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Los festejos

Por Juana Eugenia Olvera*

Casi de un día para otro, el ashram tranquilo dejó de serlo. La sala en donde dormía y que tendría cupo para cuando menos 500 mujeres, se atiborró y de pronto había madres con sus hijos, niños corriendo y gritando.

Las mujeres que estaban casi a un lado mío habían cambiado y ahora estaban dos mujeres que parecían mexicanas y digo esto porque unos días antes vi a una señora con un traje mexicano, de los que venden en Cuernavaca, y le hable preguntándole que de qué parte de México venía y me contestó en inglés que no hablaba español, y el traje alguien se lo llevó de México.

Me sentí que en verdad estaba muy lejos de mi país. Cuando finalmente oí hablar a mis vecinas, constaté que ellas si hablaban español y eran mexicanas.

Comenzamos a hablar y me contaron que estaban haciendo un yatra (peregrinaje) por India, recorriendo los diversos ashrams y que con el ashram de Sai Baba terminaban, y en unos días más regresarían al norte de la India –Ganeshpuri, el lugar de Ganesh–, donde estaban de base en el ashram de Gurumayi.

Para ese momento ya había entablado comunicación con una monja budista de Nepal y le había preguntado una serie de cosas, si era accesible llegar a su monasterio y todo se veía muy asequible, así que poco a poco iba armando mi trayectoria en mi cerebro.
Después de unos días de andar acompañada en el ashram con las mexicanas surgió el «¿qué piensas hacer aquí?».

Comenté que deseaba encontrar un lugar en donde pudiera estudiar técnicas de meditación y todo lo que tiene que ver con la devoción, el conocimiento del yoga superior, etcétera. Creyeron al igual que yo que en donde estábamos no podría ser. Incluso ya había hablado con uno de los principales dirigentes de ahí y me comentaron que no tenían cursos, ni prácticas que se ajustaran o se acercaran a lo que yo deseaba.

Sin embargo mis nuevas amigas me dijeron que en el ashram de Gurumayi podría ser probable que si existiera lo que buscaba y que si así deseaba, podría regresar con ellas hasta Bombay (hoy Mumbai), y de ahí al ashram.

Las festividades estaban en su apogeo, aquello era un caos. Comer era la locura. Había infinidad de carpas para servir los alimentos, pero no daba crédito a los miles de personas que tenían materialmente copado el lugar.

Cuando recién llegué, ir al darshan con Sai Baba no tenía mayor problema. Conforme llegabas te sentabas en el piso como en semi-círculo y conforme aparecían más personas iban tomando su lugar y realmente no creo hubieran en ese momento cuando mucho 200 personas.

En algún momento prácticamente Sai Baba brincó mis piernas para pasar y dejarnos sus bendiciones. En otra ocasión estuvimos en la primera línea, pero el último día que estuve en Puthaparthi no pude entrar a ese gran patio que parecía no llenarse nunca.

Con trabajo me hice un huequito y me pude parar junto a una reja, por la parte de afuera de aquél patio. Veía a lo lejos el suave caminar del gurú, recibir peticiones y dar bendiciones. En esa lejanía empecé a tomarle fotos y pensé: «Si eres poderoso, como dicen que tú eres, ayúdame a encontrar el lugar especial para mí».

Él seguía caminando, acercándose poco a poco hacia el lugar en el que me encontraba, algunas personas me decían que no le tomara fotos, pero esa parte era algo que no podía dejar de hacer.

Finalmente Sai Baba llegó hasta la puerta que estaba cercana al lugar en el que me encontraba, siempre con la sonrisa en su cara, una paz que se irradiaba por todos lados, volteó hacia el lugar en el que me encontraba y me dio la bendición, y así tan tranquilamente como llegó, regresó al centro del patio.

Me quedé sorprendida, no supe cuánto tiempo permanecí en ese espacio, no debió ser mucho; alguien me empujó para tomar mi lugar y ver a Sai Baba de lejos. En ese instante fue que tomé conciencia de lo que acababa de pasar. Al otro día, con la seguridad que da la fe, tomé el avión que nos llevaría a Bombay y de ahí a Ganeshpuri.

* Narradora oral, astróloga y terapeuta.

11/JEO/RMB/LGL

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