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Los pies, nuestras raíces

Por Carolina Velásquez

Los pies son el medio que nos permite guardar la estabilidad, la dirección en que nos movemos, nuestra conexión con la tierra. Son, como en las plantas, nuestras raíces, dice Therése Bertherat (Las estaciones del cuerpo, Paidós, 1990).

En nuestro diario andar las pisadas muestran qué tan seguros/as caminamos por el mundo. También reflejan la totalidad del cuerpo, como bien lo ha comprobado la reflexología, con decenas de puntos directamente relacionados con órganos vitales como riñones, hígado, corazón, pulmones, bazo, por mencionar sólo algunos.

Capaces de adaptarse a las presiones a que los sometemos día con día, sin que nos preguntemos cómo estamos desde esta parte de nuestro cuerpo, los pies –este nuestro sostén en la vida- viven en general guardados, aprisionados, en zapatos, sandalias, botas, zapatillas de tacón, con poco o escaso contacto con el suelo.

No obstante, a diferencia de las plantas que mueren cuando sus raíces se afectan, los seres humanos somos capaces de adaptarnos a estas «inclemencias del tiempo». Señala Bertherat: «¿Sin sus raíces la gente muere? No, la gente no muere sin sus raíces, es capaz de adaptarse, su capacidad de adaptación parece a veces ilimitada. Sin embargo, la gente sufre si hiere sus raíces».

Y hay muchas maneras de herirlos. Cada vez son más comunes los pies deformes con: callosidades, músculos rígidos, juanetes, sin arco. Convirtiéndose cada vez en esta «normalidad» nuestro andar por la vida. Impedimos a los pies que tomen contacto con el suelo, expone Bertherat. «Nos vendamos el más natural de nuestros sostenes. ¿Cómo no sentirnos incómodos, inestables, ansiosos, si estamos suspendidos en el aire, por encima del suelo, sin poder apoyar las plantas de los pies?».

Como una manera de recuperar tu contacto con los pies, esta terapeuta corporal, creadora de la antigimnasia, propone hagas la siguiente observación, anota los resultados en el registro que llevas en tu Diario del Cuerpo.

De pie, apoya los pies desnudos en el suelo, separa el dedo pequeño y el dedo gordo, pon los pies como un abanico, trata de no levantar ninguno de los dedos, déjalos apoyados en el piso. Toma una hoja grande de papel y dibuja el contorno de cada pie con esta nueva forma. Realiza este ejercicio por varias semanas, hasta que consigas que ningún dedo se levante del piso. ¿Difícil? Prueba cómo te sientes ahora, recuperando la forma auténtica de tus pies.

03/CV/GMT

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