Inicio Margarita Amalia Cruz: “seguimos en pie en San Quintín”

Margarita Amalia Cruz: “seguimos en pie en San Quintín”

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A Margarita Amalia Cruz Cruz no le gusta que la vean como víctima, por eso cada vez que habla de su trabajo en defensa de los derechos de las jornaleras de San Quintín evita hablar de “ataques” a su labor y prefiere destacar las condiciones laborales de quienes trabajan 12 horas diarias a pleno rayo de sol por un pago ínfimo de 120 pesos diarios.
 
Margarita conoce muy bien del significado de trabajar horas extenuantes sin tener dinero suficiente para vivir. Lo sabe porque desde los 8 años de edad hasta los 37 trabajó como jornalera en aquel valle de Baja California, lugar a donde llegó de niña y donde ahora dirige la organización Mujeres en Defensa de la Mujer (Naxihi na xinxe na xih).
 
“Sabemos que en el Valle de San Quintín hay mucho que hacer. Si seguimos unidas y trabajando en colectivo va a ser más fácil transformar esas injusticias que hemos vivido durante mucho tiempo por ser jornaleras. Tenemos que decirle a las mujeres que tenemos derechos, hay que exigirlos, nunca quedarnos callados porque el miedo no nos deja avanzar”, dice.
 
La asociación de las mujeres comenzó a gestarse hace 20 años: en 1997 se creó un grupo de mujeres artesanas, en 2004 este colectivo se formalizó y empezó a defender derechos laborales, principalmente demandando la afiliación al Seguro Social, porque trabajar en los campos agrícolas, expuestas a químicos y sólo con una gorra o sombrero para protegerse del sol, implicaba riesgos a la salud que las más de las veces no podían costear.
 
Desde la década de 1980, cuando Margarita llegó a San Quintín, la situación ha cambiado poco. En aquellos años una jornalera ganaba entre 23 y 25 nuevos pesos al día (el sueldo mínimo en la época era de 27 pesos); algunas contaban con el beneficio de un pase para ir al médico y en los campos se veía a mujeres embarazadas y niños trabajando.
 
En ese entonces, como ahora, la mayoría de las y los trabajadores eran migrantes, mixtecos, zapotecas y triquis de Oaxaca; mixtecos y nahuas de Guerrero; nahuas de Veracruz; y mixtecos y nahuas de Veracruz, de acuerdo con el extinto Instituto Nacional Indigenista, hoy Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). 
 
A su llegada a San Quintín, en 1985, junto con sus dos hermanos mayores y su madre, Margarita entró como niña jornalera a la compañía ABC, empresa de capital nacional con vínculos con capital extranjero para comercializar sus productos. La cuadrilla en la que estaba era de unos 30 niños que vivían en un campamento y trabajan para ayudar al sustento económico porque, rememora, “soñábamos con un futuro mejor”.
 
Desde hace 7 años Margarita ya no labora en la pisca de fresa, frambuesa y mora, pero las escenas que miró cuando era niña son muy similares a las que observa como adulta. “Pude mirar los maltratos; el salario, no te pagaban horas extras; la aplicación de químicos, en aquellos tiempos fumigaban ya sea con máquinas que pasaban por los surcos o con avionetas; había un sinfín de violaciones a nuestros derechos”, recuerda.
 
“Ves normal todo lo que pasa. Te levantas, vas a trabajar, oyes de repente cómo los mayordomos se enojan contigo, te insultan porque no te apuras; tomaban muchas personas de un solo vaso, no sabíamos si había enfermedades”.
 
CAMBIOS PROTEGEN EL CULTIVO NO A ELLAS
 
¿La situación ha cambiado? se le pregunta a Margarita y ella reflexiona y responde, “hoy en día se ha modernizado mucho, hay invernaderos, ya no trabajas tanto tiempo agachado, ya no hay tanto trabajo donde tengas que estar todo el tiempo de espalda… claro, está la fresa que aun te mantienes doblado todo el tiempo. Se han modernizado para cuidar las plantas, para proteger el cultivo, pero no a las personas”.
 
Ahora con las medidas “de certificación”, reitera, las empresas meten medidas de calidad para el cultivo, pero no para las personas. “Dicen unas: sí, nos dan guantes, nos dan equipo, pero para proteger el cultivo no para proteger a la trabajadora o al trabajador” y es que la prioridad es tener fresas, frambuesas, moras, arándanos relucientes, frescos, coloridos, que se vendan.
 
Por temporada se cosecha tomate, pepino, calabaza y hay compañeras que producen verduras como coliflor o brócoli, que implican, como en el pasado, trabajo cansado, dolor de cuello, nuca, espalada, columna, manos, en realidad prácticamente en todos estos trabajos las mujeres deben estar largas horas agachadas y en cuclillas.
 
