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Los lujos de Marta Sahagún

Por Marta Guerrero González

El dicho popular nos dice que el amor y el dinero no se pueden ocultar, y que ni pintado le viene a la pareja presidencial el refrán. Todos nos acordamos de Marta en Guanajuato, en la campaña, en la vocería y ahora en palacio, es decir, en La Cabaña Presidencial. Para nadie es un secreto que la señora de Fox no repite un atuendo y que ahora se la ve luciendo joyas, sobre todo relojes y pulseras con brillantes.

Existe la opinión de estar bien presentados y representados ante el mundo, en una palabra que los esposos presidentes no lleguen hechos una facha a las ceremonias en el extranjero. Sin embargo, vale la pena puntualizar que en las monarquías las «joyas de la corona» son joyas de la nación y nadie por muy rey o reina que sea se las puede llevar a su casa (es un decir, ya que el cargo es a cadena perpetua, a menos que abdiquen).

En México, las mujeres de nuestros presidentes han cargado hasta con la cama de Maximiliano y, no se llevaron las cobijas porque ya estarían picadas y pulgosas. Otra mujer que nos costó muy cara a la nación fue la de López Portillo, para quien la ambición no tenía límites. Aunque no tuviera buen gusto para la ropa y las joyas.

En la actualidad, el presidente ha dicho que desde enero de 2004 hasta la fecha no se ha ejercido gasto alguno para vestimenta y accesorios personales… «pese a tratarse de una prerrogativa legal». De resultar cierto lo expresado por el presidente Fox, sería excelente, mejor entonces que los señores legisladores quiten del presupuesto que otorga el pueblo a esa partida, que según la senadora priista Yolanda González, en el 2005 llegó a 96 millones de pesos, y que nos responda el propio presidente en qué lleva gastado semejante fortuna. Cuentas claras, no valen los dichos, queremos una auditoría y la fiscalización de todos y cada uno de los gastos de esa partida, aunque no lo exija la ley, lo pedimos los ciudadanos.

Queremos que el mandatario mexicano vista a su esposa decorosamente, pero de su bolsillo (como cualquier esposo), o de menos que nos explique cuánto pueden costar unos zapatos de marca, un buen traje sastre, un vestido de noche y su chalina. Bueno hasta un abrigo de mink diamante aceptaríamos y puede que surjan consejos que nos ahorren algunos miles de pesos (sitios de ofertas y descuentos). Pero de ninguna manera es posible gastar 96 millones de pesos, más de ocho millones de dólares, sin dar una real y pronta explicación a los dueños del erario (pueblo—sociedad).

La pobreza en su máxima expresión y la monarquía demócrata cristiana, no sólo nos despilfarra, encima nos tilda de idiotas. Está bueno el cambio, pero no por 15 veces al día. Mejor ni hablamos de la tintorería.

05/MGG/GM

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