La reflexión sobre el surgimiento de nuevas formas de familias es más que necesaria a partir de que esos núcleos de vínculos gradualmente se hacen presentes y sustituyen, en algunos casos, a los modelos familiares tradicionales.
Muchas de estas nuevas formas familiares requieren de la tecnología reproductiva, la cual nos hace componer una relación distinta con la vida porque redefine de manera constante las funciones maternales y las diferencias sexuales, otorgando lugares múltiples (no exclusivamente de padres o de madres) en función de esos nuevos grupos familiares, destaca la Red Informativa de Mujeres de Argentina (RIMA)
También serán múltiples los sistemas simbólicos de parentescos que se conformen, pues ya son más visibles las familias con padres del mismo sexo o los padres transexuales. Cuando nos planteamos estas problemáticas, desde nuestra asombrada mirada adulta, debemos reconocer que para el mundo de la infancia actual, para el imaginario infantil, esto es más común que para nosotros. Y ello nos interroga, por lo tanto, sobre el sentido de la noción de familia, tan importante en la modernidad.
Esto debe ser explicitado también a los niños; es preciso que puedan, desde ahora, elaborar las premisas de un nuevo pensamiento y un nuevo sentimiento frente a la vida y a la muerte, o bien frente a lo que se considera normal-salud y lo discriminado como anormal-enfermo, del mismo modo en que lo hacemos frente al dolor y la alegría, el sufrimiento y el goce, frente a los otros y frente a nosotros.
El mundo de la infancia está ya determinado fuertemente por algunos rasgos de esta cultura. Un ejemplo de las nociones que dan sentido al imaginario actual de las niñas y los niños lo tenemos en los dibujos animados; uno de ellos, La vaca y el pollito, nos propone un futuro imaginario donde las identidades circulan como producto de las operaciones culturales y genéticas.
Este imaginario, como producto de las experiencias transgénicas, presenta un mundo nuevo a descubrir por los adultos, pero de consumo masivo entre niñas y niños. Se trata de un ejemplo, pero abre interrogantes.
Por otro lado -y ya no se trata de dibujos animados- estas nuevas formas institucionales no deben ser miradas con los ojos de la moral, que condena lo imprevisible, o con base en frases como «nuevas familias, nuevas opciones sexuales», por ejemplo, pues esa mirada se funda en las identidades cerradas, lo que justifica después las persecuciones y las discriminaciones, fomentando el temor.
Otras miradas pueden hacerse desde la ética de la singularidad, donde las potencias de cada uno en una familia pueden expandirse en tanto se reconozca su singularidad. Lo importante es tener en cuenta qué hace cada uno con lo que es, cómo se componen nuevas relaciones y cómo se multiplican las mismas en sus vidas.
La moral de la identidad (de un solo modelo familiar heterosexual, por ejemplo) se funda en una lógica determinista; manipula desde la discriminación y el sentimiento de culpa, y se basa en una esencia estable: la creencia de que es natural. Sin embargo, el mundo que viene será altamente inestable.
Por ello, es necesario, en primer término reconocer las diferencias y, por otro, no jerarquizarlas, es decir, no introducirlas en la grilla valorativa binaria de normal- anormal, sano-enfermo, rico-pobre, hombre-mujer, en la cual el primer término del par es el valorado en detrimento del otro.
Esto supone, por último, rescatar el deseo de respetar lo diferente y crear nuevos ejercicios de ciudadanía fuera del binarismo, pues hoy necesitamos que los excluidos sean incluidos económica y culturalmente.
*Periodista argentino
05/HB/YT