“Ahorita por las altas temperaturas que se manejen en los invernaderos tenemos casos de personas que al salir en la tarde les causa embolia o parálisis en el rostro, son medidas para que el   cultivo se aclimate dentro del invernadero, pero no están considerando la salud y las consecuencias que le causa a una persona, de pasar de un lugar caliente a temperaturas frías”.
 
EN DEFENSA DE TRABAJO DIGNO
 
Cuando las mujeres se hicieron conscientes de las condiciones de trabajo y de la insalubridad de los asentamientos donde vivían, comenzaron a tomar capacitaciones y exigir garantías mínimas para trabajar, dice, “es un gran orgullo, es importante ser la voz de todas aquellas mujeres que se acercan a nosotras para poder exigir sus derechos. Me siento contenta pero sé que es un gran compromiso para las jornaleras y jornaleros”.
 
Como defensora, Margarita habla con muchas mujeres que llegan del sur del país rumbo a Estados Unidos, algunas van a trabajar por temporada en los campos agrícolas del país vecino, donde no hay mucha diferencia con las condiciones laborales de Baja California, “desafortunadamente en ambos países hay una falta de seguridad social, de conciencia en cuestión del salario, de lo que se debe pagar a la trabajadora”, dice.
 
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A través de estos diálogos se ha vuelto experta en las necesidades de las mujeres, migrantes, trabajadoras e indígenas como ella, mixteca oriunda de Oaxaca.
 
CASA DE LA MUJER INDÍGENA
 
Con esa información, la organización decidió dividir su labor en dos vertientes: una sobre derechos laborales de las jornaleras y otra sobre el rescate de la medicina tradicional a través de la Casa de la Mujer Indígena donde hacen acciones de prevención de la violencia de género y promoción de la salud sexual y productiva.
 
Al respecto dice, “para mi quedó atrás el tiempo de decir que sufrí tanto en el campo. Sí se sufre, efectivamente, se viven muchas injusticias, pasas insultos, discriminación, humillaciones, te pagan muy poco, sufres de enfermedades, intoxicaciones, accidentes que no son pagados… y al final así te despiden y no creaste nunca ningún derecho”.
 
Pero recalca que cuando una jornalera indígena aprende a defenderse es diferente, porque puede exigir un salario digno y prestaciones, además tiene claro cuáles son sus obligaciones como trabajadoras y cuáles las de la empresa. “Cuando tú conoces todo eso, es muy difícil que el patrón te violente, tal vez no te contrate, ¿verdad?, no quiere personas así, pero es muy difícil que alguien te violente, y es muy difícil que alguien te vuelva a victimizar”.
 
Una persona que exige sus derechos corre el riesgo de no ser contratada, pero Margarita afirma que es mejor demandar lo que les corresponde cuando son despedidas de manera injustificada, cuando piden licencia de maternidad, afiliación al Seguro Social, o un intérprete porque hablan una lengua indígena y no dominan el español. Más, si el día de mañana las trabajadoras, como si fueran máquinas, van a ser obsoletas para las empresas.
 
Mujeres en Defensa de la Mujer, agrupación integrada por mujeres mixtecas y triquis da talleres en las comunidades del Valle de San Quintín, hace difusión en su programa radial “Entre mujeres tejiendo caminos” en la radio indigenista XEQUIN (La Voz del Valle), en donde colabora con la Secretaría del Trabajo y el sector Salud y busca que las jornaleras también se adueñen de sus cuerpos.
 
Para fortalecerse busca también conocer el trabajo de otras organizaciones que hacen difusión de los derechos de las mujeres, o de las que defienden la tierra y el territorio. “Sabemos que cuando una empresa internacional entra a nuestros territorios no nada más llega a explotar las manos jornaleras, también llegan a explotar la tierra, a destruir la naturaleza, luego de terminar sus objetivos se van y dejan tierras infértiles”.
 
Estas mujeres que viven de la fuerza de su cuerpo y de la bondad de la tierra, las mismas que todavía salen de madrugadas de sus casas improvisadas para subir en grupos a camiones destartalados y llegar a los puntos donde la suerte dirá si el capataz las escoge para emplearlas, dicen que seguirán denunciando cuando sea necesario.
 
La idea de un futuro mejor sigue viva y por eso desde 2015 el movimiento de jornaleros ha hecho fuerza y un eco tan grande que ha sido reprimido: “Creo que el movimiento de este año era un grito desesperado que ya tiene desde hace mucho tiempo la población jornalera. Por parte de Mujeres en Defensa de la Mujer seguimos de pie y aquí estamos”, dice Margarita.
 
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