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Maquiladoras afirman el patriarcado

Por la Redacción

Las mujeres que laboran en la industria maquiladora, de manera independiente del puesto que desempeñen, no cuentan con el tiempo necesario para la recuperación de las energías gastadas durante la jornada asalariada, afirma Concepción Fierros Arriquivez, alumna de la maestría de El Colegio de Sonora de la Especialidad de Relaciones Industriales

La especialista –que ha hecho una amplia investigación- señala que a partir de 1994, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los empleos en las maquiladoras han aumentado, sobre todo en la frontera norte de México.

La evidencia esta basada en su experiencia en la IME , Nogales, Sonora, como ingeniera de manufactura, además de la revisión de textos teóricos y entrevistas realizadas a una muestra exploratoria de ingenieras industriales que actualmente laboran en Hermosillo, Sonora.

Se tratará de presentar sus percepciones y el significado del trabajo en sus vidas, la organización que ellas realizan del tiempo en los espacios público, privado y doméstico, así como la evidente falta de tiempo libre dada la realización de la doble jornada que se enfrentan, difunde el portal Infogénero.

Una de las principales situaciones que resalta la investigadora es que los puestos de las gerencias de producción, manufactura y supervisión son ocupados en su mayoría por varones, que son considerados trabajadores «puros». Al ser ellos, los encargados de organizar las tareas y tomando en cuenta la flexibilidad que hoy en día se maneja en este tipo de industria, la vida individual de las trabajadoras queda por fuera de los planes laborales.

Lo anterior, hace necesario una nueva organización de las prácticas en las esferas pública, privada y doméstica. Además, con la consideración de que los encargados de administrar las tareas laborales son egresados de alguna carrera de ingeniería. En ese sentido, enfatiza la importancia de que en los planes de estudio de estas carreras, se incluya la perspectiva de género, dada la interacción de ésta en la cultura organizacional y en la gestión de los recursos humanos.

EL TRABAJO FEMENINO

La industria maquiladora de exportación se instaló por primera vez en México en 1966, en la zona fronteriza donde el país ofrecía las condiciones necesarias para la inversión de este tipo de industrias: mano de obra barata, cercanía geográfica y apoyo por parte del gobierno, facilidades para su instalación.

Como ya se sabe, este tipo de industria ha sido generadora de empleo para muchas mujeres y esto no es por casualidad, las mujeres representan la mano de obra más barata y puede ser fácilmente reemplazable.

La investigadora Argelia Tánori –y a quien cita Fierros Arriquivez- menciona que para las empresas maquiladoras emplear mujeres jóvenes significa, además de una mayor productividad, el manejo de una fuerza de trabajo inexperta y manipulable políticamente, lo que hace más fácil el trabajo para los administradores.

Un comentario citado por Tánori -de uno de los promotores más importantes de la maquiladora de Mexicali- describe claramente los requisitos impuestos a estas trabajadoras.

«No hay mejores elementos para trabajar y para dar mayor rendimientos que las chicas de temprana edad, 15 y 16 años, porque entienden y aprenden todo lo que deben de hacer en la empresa. Son muchachas con mucha fuerza, en dos zancadas bajan los escalones y siempre están atentas a lo que están haciendo pues no tienen ninguna responsabilidad de hijos, ni de marido, ni si dejó prendida la estufa, son jóvenes sin responsabilidad… y cuando se casan dejan de trabajar y después regresan».

En este comentario se observan claramente los requisitos: joven, soltera y sin compromisos. La mano de obra requerida, como lo cita Iglesias en su libro La flor más bella de la maquiladora, tiene estos atributos: jóvenes, bonitas y baratas.

Ahora bien, cuando se refiere a «sin compromisos», se está haciendo referencia al ámbito de «lo doméstico», lo que implica que una operadora que esté casada tendrá mayores actividades después de terminar su jornada o bien estará preocupada constantemente por los hijos durante su trabajo y no se comprometerá con la empresa tanto como una trabajadora que esté soltera.

Pero entonces ¿acaso la mujer casada será relegada para ocupar un puesto como operadora por el hecho de que «no» dispondrá de su tiempo «libre» porque lo que deseará será salir lo más pronto posible de la planta?

Murillo Soledad en «El mito de la vida privada. De la entrega al tiempo propio», define al trabajo como un signo inminente de lo público, la mujer asume que el varón cuenta con un tiempo privado para sí mismo y tiene dominio sobre su tiempo libre; en cambio, la mujer lo tiene hipotecado.

La mujer ha asociado siempre lo privado con lo doméstico, es decir, el espacio en su casa cuando no está cumpliendo con una jornada de trabajo, pero en tanto está haciendo actividades en el hogar, como cuidar de los hijos, hacer la limpieza, organizando, etcétera.

Pero Murillo aclara que lo privado no es igual a lo doméstico, pues aquellos o aquellas que disfrutan de algún tiempo privado es porque tienen resuelto de alguna forma lo doméstico, ya sea delegándolo a otra persona o resolviendo ellos o ellas mismas la infraestructura doméstica.

Entonces, carecer de vida privada no es sólo un matiz, sino que incide en un desigual reparto de oportunidades personales hay consecuencias discriminatorias al hacer la división entre lo público, lo privado y lo doméstico, ya que al asumir cada espacio, sea una responsabilidad masculina o femenina se está en contra de la igualdad de oportunidades, afirma Murillo.

Ahora bien, Murillo también aclara que no es necesario estar casada y tener hijos para incluirse en las actividades domésticas. Es un comportamiento de atención a otro, es como asumir el rol femenino que por siglos se ha forjado, y ponerse a disposición de otros, siempre ayudando y resolviendo problemas a los hijos, al esposo o al hermano, etcétera.

Generalmente las mujeres lo hacen por la necesidad de sentir que alguien más requiere de ellas; es como querer estar siempre presente para los demás. Todo esto por la socialización que viene desde el patriarcado, pero, al hacer esto, la mujer sacrifica un tiempo valioso que podría invertir en su persona.

Aquí es importante señalar que el 95 por ciento de las mujeres en México realiza algún trabajo doméstico y que el tener otra actividad económica no cambia mucho este porcentaje: 94 por ciento de las mujeres que participan en el mercado de trabajo también realizan trabajo doméstico.

Por el contrario, en el caso de los hombres, menos del cinco por ciento realiza sólo los quehaceres del hogar, señalando que este cinco por ciento atañe a algún viudo o soltero que no tiene la «ayuda» de una mujer que le resuelva sus problemas. El 53 por ciento de los varones realiza algún trabajo doméstico y 51por ciento de la población económicamente activa masculina también lo hace.

Todo lo anterior, viene desde los orígenes, desde que nacemos, es parte de la distinción biológica, del sexo del individuo, después se hace una construcción de la cual vivir en el mundo. El género también es fundamental como categoría para dividir el trabajo y los mecanismos por medio de los cuales funciona.

Desde la antigüedad, el método más utilizado para solucionar el conflicto ha sido la separación de los individuos en dominadores y dominados, la cultura ha funcionado como el medio ideal para asegurar el mantenimiento del esquema de dominación.

La división sexual del trabajo y la sociedad determina la actividad de la gente, sus propósitos, deseos y sueños. El patriarcado divide a los hombres de las mujeres y coloca a cada uno de ellos en sus respectivos papeles sexuales jerarquizados, además de estructurar sus deberes en relación con el dominio especifico de la familia y dentro de la economía.

* Ponencia presentada en el III Coloquio Nacional de la Red de Estudios de Género del Pacífico Mexicano, que se llevó a cabo el 18 y 19 de marzo de 2005 en la Universidad de Colima.

2005/IG/SJ

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