones”, en vez de violencia familiar, o tentativas de feminicidio.
 
Esa simpatía que provocan los feminicidas, la vimos en expresiones de empatía en las coberturas periodísticas, como cuando se publicó un reportaje en el que se titulaba “El joven que tocaba el piano y descuartizó a su novia”, estas últimas tres palabras escritas en letra mucho más pequeñas, en un reportaje en el que la joven –asesinada- era presentada como una holgazana, una nini que ni siquiera estudiaba, y él… él era un artista, un genio y tenía habilidades extraordinarias. La vida de él valía, la de ella no.
 
El mecanismo es internacional; a muchas personas –incluyendo abogados, jueces, testigos, periodistas- los feminicidas les resultan “empáticos” y la explicación, además de esa identificación con el agresor sobre una persona que fue incapaz de alejarse a pesar de la violencia previa, es el mecanismo del sistema patriarcal para proteger a sus exponentes: la fraternidad feminicida.
 
En la frase “ella se lo buscó”, “ella ya sabía a lo que iba”, “era una tonta”, “por qué no se iba si la golpeaba” entraña el verdadero entramado del sistema patriarcal que identifica, alienta y protege, que permite que esto suceda y que a manera de fraternidad oculta, permite que el feminicida quede en libertad o no sea castigado por el asesinato de una mujer.
 
De ahí la resistencia al tipo penal feminicida y que  la aplicación de homicidio sea una forma de invisibilizar los crímenes contra mujeres, cuyas vidas no “pueden ser más valiosas” que las de un hombre. Al final “es Adán, y no Eva, la creación divina”.
 
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
 
16/AC/LGL

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