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Maestras de la Vida

Por la Redacción

Aunque no nos demos cuenta, las mujeres somos docentes, transmisoras primarias de conocimientos, sentimientos, tradiciones. Maestras de la Vida. Sin haber obtenido títulos, apoyamos a otros para que aprendan y sepan andar. A veces la hacemos de guías, de instructoras, de modelos. Es otra función social que cumplimos inconscientemente.

Las madres enseñan a sus hijos lo necesario para sobrevivir: comer, asearse, hablar, conducirse en comunidad. La sociedad nos hace responsables de una tarea que debía asumirse en colectivo y con equidad. Cuando nos acusan de ser las forjadoras indirectas de la violencia, quieren hacernos pagar la culpa de todo un sistema que está injustamente organizado. Estos señalamientos malintencionados ocultan el hecho que somos presas de una cultura que nos hace sentir inferiores y quiere hacernos creer que «por naturaleza» tenemos que ser así. Por eso, muchas madres confundidas les enseñan a sus hijos a ser más machos que hombres. Esa también es la causa de que muchas sigan subordinadas, considerándose impotentes.

El magisterio es una profesión que millones de mujeres ejercen en el mundo. La preprimaria en Guatemala está básicamente en manos de mujeres que inician a niñas y niños en la escolaridad. Quienes tenemos el privilegio de la educación, conocemos a más de una maestra que nos enseñó a leer y escribir, a cantar, pintar, hacer gimnasia y ecuaciones. En la memoria guardamos el recuerdo de alguna «seño» inolvidable, ya sea por buena o por pura lata. Es innegable el papel de las mujeres en la formación de la población. Este es un tema que en el Día de las Mujeres se ha convertido en consigna internacional: Que se reconozca y valore TODO nuestro trabajo.

En este espíritu, amanecí pensando en tantas maestras que me han ayudado a transitar por la vida. Con nostalgia evoco personajes de mi niñez. Allí veo a amigas que conozco desde siempre, compañeras de juegos y aventuras que me enseñaron a disfrutar, a cuestionar, a decidir. También están las profesoras que lucharon contra mi rebeldía juvenil y trataron de convertirme en una señorita «comme il faut», y las que me dieron herramientas para entender cómo funcionan las cosas. Por supuesto mi mamá, con su omnipresencia a lo largo y ancho del tiempo.

Cuando venía pensando qué escribir, vino a mi mente la V, que vive en el campo con sus chuchos y sus hábitos. Sonrío al pensar todo lo que me dice cuando logramos juntarnos, aunque sea por teléfono. Sus palabras han sido fundamentales para solucionar meollos familiares y para salir de laberintos existenciales. Aprender de ella me ha hecho quererla más.

También pienso en mis entrañables colegas de trabajo y compañeras de estudios, quienes frecuentemente me dan lecciones de ética, ciudadanía, filosofía, periodismo, cocina, urbanidad y tanto, tanto más. Ellas saben cuánto aprecio los momentos que compartimos, y lo enriquecidas que salimos de estos encuentros. Veo a las mujeres que me rodean como maestras y siento que estoy en buenas manos. Agradezco de corazón lo que me dan cotidianamente para seguir creciendo.

       
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